viernes, 30 de diciembre de 2016

Lo que aparece en los
Evangelios
(pero que  no se dice)
Tomo I


P. Daniel Albarrán


  
Título Original: Lo que aparece en los Evangelios (pero que no se dice) – tomo I -

Autor: Daniel Albarrán

ISBN 980121974 (obra completa)
Depósito legal lf: 081-2005 200 353


Escrito en Barcelona, Anzoátegui, Venezuela

Escrito en el mes de agosto de 2004.

Explicación, justificación, metodología

y demás para leer este libro

 

Existen muchas maneras de leer los textos de los evangelios. Hay quien los lee para encontrar respuestas concretas en casos concretos de la vida. Hay quien los lee para prepararse espiritualmente y disponerse mentalmente al encuentro con Dios.
Otros escuchan hablar de los evangelios cuando van al templo a participar de las Misas, con cierta, con regular o con baja frecuencia. Otros los leen porque pertenecen a un grupo de la Iglesia, sea la denominación que sea.
Leen los evangelios los sacerdotes en los templos católicos. Leen los evangelios los pastores en los templos de sus múltiples denominaciones. Cada uno extrae lo que considera necesario para la vida, tanto personal del que los lee, como para la vida de los que asisten al templo, al culto, a la oración, o a lo que acudan.
Así, los evangelios se han convertido para muchos en una herramienta de incalculable valor.
Hay quien los interpreta de manera espiritual. Otros, con sentido espiritualista. Otros, con sentido realista. Unos, muy elevados; otros, menos elevados; otros, al pie de la letra; otros, que se aventuran un poquito más y se arriesgan a escudriñar y les sacan más provecho. Y desde la posición y postura que asuman frente a ellos, se escuchan tales o cuales reflexiones. Unas muy enriquecedoras, otras menos; otras, inclusive, moralistas. Para todo se prestan los evangelios, sin duda. Da para todos los gustos y para todas las posturas. Y todos pueden justificar tal o cual posición, e, inclusive, las fundamentan. Y también, los evangelios dan para ello.
Sin embargo, hay cosas de los evangelios que están explícitas, dichas en cada texto que se lee de ellos y en ellos, pero, muchas veces no hemos tenido la osadía, o el atrevimiento, o el tiempo de ahondarlos. Sea por la razón que sea.
De eso trata este libro que lleva por título Lo que aparece en los Evangelios (pero que no se dice).
Este libro tiene la osadía y atrevimiento, además del tiempo, de dedicarse a esos textos subyacentes en los mismos textos de los Evangelios, que leemos todos los días. Muchas veces hasta nos conocemos los textos casi de memoria. Y, apenas, el que los lee de manera pública dice una palabra clave, ya, muchas veces, sabemos de qué se trata el contenido que continúa. Ya los sabemos. Gracias a Dios, que tenemos conocimiento y cultura de los textos evangélicos.
Pero, hay cosas ocultas en esos mismos trozos. No les damos importancia, o, las suponemos como sabidas y conocidas. Pasamos por encima de ellos. Y esa práctica o costumbre, nos está quitando la posibilidad de enriquecernos.
Partiendo de ese hecho, nos dedicamos a esos contenidos ocultos, pero presentes en muchos de los textos de los Evangelios. De eso trata este libro. De lo que aparece oculto, pero que aparece, en los Evangelios. Además, se trata de ser fieles a la invitación del mismo Concilio Vaticano II en la Dei Verbum 12, como igualmente se exhorta en la Encíclica Verbum Domini en el número 42, especialmente; e impulsa y promueve y hace él mismo Papa Benedicto XVI en su colección Jesús de Nazaret (de los años 2005 y 2011, respectivamente).
Le dedicamos un tiempo a cada texto extraído que contiene realidades ocultas. Todos los tienen, pero hemos seleccionado sólo algunos.
Puede resultar una sorpresa.
La metodología que se utiliza es la de no dar por sabido, ni supuesto los textos que entresacamos. Hacemos preguntas y más preguntas a cada pedacito de texto y nos aventuramos a exprimirlos al máximo, desde nuestras limitaciones. Ya verán los resultados.
Es una lectura nueva de los textos de los Evangelios.
La novedad consiste en la metodología, que es la de la pregunta. Desde la pregunta se relaciona con los paralelos y desde ellos, y con ellos, llegamos a descubrimientos sorprendentes. Descubrimientos de cosas y elementos dichos y expresos ya en cada texto seleccionado, pero ocultos. Aquí está nuestra osadía y atrevimiento.
Advertimos que puede ser peligroso y arriesgado para la persona que lea este libro que no tenga la capacidad de tener paciencia. Habrá cosas y elementos que al principio le van a resultar escandalosos. Pero, sí tiene un poco de paciencia y de sentido de la relación que se vaya haciendo, va a llegar al final de cada apartado con mucha alegría y satisfacción. Y se va a alegrar de continuar la lectura.
Si, por el contrario, se asusta con lo que vaya leyendo y descubriendo, puede terminar en crisis de fe, y, tal vez, de crisis existencial sobre su verdadera fe. Pueda que llegue a cuestionarse y a dudar de lo que va a ir descubriendo, y, a este punto, puede serle dañino.
Si en un apartado las cosas le resultan demasiado atrevidas, tenga paciencia. Se trata de la metodología.
Si en algunos datos y elementos no está acostumbrado a ver las cosas como se estén viendo, téngalo por seguro, que si continúa se va a reír de su reacción. Y llegará, poco a poco, a identificarse con el estilo, la manera y la metodología.
En algunos momentos, pueda, que peligre su sentido de fe. No se asuste. Este libro está escrito bajo el estricto sentido de la fe de la Iglesia y bajo las luces del Magisterio de la Iglesia. Tal vez, en ese preciso momento, tenga que recordar que se trata de una manera, quizás, nueva de leer los evangelios. Ahí está lo novedoso. Tal vez.
         Otro detalle importante de tener en consideración: el título podría hacer pensar que se trata de los libros apócrifos, o algo parecido. No. No se trata de eso. Al contrario, aún cuando pudiese pensarse así, antes de leer este libro, no tiene ni contiene nada que se acerque a los evangelios apócrifos. Su inspiración y fuente son los evangelios aprobados por la Iglesia y el canon de interpretación del Magisterio de la Iglesia.
En todo caso, los dos últimos capítulos le van a refrescar el verdadero sentido de la fe y en ellos va a encontrar la paz, que, tal vez, pueda perder en el camino y transcurso de la lectura.
Paciencia, paciencia, será el recordatorio. Y, lógicamente, mucha atención.
Pongo en sus manos un aporte. Téngalo presente siempre.
        


