Juan
8,3-11:
Los escribas y fariseos le llevan una
mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres.
¿Tú qué dices?»
Esto lo decían para tentarle, para tener
de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la
tierra.
Pero, como ellos insistían en
preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado,
que le arroje la primera piedra.»
E inclinándose de nuevo, escribía en la
tierra.
Ellos, al oír estas palabras, se iban
retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús
con la mujer, que seguía en medio.
Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer,
¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?»
Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le
dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»
Existen
pasajes de los evangelios que son muy tiernos y enternecedores. Éste es,
justamente, uno de ellos. A su simple lectura, un no sé qué de sensaciones
bonitas nos invaden. Por un lado, la sumisión de la mujer y la humildad. Por
otra, la comprensión desconcertante de Jesús, además de la descortesía de Jesús
hacia los acusadores, a quienes ignora con su silencio y con sus palabras
retadoras. Sin dejar de lado, como es lógico, la actitud de los acusadores y el
revertírseles los resultados, como diciendo “que fueron por lana y salieron
trasquilados”.
Este
pasaje de San Juan, se presta para muchas posiciones. La primera, podría ser,
como casi siempre es, la actitud moralista. La segunda, la magnanimidad de
Jesús al no condenar a la mujer. En nuestro caso, no nos vamos a detener en
esas interpretaciones, sino en los hechos, tal como están en el texto. Y, como
estamos preguntando a los hechos, pues, preguntemos, para descubrir las
sorpresas que nos darán los resultados.
Los escribas y fariseos le llevan una mujer
sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en
flagrante adulterio”.
La encontraron en flagrante adulterio.
Muy bien.
Veamos.
¿No es eso invasión de la privacidad de la vida de una persona? ¿Dónde
la encontraron, en la calle, en una casa, en las afueras de la ciudad, en casa
de quién? ¿Con quién la encontraron? Si la hallaron con las manos en la masa,
¿dónde está el fulano con quien estaba? No estaba sola, si no, no es adulterio.
Si la encontraron en su propia casa, entonces, delátenla y
desenmascárenla con su esposo. Si fue en su propia casa, ¿no estarían,
acechándola para sorprenderla? ¿Dónde queda la privacidad y el derecho a ella?
¿Quién sería peor, en todos los casos, ella o ellos? ¿No hay allí morbosidad y
mala fe? Eso es moralismo. Y no nos vamos a meter por ese camino.
Si estaba en adulterio, era, porque estaba casada. ¿Por qué el esposo
no está entre los acusadores? Tal vez estaría. ¡Que bochorno y humillación para
el pobre hombre!
La acusación es que fue
encontrada in fraganti. Pero, ¿dónde? In fraganti, no es suficiente. La
acusación tiene que ser completa. O, ¿era suficiente que los acusadores dijeran
que la habían encontrado, y, santa palabra? ¿Y las pruebas? Había que
mostrarlas.
Nadie pide las pruebas. No
las pide Jesús. No le interesaba. No era un juez. Podría decirse que se trataba
de vida privada, y esto era más que suficiente. Meterse más allá resultaría
delicado. De hecho, una de las pruebas tendría que ser el fulano con quien ella
estaba. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no lo llevaron? Según la ley del Levítico 20,
10, también le tocaba la misma suerte al hombre, pues dice el texto de la ley,
que: “Si un hombre comete adulterio
con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera”.
¿Entonces?
El libro de Deuteronomio era igual de preciso: (Dt. 22, 22:) “Si se sorprende a un hombre acostado con
una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la
mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal.” Se podría alegar
que el fulano no estaba casado, y, por lo tanto, no había cometido adulterio.
Podría ser, también, y es lógico, según la ley existente.
El adulterio se justifica y se condena sólo con una condición: que la
persona esté casada. De lo contrario, no es adulterio. Por lo visto, la mujer
de este texto estaba casada. Esta única condición nos obliga a mirar la
realidad social y religiosa de los judíos de la época, para ver en qué sale
favorecida la acusada, si es que sale con la frente en alto. Pero antes
busquemos pasajes paralelos o parecidos en las mismas Sagradas Escrituras, para
ilustrarnos desde ellos, y obtener mejor luces en nuestro recorrido y análisis.
Daniel
13:
Vivía en Babilonia un hombre llamado
Joaquín.
Se había casado con una mujer llamada
Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran
justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés.
Joaquín era muy rico, tenía un jardín
contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más
prestigioso de todos.
Aquel año habían sido nombrados jueces
dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor:
«La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías
del pueblo.»
Venían éstos a menudo a casa de Joaquín,
y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos.
Cuando todo el mundo se había retirado
ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido.
Los dos ancianos, que la veían entrar a
pasear todos los días, empezaron a desearla.
Perdieron la cabeza dejando de mirar
hacia el cielo y olvidando sus justos juicios.
Estaban, pues, los dos apasionados por
ella, pero no se descubrían mutuamente su tormento, por vergüenza de confesarse
el deseo que tenían de unirse a ella, y trataban afanosamente de verla todos
los días.
Un día, después de decirse el uno al
otro: «Vamos a casa, que es hora de comer», salieron y se fueron cada uno por
su lado.
Pero ambos volvieron sobre sus pasos y se
encontraron de nuevo en el mismo sitio. Preguntándose entonces mutuamente el motivo,
se confesaron su pasión y acordaron buscar el momento en que pudieran
sorprender a Susana a solas.
Mientras estaban esperando la ocasión
favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes,
acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse
en el jardín.
No había allí nadie, excepto los dos
ancianos que, escondidos, estaban al acecho.
Dijo ella a las doncellas: «Traedme
aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.»
Ellas obedecieron, cerraron las puertas
del jardín y salieron por la puerta lateral para traer lo que Susana había
pedido; no sabían que los ancianos estaban escondidos.
En cuanto salieron las doncellas, los dos
ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron: «Las puertas
del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente,
pues, y entrégate a nosotros.
Si no, daremos testimonio contra ti
diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus
doncellas.»
Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me
estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago,
no escaparé de vosotros.
Pero es mejor para mí caer en vuestras
manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor.»
Y Susana se puso a gritar a grandes
voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, y uno de ellos corrió a
abrir las puertas del jardín.
Al oír estos gritos en el jardín, los
domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, y cuando
los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos,
porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana.
A la mañana siguiente, cuando el pueblo
se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos
de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir.
Y dijeron en presencia del pueblo:
«Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a
buscarla, y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos
sus parientes.
Susana era muy delicada y de hermoso
aspecto.
Tenía puesto el velo, pero aquellos
miserables ordenaron que se le quitase el velo para saciarse de su belleza.
Todos los suyos lloraban, y también todos
los que la veían.
Los dos ancianos, levantándose en medio
del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza.
Ella, llorando, levantó los ojos al
cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios.
Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros
nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las
puertas y luego despachó a las doncellas.
Entonces se acercó a ella un joven que
estaba escondido y se acostó con ella.
Nosotros, que estábamos en un rincón del
jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos.
Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos
atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó.
Pero a ésta la agarramos y le preguntamos
quién era aquel joven.
No quiso revelárnoslo. De todo esto
nosotros somos testigos.» La asamblea les creyó como ancianos y jueces del
pueblo que eran. Y la condenaron a muerte.
Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh
Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú
sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir,
sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.»
El Señor escuchó su voz y, cuando era
llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel,
que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!»
Él, de pie en medio de ellos, respondió:
«¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin
evidencia a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio
que éstos han levantado contra ella!»
Todo el pueblo se apresuró a volver allá,
y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos
lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.»
Daniel les dijo entonces: «Separadlos
lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.»
Una vez separados, Daniel llamó a uno de
ellos y le dijo: «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los
delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los
inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: “No
matarás al inocente y al justo.”
Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol
los viste juntos.» Respondió él: «Bajo una acacia.»
«En verdad - dijo Daniel - contra tu
propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la
sentencia y viene a partirte por el medio.»
Retirado éste, mandó traer al otro y le
dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el
deseo ha pervertido tu corazón!
Así tratabais a las hijas de Israel, y
ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido
soportar vuestra iniquidad.
Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los
sorprendiste juntos?» Él respondió: «Bajo una encina.»
En verdad, dijo Daniel, tú también has
mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada
en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros.»
Entonces la asamblea entera clamó a
grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él.
Luego se levantaron contra los dos
ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso
testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que
ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se
salvó una sangre inocente.
Jilquías y su mujer dieron gracias a Dios
por su hija Susana, así como Joaquín su marido y todos sus parientes, por el
hecho de que nada indigno se había encontrado en ella.
Y desde aquel día en adelante Daniel fue
grande a los ojos del pueblo.
Famoso es el
caso de la casta Susana que hemos dado para ilustrar e ilustrarnos en el pasaje
de la adúltera, y, que todavía no hemos llegado a saber en nuestro análisis, si
en verdad lo era. Por lo menos en el caso presente del relato.
Faltaban las
pruebas. Faltaba el proceso del enjuiciamiento. Y nadie daba los elementos.
Tampoco los pedía Jesús. Realmente, no hubo testigos.
Sin embargo,
existe un detalle que resaltar en el caso de la acusación, además la falta de
toda prueba o evidencia, y a la que la acusada tenía derecho. Veamos, así, el
libro de los Números, donde se especifica lo que tenía que hacerse en casos
semejantes. Había que someterla a un rito frente al sacerdote. Y el caso tenía
que presentarlo el propio esposo, sobre todo, si había “celos” o sospechas de
engaño.
Números 5,
11-31:
Yahveh habló a Moisés y le
dijo:
«Habla a los israelitas.