“Proclama mi alma la grandeza del Señor...”


Lucas 1, 39-58:

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”
Y dijo María: “Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.  Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.”
María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.
Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo.
Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella.

Análisis y comparación del texto:


Por muchas razones el texto del Magnificat puesto en la boca de María es continuación de la mentalidad de todo el Antiguo Testamento. El autor lucano toma su contenido, y sobre todo, su concepto de intervención de Dios en la historia del pueblo de Israel y lo coloca en los labios de María.
Surge de inmediato un centenar de preguntas:
¿María pronunció verdaderamente ese texto? ¿De dónde toma el autor lucano esa versión y ese detalle? ¿Esa inserción del cántico del Antiguo Testamento es más una comprensión global de las Escrituras o, realmente, sucedió así? ¿María conocía el cántico citado? ¿Lo citó? ¿Lo cantó, igualmente? O, ¿es recurso del autor y de la comunidad lucana para engrandecer la figura de María?
Tradicionalmente la Iglesia ha mantenido que estas palabras fueron dichas textualmente por María. ¿Será, fue y es así?
Recordemos que los Evangelios fueron escritos mucho tiempo después de los acontecimientos y no en la inmediatez de lo sucedido. Es decir, que no se trataba de una crónica. Porque de considerar que es una crónica, entonces, no se puede dudar que las cosas sucedieron tal como aparecen en el texto bíblico. Además, no podemos negar el propósito del autor, como tampoco la continuidad de la inspiración divina en el plan de Salvación, que es, al fin y al cabo, todo el contenido de las Sagradas Escrituras. Lo segundo es lo más importante y la clave de todo. En otras palabras, de la teología hecha desde los acontecimientos históricos concretos, como lo hacía el autor del Evangelio de San Lucas.