Diles: Cualquier hombre cuya mujer se haya desviado y le haya engañado:
ha dormido un hombre con
ella con relación carnal a ocultas del marido; ella se ha manchado en secreto,
no hay ningún testigo, no ha sido sorprendida; si el marido es atacado de celos
y recela de su mujer, que efectivamente se ha manchado; o bien le atacan los
celos y se siente celoso de su mujer, aunque ella no se haya manchado; ese
hombre llevará a su mujer ante el sacerdote y presentará por ella la ofrenda
correspondiente: una décima de medida de harina de cebada. No derramará aceite
sobre la ofrenda, ni la pondrá incienso, pues es «oblación de celos», oblación
conmemorativa para recordar una falta.
El sacerdote presentará a la
mujer y la pondrá delante de Yahveh.
Echará luego agua viva en un
vaso de barro y, tomando polvo del pavimento de la Morada, lo esparcirá sobre
el agua.
Pondrá el sacerdote a la
mujer delante de Yahveh, le descubrirá la cabeza y pondrá en sus manos la
oblación conmemorativa, o sea, la oblación de los celos. El sacerdote tendrá en
sus manos las aguas de maldición y funestas.
Entonces, el sacerdote
conjurará a la mujer y le dirá: “Si no ha dormido un hombre contigo, si no te
has desviado ni manchado desde que estás bajo la potestad de tu marido, sé
inmune a estas aguas amargas y funestas.
Pero si, estando bajo la
potestad de tu marido, te has desviado y te has manchado, durmiendo con un
hombre distinto de tu marido...”
El sacerdote entonces
proferirá sobre la mujer este juramento, y dirá el sacerdote a la mujer: “...
Que Yahveh te ponga como maldición y execración en medio de tu pueblo, que haga
languidecer tus caderas e infle tu vientre.
Que entren estas aguas de
maldición en tus entrañas, para que inflen tu vientre y hagan languidecer tus
caderas.” Y la mujer responderá: “¡Amén, amén!”
Después el sacerdote escribirá
en una hoja estas imprecaciones y las borrará con las aguas amargas.
Hará beber a la mujer las
aguas de maldición y funestas, y las aguas funestas entrarán en ella para
hacérsele amargas.
El sacerdote tomará entonces
de la mano de la mujer la oblación de los celos, mecerá la oblación delante de
Yahveh y la presentará en el altar.
El sacerdote tomará de la
oblación un puñado, el memorial, y lo quemará sobre el altar, y le hará beber a
la mujer las aguas.
Cuando le haga beber de las
aguas, si la mujer está manchada y de hecho ha engañado a su marido, cuando
entren en ella las aguas funestas le serán amargas: se inflará su vientre,
languidecerán sus caderas y será mujer de maldición en medio de su pueblo.
Pero si la mujer no se ha
manchado, sino que es pura, estará exenta de toda culpa y tendrá hijos.
Este es el rito de los
celos, para cuando una mujer, después de estar bajo la potestad de su marido,
se haya desviado y manchado; o para cuando un hombre, atacado de celos, recele
de su mujer: entonces pondrá a su mujer en presencia de Yahveh y el sacerdote
realizará con ella todo este rito.
El marido estará exento de
culpa, y la mujer cargará con la suya.»
No pueden
faltar las preguntas. ¿No es esa nuestra metodología? ¿Entonces?
¿Quién
la vio? ¿Quién la encontró? ¿Dónde: en la sala, en la cocina, en el patio, en
el jardín, en la casa del vecino? ¿Dónde?
¿Las
pruebas? ¿Dónde está el compañero con quien ella estaba? ¿Era tan fuerte que se
les escapó, como el caso de Susana?
¿Fue
encontrada “in fraganti”, o es
que no quiso prestarle sus favores, como en el caso de Susana? ¿A quién no les
quiso ofrecer sus encantos, a uno, a dos, a muchos, a todos? ¿O el grupo fue
manipulado por un interesado herido en sus caprichos no satisfechos?
¿Quién acusa?
¿Dónde está el esposo?
Muy
inteligente, entonces, la actitud y silencio de Jesús. ¿No les parece?
Además,
el sacerdote tenía que hacer todo un rito. Y, Jesús, no hace oficios de
sacerdote. Tampoco de juez.
¿Por
qué se fueron, entonces, uno a uno, comenzando por los más viejos? ¿O es que
nadie quiere asumir las acusaciones?
Tenía
que quedar sin acusadores, sin duda. Tampoco, sin causa o motivo. Faltaban
muchos elementos que la comprometieran.
El
relato del evangelio de San Juan revela un detalle interesante. Presenta la
posibilidad de ponerle una trampita a Jesús, para tener de qué acusarlo, dice
el evangelista. Así, lo deja dicho, cuando le llevan la mujer a la presencia de
Jesús.
Si
es así, todo queda arreglado. Jesús les descubre la mentira, con su silencio.
Ahora,
bien. ¿Por qué la mujer se presta para semejante injusticia? Cuando Jesús le
dice, que “no peques más”, ¿le
está diciendo que no cometa más adulterios, que se deje de esas andanzas porque
está casada, o le está diciendo que se deje de ser falsa y mentirosa? ¿El
pecado al que se refiere Jesús es al adulterio o a la falsedad, o a la falta de
personalidad y dignidad como mujer y como persona? Buenas preguntas. Porque no
queda claro, por fin, a qué se refiere. Y se pone más interesante el presente
análisis. Porque esto nos obliga a buscar en el Antiguo Testamento para ver qué
hay de iluminador y revelador. Y hay bastante.
El
descubrimiento que hemos hecho no es vano. Es fundamentado. Y en las propias
Escrituras. Veamos lo que nos dice el profeta, en forma de reclamo:
Ezequiel
13:
La palabra de Yahveh me fue dirigida en
estos términos:
Hijo de hombre, profetiza contra los
profetas de Israel; profetiza y di a los que profetizan por su propia cuenta:
Escuchad la palabra de Yahveh.
Así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de los
profetas insensatos que siguen su propia inspiración, sin haber visto nada!
Como chacales entre las ruinas, tales han
sido tus profetas, Israel.
No habéis escalado a las brechas, no
habéis construido una muralla en torno a la casa de Israel, para que pueda
resistir en el combate, en el día de Yahveh.
Tienen visiones vanas, presagio mentiroso
los que dicen: «Oráculo de Yahveh», sin que Yahveh les haya enviado; ¡y esperan
que se confirme su palabra!
¿No es cierto que no tenéis más que
visiones vanas, y no anunciáis más que presagios mentirosos, cuando decís:
«Oráculo de Yahveh», siendo así que yo no he hablado?
Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Por
causa de vuestras palabras vanas y vuestras visiones mentirosas, sí, aquí estoy
contra vosotros, oráculo del Señor Yahveh.
Extenderé mi mano contra los profetas de
visiones vanas y presagios mentirosos; no serán admitidos en la asamblea de mi
pueblo, no serán inscritos en el libro de la casa de Israel, no entrarán en el
suelo de Israel, y sabréis que yo soy el Señor Yahveh.
Porque, en efecto, extravían a mi pueblo
diciendo: «¡Paz!», cuando no hay paz. Y mientras él construye un muro, ellos le
recubren de argamasa.
Di a los que lo recubren de argamasa: ¡Que
haya una lluvia torrencial, que caiga granizo y un viento de tormenta se
desencadene, y ved ahí el muro derrumbado! ¿No se os dirá entonces: «¿Dónde
está la argamasa con que lo recubristeis?»
Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Voy a
desencadenar en mi furor un viento de tormenta, una lluvia torrencial habrá en
mi cólera, granizos caerán en mi furia destructora.
Derribaré el muro que habéis recubierto de
argamasa, lo echaré por tierra, y sus cimientos quedarán al desnudo. Caerá y
vosotros pereceréis debajo de él, y sabréis que yo soy Yahveh.
Cuando haya desahogado mi furor contra el
muro y contra los que lo recubren de argamasa, os diré: Ya no existe el muro ni
los que lo revocaban,
los profetas de Israel que profetizaban
sobre Jerusalén y veían para ella visiones de paz, cuando no había paz, oráculo
del Señor Yahveh.
Y tú, hijo de hombre, vuélvete hacia las
hijas de tu pueblo que profetizan pro su propia cuenta, y profetiza contra
ellas.
Dirás: Así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de
aquellas que cosen bandas para todos los puños, que hacen velos para cabezas de
todas las tallas, con ánimo de atrapar a las almas! Vosotras atrapáis a las
almas de mi pueblo, ¿y vais a asegurar la vida de vuestras propias almas?
Me deshonráis delante de mi pueblo por
unos puñados de cebada y unos pedazos de pan, haciendo morir a las almas que no
deben morir y dejando vivir a las almas que no deben vivir, diciendo mentiras
al pueblo que escucha la mentira.
Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Heme
aquí contra vuestras bandas con las cuales atrapáis a las almas como pájaros.
Yo las desgarraré en vuestros brazos, y soltaré libres las almas que atrapáis
como pájaros.
Rasgaré vuestros velos y libraré a mi
pueblo de vuestras manos; ya no serán más presa en vuestras manos, y sabréis
que yo soy Yahveh.
Porque afligís el corazón del justo con
mentiras, cuando yo no lo aflijo, y aseguráis las manos del malvado para que no
se convierta de su mala conducta a fin de salvar su vida, por eso, no veréis
más visiones vanas ni pronunciaréis más presagios. Yo libraré a mi pueblo de
vuestras manos, y sabréis que yo soy Yahveh.
También le tocaba su buena parte a la
que decían que habían encontrado en adulterio. Como diciendo “toma tu ta’te
quieto”, también, al prestarse.