Elementos aparentemente contradictorios del hecho:


Si nos detenemos en el cántico citado vamos a encontrar muchos elementos que contradicen y que desdicen de la figura de María, en caso de que ella lo haya cantado en la visita a su prima Isabel.
La primera contradicción es que María, en vez, de ser la humilde que se pretende enseñar y mostrar, tras la cita y acontecimiento, es todo lo contrario. No tiene nada de humildad. Porque, ¿cómo va a decirse ella misma que Dios es grande porque puso los ojos en ella? Como queriendo decir que Dios es grande porque ha mirado, precisamente, su humildad. Como queriendo decir, también, que Dios hizo justicia, justamente, porque se fijó en ella. ¿No es eso jactancia, soberbia y fanfarronería?
El segundo elemento es que desde ese momento la van a llamar bienaventurada. Como felicitándose ella misma. ¿Eso no desdice de una verdadera humildad? ¿Qué podría estar creyéndose esa muchacha de Israel?

Las citas del Antiguo Testamento donde aparece el cántico del Magnificat:


Ciertamente el cántico de María del Evangelio de San Lucas se inspira en el cántico de Ana que aparece en el primer libro de Samuel (1 Sam. 2, 1-10).
Veamos el contexto del hecho, en el caso de Ana (1 Sam. 1; 2,1-11):