Mirando con sentido
comparativo los textos y tratando de relacionarlos encontramos, ciertamente,
muchos detalles reveladores, que a simple lectura no descubrimos. Hasta cierto
punto se podría decir que hay que mirarlos con lupa, porque hay cosas
entredichas que nos están manifestando todo su sentido teológico y de
inspiración teológica maravillosa. Como, de hecho, estamos constatando.
Así, resulta que del texto
de la adúltera, hay muchos elementos ocultos, pero manifiestos. Por un lado, se
trata de la falsedad y de la manipulación de las leyes existentes. Por otra, la
permanencia de la palabra de Dios, en toda su integridad y resonancia
existencial, con todo lo que ello implica, como lo es el hecho de la verdad, a
la que el evangelista hace alusión directa, en la persona de Jesús.
De hecho, leer el trozo del
evangelio del caso de la mujer adúltera sin todo el contorno bíblico
subyacente, es perdernos llegar a las fuentes del manantial y saborear de su
frescura.
De manera, pues, que para
ser fieles a los textos y al sentido de ellos, leídos en sentido global,
tenemos que volver al relato que nos ocupa.
Y el sentido ya lo expresa
el mismo evangelista (más bien, “la escuela joanea”, como suelen decir los
entendidos) en la parte conclusiva del mismo relato de la adúltera. Dice: “Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy
la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá
la luz de la vida.” (Jn 8, 12).
Ahí está toda la
justificación y propósito.
Sobre la luz del mundo, la
luz, la vida, la hora, gira todo el contexto del evangelio de San Juan. Y desde
esa óptica hay que leer este evangelio, sobre todo, el texto del caso de la
mujer adultera.
Tenemos que reconocer, muy a
pesar nuestro, sin embargo, que, lamentablemente muchas veces los textos no los
leemos en esa visión general de cada libro y autor. Y nos quedamos con el
poquito de agua que nos dan, sin atrevernos ir a la fuente. Espero que hayamos hecho,
por lo menos, el intento.
Tiene sentido y lógica que,
entonces, el relato de la adúltera se lea en esa visión. En donde, la clave es
la luz que nos manifiesta nuestra oscuridad; en la que la falsedad sale al
descubierto. ¿No lo es en el caso del relato que estamos releyendo? ¿Y en donde
Jesús es la luz, con su silencio y actitud? Pues parece.
Pero,
es suficiente. Dejémoslo de este tamaño, como se dice. Y es mejor que nos
quedemos con todo lo que hemos descubierto. Y es una lástima, porque en el caso
de que fuese cierto lo de la infidelidad de la mujer, nos tendríamos que meter
por la realidad del matrimonio en la mentalidad judía de la época. Y tendríamos
que hacer, más o menos, las siguientes preguntas:
En el comportamiento familiar de un judío, ¿quién elegía el novio?
¿La novia se casaba enamorada? ¿Cómo era el contrato matrimonial entre
los judíos? ¿Había amor entre los que se casaban? ¿Había verdadera elección
entre los jóvenes a la hora de escoger pareja? Y nos llevaría a justificar,
hasta cierto punto, la infidelidad. Ya que el matrimonio sería más contrato de
familia, y negocio, que amor. En donde el estar con un hombre por amor, sería
distinto, a estar por contrato y negocio de la familia. Y, entonces, ella
habría sido infiel al contrato de sus padres, más fiel a su corazón, que se
entregaba al hombre que ella misma habría elegido. Nos llevaría a hacer
filosofía de la infidelidad. Hubiese sido realmente muy emocionante.
Pero, como los resultados de nuestra inquietud, nos han llevado a
descubrir la posibilidad de una trampa, y parece serlo, entonces, no tenemos
más que detenernos. No tenemos alternativa. Una trampa para tener de qué
acusarlo, nos dice el evangelista.
Lucas 10,
38-42:
Yendo ellos de camino, entró en
un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.
Tenía ella una hermana llamada
María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta
estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te
importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.»
Le respondió el Señor: «Marta,
Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o
mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»
Este
relato del evangelio de San Lucas siempre es utilizado para resaltar la
importancia de la contemplación y de la escucha de la palabra de Dios. Pero,
mirando con detalle este pedacito de evangelio vamos a encontrar muchos
elementos muy interesantes que nos revelan cosas y elementos lógicos. Y, por
supuesto, que nos van a llevar a poner en tela de juicio, como se dice, la
tradicional manera de espiritualizar los acontecimientos.
El
primer cuestionamiento que tenemos que hacernos y que es, prácticamente,
nuestro patrón en este libro, es que ¿por qué tenemos siempre la manía de
espiritualizar cada texto leído de los evangelios? ¿Por qué?
Considero
que al espiritualizar muchos textos les estamos quitando su rica carga
teológica. Invito, a que en este caso, como en todos los que hemos estado
releyendo, no caigamos en la tentación inmediatista de espiritualizar, sino de
hacer el intento de hacer teología. Porque, no necesariamente, por el hecho de
hacer teología estamos desespiritualizando los textos. Al contrario. Al hacer
teología estamos extrayendo de ellos toda la riqueza espiritual que los mismos
contienen. No nos asustemos por eso. En ese sentido, se ha considerado oportuno
colocar una nota aclaratoria y un apartado completo al final de este libro,
para justificar toda nuestra metodología en este libro. Teología no es distinto
de espiritualidad. Y espiritualidad sin teología puede ser realmente muy
peligroso. No se oponen. Se necesitan y fundamentan. Véase el último capítulo.
Dediquémonos,
pues, al relato de la visita de Jesús a Marta y María.
Y
dejémonos sorprender de los hallazgos.
Sometamos a preguntas el texto
citado del Evangelio de San Lucas.
Cuando tenemos
una visita, ¿qué hacemos?
¿No
hacemos todo lo posible para que la visita se sienta a gusto? ¿No nos esmeramos
en atenderla lo mejor posible? Lo más natural es que hagamos la mejor comida
que podamos y sepamos hacer. Si tenemos una gallina gordita, que estábamos
engordando para una buena ocasión, disponemos de ella. La visita se lo merece.
¿No hacemos un tanto en circunstancias parecidas?
¿Los
dueños de casa no se desviven porque la visita se sienta cómoda? ¿Y, no es
nuestra mejor atención en la comida y en todos los detalles que esta supone?
En
el caso presente del relato de San Lucas, ¿Marta no estaba haciendo lo
correcto?
Si
lo que venimos preguntando es lógico, y lo es, ¿entonces, por qué Jesús, se
muestra contradictorio en la respuesta que le da a Marta, que se estaba
esmerando en atenderlo?
Por lo visto
Marta estaba atareada en la cocina.
Ahora
bien. ¿Quién estaba atendiendo bien a la visita, Marta o María? Aquí, se presta
para una doble respuesta. Se podría decir, que Marta al querer quedar bien y
por eso estaba atareada en los quehaceres. Pero, también, se podría decir, que
María porque estaba conversando con la visita. Y esta doble respuesta nos lleva
a una pregunta obligada: ¿Y quién va a preparar la comida, la mesa, quién va a
barrer, limpiar? ¿Quién va a disponer todo para que todo esté a punto y en su
punto? ¿Quién? ¿No estaba haciendo, entonces, Marta lo correcto? Si no, pues,
sentemos todos a conversar y no hagamos nada, y que no haya comida. ¡A ver si
con pura conversación se van a llenar!
¿O
estaba Marta haciendo lo menos indicado al querer atenderlos con los detalles
propios de una visita? ¿Entonces, por qué Jesús se muestra tan desconsiderado
en la respuesta que le da a Marta cuando ella quiere reclamarle a su hermana
María su comodidad y despreocupación? Pues, sentemos a conversar y que no coman
nada. Y se acabó.
Es
evidente, en este relato, la falta de coordinación de las anfitrionas. Lo más
lógico hubiese sido que ambas hermanas se turnaran, ya en la cocina y en los
quehaceres, ya en la conversación de los que estaban en la sala, o en el patio,
o en el corredor, o donde estuviesen sentados los de la visita. Una y una, y
así, las dos, simultáneamente. ¿O, no?
Por lo visto,
una hermana era muy hacendosa, y la otra, muy cómoda.
De
hecho, quien tenía todas las de ganar era quien estaba conversando. ¿No sucede
que nadie repara, a la hora de la chiquita, de quién prepara la comida?
Cuando
invitan a la mesa, porque ya todo está listo y preparado, todos se van a la
mesa, comen y siguen la tertulia o el tema que los entretiene en la
conversación, y por lo general, casi nadie se percata de quien preparó la
comida. Al contrario, más bien, todo el mundo sigue conversando y riendo porque
la cosa está interesante. Casi nadie se da cuenta de los detalles porque el
tema está muy bueno y la persona con quien mantenemos la conversación nos
resulta fascinante, entretenida, inteligente, divertida; además, se genera un
feeling natural con las personas que conversamos... ¿Y Marta no querría no
pasar desapercibida? ¿No la estarían olvidando? ¿No tenía ella derecho a
hacerse partícipe de esa afinidad bonita que se genera en una conversación? ¿O
era, simplemente, la cachifa?
¿Era
injusto el reclamo de Marta? ¿O es que, en cierta manera, ella también quería
llamar la atención? Como diciendo: miren que yo también estoy aquí.
Lo
más lógico, para pensar, es que quien se iba a llevar todos los puntos era, sin
duda, María, la conversadora, la anfitriona, la que se había instalado a
conversar. ¡Muy bonito, no! Sí. Pero, se iban a ir bien llenitos y la otra se
iba a llevar todas las buenas impresiones. ¡Muy bonito! ¡No es justo!
Entonces, resulta
lógico el reclamo de Marta.