Hubo un hombre de Ramatáyim, sufita de la montaña de Efraím, que se llamaba Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita.
Tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Peninná; Peninná tenía hijos, pero Ana no los tenía.
Este hombre subía de año en año desde su ciudad para adorar y ofrecer sacrificios a Yahveh Sebaot en Silo, donde estaban Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí, sacerdotes de Yahveh.
El día en que Elcaná sacrificaba, daba sendas porciones a su mujer Peninná y a cada uno de sus hijos e hijas, pero a Ana le daba solamente una porción, pues aunque era su preferida, Yahveh había cerrado su seno.
Su rival la zahería y vejaba de continuo, porque Yahveh la había hecho estéril.
Así sucedía año tras año; cuando subían al templo de Yahveh la mortificaba. Ana lloraba de continuo y no quería comer.
Elcaná su marido le decía: «Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?»
Pero después que hubieron comido en la habitación, se levantó Ana y se puso ante Yahveh. - El sacerdote Elí estaba sentado en su silla, contra la jamba de la puerta del santuario de Yahveh.
Estaba ella llena de amargura y oró a Yahveh llorando sin consuelo, e hizo este voto: «¡Oh Yahveh Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí, no olvidarte de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré a Yahveh por todos los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza. »
Como ella prolongase su oración ante Yahveh, Elí observaba sus labios.
Ana oraba para sí; se movían sus labios, pero no se oía su voz, y Elí creyó que estaba ebria, y le dijo: «¿Hasta cuándo va a durar tu embriaguez? ¡Echa el vino que llevas!»
Pero Ana le respondió: «No, señor; soy una mujer acongojada; no he bebido vino ni cosa embriagante, sino que desahogo mi alma ante Yahveh.
No juzgues a tu sierva como una mala mujer; hasta ahora sólo por pena y pesadumbre he hablado. »
Elí le respondió: «Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido. »
Ella dijo: «Que tu sierva halle gracia a tus ojos.» Se fue la mujer por su camino, comió y no pareció ya la misma.
Se levantaron de mañana y, después de haberse postrado ante Yahveh, regresaron, volviendo a su casa, en Ramá. Elcaná se unió a su mujer Ana y Yahveh se acordó de ella.
Concibió Ana y llegado el tiempo dio a luz un niño a quien llamó Samuel, «porque, dijo, se lo he pedido a Yahveh».
Subió el marido Elcaná con toda su familia, para ofrecer a Yahveh el sacrificio anual y cumplir su voto, pero Ana no subió, porque dijo a su marido: «Cuando el niño haya sido destetado, entonces le llevaré, será presentado a Yahveh y se quedará allí para siempre.»
Elcaná, su marido, le respondió: «Haz lo que mejor te parezca, y quédate hasta que lo destetes; así Yahveh cumpla su palabra.» Se quedó, pues, la mujer y amamantó a su hijo hasta su destete.
Cuando lo hubo destetado, lo subió consigo, llevando además un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino, e hizo entrar en la casa de Yahveh, en Silo, al niño todavía muy pequeño.
Inmolaron el novillo y llevaron el niño a Elí y ella dijo: «Óyeme, señor. Por tu vida, señor, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, orando a Yahveh.
Este niño pedía yo y Yahveh me ha concedido la petición que le hice.
Ahora yo se lo cedo a Yahveh por todos los días de su vida; está cedido a Yahveh.» Y le dejó allí, a Yahveh. Entonces Ana dijo esta oración: «Mi corazón exulta en Yahveh, mi cuerno se levanta en Dios, mi boca se dilata contra mis enemigos, porque me he gozado en tu socorro[1].
No hay Santo como Yahveh, (porque nadie fuera de ti), ni roca como nuestro Dios.
No multipliquéis palabras altaneras. No salga de vuestra boca la arrogancia. Dios de sabiduría es Yahveh, suyo es juzgar las acciones.
El arco de los fuertes se ha quebrado, los que tambalean se ciñen de fuerza.
Los hartos se contratan por pan, los hambrientos dejan su trabajo. La estéril da a luz siete veces, la de muchos hijos se marchita.
Yahveh da muerte y vida, hace bajar al Seol y retornar.
Yahveh enriquece y despoja, abate y ensalza.
Levanta del polvo al humilde, alza del muladar al indigente para hacerle sentar junto a los nobles, y darle en heredad trono de gloria, pues de Yahveh los pilares de la tierra y sobre ellos ha sentado el universo.
Guarda los pasos de sus fieles, y los malos perecen en tinieblas, (pues que no por la fuerza triunfa el hombre).
Yahveh, ¡quebrantados sus rivales! el Altísimo truena desde el cielo. Yahveh juzga los confines de la tierra, da pujanza a su Rey, exalta el cuerno de su Ungido.»
Partió Elcaná para Ramá, y el niño se quedó para servir a Yahveh a las órdenes del sacerdote Elí.

¿En el caso de María, ella se estaba igualando a Ana?
NO. María no estaba pidiendo un hijo. Tampoco era estéril. Son dos casos distintos y opuestos. Sin duda. En el caso de Ana se trataba de una especie de promesa y de su cumplimiento. María no estaba pidiendo nada y por consiguiente no tenía ningún ofrecimiento que hacer, mucho menos nada qué cumplir a cambio de un favor recibido.

La presencia de Dios en la historia de Israel, herencia lucana:

Es evidente, según los textos comparados, las diferencias de circunstancias. María se hallaba en un momento histórico distinto.
Pero, la pregunta se mantiene: ¿María pronunció el cántico citado en el Evangelio de San Lucas? ¿Por lo menos, en la visita a la prima Isabel? Que María haya conocido la historia de Ana y el fervor de su ruego y cántico, no cabe la menor duda, al ser una judía conocedora de la historia de su propio pueblo, y ser continuadora de las tradiciones de sus mayores.
La pregunta concreta es, en este caso: ¿en el hecho de la visita a Isabel, lo pronunció? ¿Es fiel el espíritu lucano, veterotestamentario, por supuesto, y más aún convertido al mensaje cristiano y de los doce a los acontecimientos históricos? Pregunta y cuestionamiento interesantes.
No podemos olvidar que cuando alguien escribe tiene una herencia, una tradición y un entorno histórico y social que lo marcan. En el Evangelio de San Lucas no se puede negar esa influencia. La herencia, toda la historia del pueblo de Israel. La tradición, la fidelidad a esa historia. El entorno social e histórico, la continuidad permanente del plan de salvación. Pero con una novedad: la real y evidente continuidad en los nuevos tiempos, que empezaban con María, sin perder su relación al pasado histórico. Esa es la nota característica de los evangelios, en donde Lucas no es la excepción, sino su confirmación.
Es, entonces, cuando el autor lucano se mantiene en la fidelidad, con la novedad que le caracteriza y coloca en los labios de María, toda la tradición de la esperanza del proyecto de salvación, trazado en todas las Escrituras. E, inspirándose en esa tradición coloca en sus labios toda la fidelidad de la historia del pueblo de Israel, en la que los pobres están encarnados, plasmados y realizados en la Hija de Sión, según se desprende del libro de Deuteronomio, del Génesis, de Sofonías y de muchos otros textos, por de más conocidos por la comunidad lucana, veterotestamentaria y convertida al cristianismo.
Así, María, es la encarnación de la continuidad de la historia del pueblo de Israel, conocedor de la constante intervención de Dios.
Lucas, o su autor, (por eso se dice el autor lucano, para insistir en que es la comunidad de creyentes, judíos fieles al plan de Dios, convertidos) exulta de gozo, en las palabras de la historia, en el hecho de la visita de María a su prima Isabel. Que María haya dicho y pronunciado el cántico del Magnificat, en ese preciso momento, es lo menos importante. Más bien, se trata de plasmar en ella la continuidad de la historia y de la fidelidad de Dios en su plan.
El momento de la visita a Isabel era la gran oportunidad para resaltar la historia. Y la historia, es la del proyecto de Dios encarnado en ella. Aquí está la grandeza del Magnificat, que no es otra cosa que el cántico de la fidelidad de la historia del plan de Dios. Es, entonces, cuando es admirable el hilo conductor de la inspiración de las Escrituras, en el que el autor lucano, se convierte en el paradigma y sujeto resaltador de los acontecimientos, continuados y sin separación o rompimiento. Todo lo contrario. El autor lucano resalta la historia en el hecho de la visita de María a Isabel. Menos mal, porque, de lo contrario, María saldría mal parada si ese cántico fuese su exclusividad y autoría.
La originalidad del Magnificat está, sin duda, en la fidelidad de la historia del pueblo de Israel, y sobre todo, del nuevo pueblo de Israel, es decir, del cristianismo, que ha sabido ser intérprete, precisamente, de la historia. Pero, de la historia en continuidad, y no de historia en el sentido de tradicionalismo, por lo general, hermético y cerrado. Ahí está, justamente, la división y la diferencia del antiguo del nuevo pueblo de Israel. Y del que Lucas o su autor es el reflejo y su testimonio.
El autor lucano se convierte, entonces, en la gloria a la fidelidad, en boca y labios de María. Y en donde los textos que permanecen, en su fidelidad, no son otros que los que a continuación se dan.