Otro
detalle importante de resaltar es que no había allí nadie que le diera la mano
a Marta. O sea, que por lo que se desprende del texto, todos se instalaron a
conversar.
¿Y
las mujeres que estarían en el grupo, además de Marta y María, las anfitrionas,
no eran consideradas, ni en lo más mínimo? ¿Por qué no ayudaban? Mejor dicho,
¿ayudaban? Por el reclamo de Marta, pareciera que no.
Porque,
si nos detenemos con atención, Jesús no andaba sólo. Siempre iba con él un buen
grupo. Mínimo, doce. Es decir, que aquella visita era, por lo menos de trece
personas, contando a Jesús, por supuesto.
Tenía
razón Marta de quejarse. ¡Atender a trece personas! Todo un equipo completo de
fútbol. ¡Y con dos en la banca! Perdón, tres, porque había que añadir también a
María. ¡No se iba a quejar la pobre Marta!
Además,
María, la madre de Jesús, quien, según cuentan los mismos Evangelios siempre
andaba con ellos, ¿dónde estaba? ¿Por qué no daba una ayudadita? ¿No era su
fama de ser muy buena y santa? ¿No constituye en el ser de mujer que ellas
cuando llegan a una casa, van a la cocina y se hacen solidarias y siempre
ayudan? ¿Dónde estaban las otras mujeres que andaban en el grupo? Y, de seguro,
que iría un grupito de ellas. El evangelista lo dice en alguna otra parte.
¿Entonces?
¿Entonces?
Otro
detalle sería la edad de María: ¿Y, si, era mayor? ¿Y, si, estaba vieja y tanto
quehacer le fatigaba? ¿Estaría enferma?
Los
Evangelios insisten en que Jesús siempre andaba acompañado. Por lo menos, doce
siempre estaban con él. También la madre de Jesús. Luego, con Jesús, debería
ser catorce la comitiva. Doce, los apóstoles; María y el propio Jesús: catorce.
Crecidito el número. ¡Vaya visita!
Tal
vez, una gallina no sería suficiente para el almuerzo. Con toda seguridad
aquella sopa habría que disimularla con muchas verduras, para que por lo menos
pudiesen comer todos. ¡Vaya problema! Y, además, de eso, ¿No ayudan? Tampoco.
El mismo Lucas
nos cuenta que a Jesús lo acompañaban algunas mujeres. Lucas 8, 1-3: “Y sucedió a continuación que iba por
ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino
de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de
espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían
salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes,
Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.”
De
manera, que si sumamos, el número crece. No dejaría de haber algún que otro
coleado, como siempre sucede.
Entonces,
¿tenía o no tenía razón Marta de quejarse?
Por
lo que se desprende de lo que venimos anotando, sin ninguna duda, tenía toda la
razón.
¿Significa, entonces, que tomar la posición de mal poner a Marta y
engrandecer a María, apoyándose en la respuesta de Jesús, es espiritualizar el
contenido del relato evangélico? “Para que digo que no, si sí”.
O sea, que, ¿tiene otro trasfondo
la escena de la visita a Marta y María del Evangelio de San Lucas? Buena
pregunta.
Para responder a esta otra nueva inquietud, tenemos que volver al
texto, y tratar de averiguar de qué podrían estar hablando en aquella visita.
Tendría que ser muy bueno el tema que los entretenía, porque, de hecho, María
estaba oyendo la palabra de Jesús, como nos lo dice el mismo texto lucano, y
Marta, quería hacerse partícipe también. Por algo, se estaría quejando Marta,
no tanto, por sus quehaceres, sino porque la conversación tendría que ser muy
interesante. ¿La iban a dejar afuera?
¿Cuál sería el tema de la conversación?
La respuesta que todo el mundo daría, de manera inmediata (por eso
digo “inmediatista”) es que estaba hablando palabra de Dios. Y resulta, que no era
palabra de Dios, de manera directa. Era la palabra de Jesús, que es muy
distinto. Es decir, que, ¿no era palabra de Dios por la que estaba tan
ensimismada María? Aunque por se palabras de Jesús, nos lleva a decir, de
manera relacional que era palabra de Dios, porque, qué otras podrían ser las
palabras de Jesús.
¿Cuál
sería el posible tema del que estaría conversando Jesús en el caso de la visita
a estas dos hermanas?
Muy sencillo:
el mismo tema del que hablaría Jesús. No otro.
O sea, ¿la
palabra de Dios?
Porque,
de hecho, ese es el resultado de una interpretación inmediatista, en contra de
un activismo plasmado en la actividad de Marta. El problema de una
interpretación tal es la tendencia a espiritualizar los textos y
acontecimientos evangélicos. Porque se diría, y se dice con tanta frescura y
facilidad, que es más importante que estemos atentos a la escucha de la palabra
de Dios, como lo estaba haciendo María.
Pero no.
La
cosa va más allá. Jesús estaba hablando de política. Y su tema era netamente
político.
Sí. Ese era el
tema. No podía ser otro.
Si
miramos todo el contenido ideológico, y, más aún, teológico de las Sagradas
Escrituras, el tema de Jesús no era otro que el de la política. Jesús estaba
hablando de que era el Mesías que estaba esperando el pueblo de Israel. Pero el
Mesías que se estaba esperando según el proyecto de Dios. Y con toda seguridad,
el tema tenía que ser por de más interesante y emocionante.
Por
consiguiente, María tenía que estar escuchando fascinada las observaciones y
novedades de lo que estaría conversando Jesús, en aquella visita. Los doce que
lo acompañaban, algo entenderían, en la inmediatez de los acontecimientos. Por
eso mismo lo seguían.
Porque
el tema de la salvación no es otro que política. Era la política del plan de
salvación, proyectado desde la creación del mundo, como señalan insistentemente
los autores bíblicos. El problema estaba en que los judíos estaban esperando un
segundo David para instaurar el nuevo reino de Israel, al estilo histórico y
práctico, del que ellos tenían experiencia y conocimiento. Pero Jesús les
estaba hablando del verdadero Mesías, el liberador y libertador, según el
proyecto de Dios. Y con toda seguridad la conversación tenía que ser por de más
interesante.
Había
que escuchar su planteamiento. Nuevo, pero continuado en todas las Escrituras,
porque no hay discontinuidad en la teología de las Escrituras. Y, ciertamente,
esto es palabra de Dios. Es decir, toda la teología intrínseca de la tradición
del pueblo de Israel.
Por ahí podría
ir la cosa.
Y ese era el
tema de conversación.
Ese
hallazgo nos lleva inmediatamente a preguntarnos, entonces, ¿no sería María mas
activa, en su aparente pasivismo, en la conversación de Jesús en aquella
visita? Porque si resulta lógico, y, lo es, María, estaba muy interesada en la
política del pueblo de Israel. Tal vez, María, como muchas otras mujeres de la
historia de su pueblo, estaba tomando parte activa en la liberación que se
estaba necesitando. Y, esto, nos lleva a mirar a tantas otras mujeres de Israel
que habían tomado posición militante y activa, como Rut, Débora, Esther, y,
muchas otras. ¿No se hallaría, María, en situación semejante, luego, no sería
su aparente pasivismo un activismo de ideas y de ideología liberadora? Y al
escuchar a Jesús, en aquella visita, ¿no estaría tomando ideas y alimentado sus
esperanzas liberadoras? Parece lógico.
Este
detalle hace que veamos a María con cierto interés. Tal vez, nuevo y novedoso.
Detalle que torna fascinante la pasividad de María. Quizás, no era tan pasiva,
como parece a primera vista.
Una cosa, sin embargo, queda para la libre
interpretación. Y es que Jesús no especifica cuál es la mejor parte.
Le
respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y
hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena,
que no le será quitada.»
Se
sobre entiende, que la parte de escucharlo. Pero no lo dice claramente. ¿A cuál
mejor parte se refiere, a la de escucharlo, o a la de quejarse e inquietarse
como lo estaba haciendo Marta? Porque, de hecho, Jesús no le está diciendo, que
deje de ser activa y deje los quehaceres en los que Marta se haya ocupada, sino
que le dice que no se preocupe y no se agite por muchas cosas. Podría ser como
posibilidad.
¿Será
la mejor parte no inquietarse por tantas cosas o tomarse las cosas con calma?
Más
aún, ¿Marta se hallaba afanada y no hallaba paz en su preocupación, o, María,
se tomaba las cosas con más tranquilidad? ¿Cuál es la parte buena, que no se le
quitará a María? No queda claro. Tampoco lo dice. Aunque, la primera reacción y
respuesta pareciera que es la quietud de María. Tal vez.
Todo es
posible.
Jesús
dice que sólo una cosa es necesaria, pero no dice cuál es. ¿O, sí lo dice?
Por fin, ¿en
qué quedamos?
Entonces,
¿activismo en contra de contemplación? ¿Más María, menos Marta; o, más Marta,
y, menos María? No se ve que tenga que ser así. No se trata de antagonismos ni
de opuestos. ¿Por qué tendría que ser así? No creo que por allí vaya la
verdadera interpretación.
Lo
que sí queda claro es que el haber abordado el tema, como lo hemos hecho, es
enriquecedor. Saque cada cual sus conclusiones. “Ni lo uno, ni lo otro, sino
los dos juntos”, o como dijera alguien que no quiera comprometerse: “ni lo uno,
ni lo otro, sino todo lo contrario”.
De
todas maneras, lo tratado aquí, por ahora, no es suficiente. La solución la
vamos a encontrar en el capítulo siguiente de este libro, siguiendo la línea de
los evangelios donde se trata y se nos da el texto del padrenuestro. O sea,
¿qué todavía falta?
Pues, sí.