Textos en su sentido de fidelidad en la mentalidad lucana:


Deuteronomio: 7, 6-ss:

“Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra.
No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado Yahveh con mano fuerte y os ha librado de la casa de servidumbre, del poder de Faraón, rey de Egipto.
Has de saber, pues, que Yahveh tu Dios es el Dios verdadero, el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos, pero que da su merecido en su propia persona a quien le odia, destruyéndole. No es remiso con quien le odia: en su propia persona le da su merecido.
Guarda, pues, los mandamientos, preceptos y normas que yo te mando hoy poner en práctica.
Y por haber escuchado estas normas, por haberlas guardado y practicado, Yahveh tu Dios te mantendrá la alianza y el amor que bajo juramento prometió a tus padres.
Te amará, te bendecirá, te multiplicará, bendecirá el fruto de tu seno y el fruto de tu suelo, tu trigo, tu mosto, tu aceite, las crías de tus vacas y las camadas de tus rebaños, en el suelo que a tus padres juró que te daría.
Serás bendito más que todos los pueblos. No habrá macho ni hembra estéril en ti ni en tus rebaños.
Yahveh apartará de ti toda enfermedad; no dejará caer sobre ti ninguna de esas malignas epidemias de Egipto que tú conoces, sino que se las enviará a todos los que te odian.

Génesis 15, 1-ss:

Después de estos sucesos fue dirigida la palabra de Yahveh a Abram en visión, en estos términos: «No temas, Abram. Yo soy para ti un escudo. Tu premio será muy grande.»
Dijo Abram: «Mi Señor, Yahveh, ¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?.»
Dijo Abram: «He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de mi casa me va a heredar. »
Mas he aquí que la palabra de Yahveh le dijo: «No te heredará ése, sino que te heredará uno que saldrá de tus entrañas. »
Y sacándole afuera, le dijo: «Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.» Y le dijo: «Así será tu descendencia. »
Y creyó él en Yahveh, el cual se lo reputó por justicia.
Y le dijo: «Yo soy Yahveh que te saqué de Ur de los caldeos, para darte esta tierra en propiedad. »
Él dijo: «Mi Señor, Yahveh, ¿en qué conoceré que ha de ser mía?»
Díjole: «Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón. »
Tomó él todas estas cosas, y partiéndolas por medio, puso cada mitad enfrente de la otra. Los pájaros no los partió.
Las aves rapaces bajaron sobre los cadáveres, pero Abram las espantó.
Y sucedió que estando ya el sol para ponerse, cayó sobre Abram un sopor, y de pronto le invadió un gran sobresalto.
Yahveh dijo a Abram: «Has de saber que tus descendientes serán forasteros en tierra extraña. Los esclavizarán y oprimirán durante cuatrocientos años.
Pero yo a mi vez juzgaré a la nación a quien sirvan; y luego saldrán con gran hacienda.
Tú en tanto vendrás en paz con tus padres, serás sepultado en buena ancianidad.
Y a la cuarta generación volverán ellos acá; porque hasta entonces no se habrá colmado la maldad de los amorreos. »
Y, puesto ya el sol, surgió en medio de densas tinieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos.
Aquel día firmó Yahveh una alianza con Abram, diciendo: «A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el Río Grande, el río Eufrates:
los quenitas, quenizitas, cadmonitas,
hititas, perizitas, refaítas,
amorreos, cananeos, guirgasitas y jebuseos. »

Génesis 17, 1-9:

Cuando Abram tenía 99 años, se le apareció Yahveh y le dijo: «Yo soy El Sadday, anda en mi presencia y sé perfecto.
Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y te multiplicaré sobremanera. »
Cayó Abram rostro en tierra, y Dios le habló así:
«Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos.
No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido.
Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti.
Y estableceré mi alianza entre nosotros dos, y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: una alianza eterna, de ser yo el Dios tuyo y el de tu posteridad.
Yo te daré a ti y a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos. »
Dijo Dios a Abraham: «Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación.
Sofonías 2, 3:

Buscad a Yahveh, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el Día de la cólera de Yahveh.

Ahí estaba la fidelidad.
Lucas es fiel. Lucas es el nuevo intérprete de esa fidelidad en la historia.
Y, María, es la encarnación de esa fidelidad en la mentalidad del autor lucano, por eso ella tenía que entonar el cántico de esa fidelidad, nueva y reinterpretada en la historia de los nuevos acontecimientos del nuevo pueblo de Israel.



[1] Véase Salmos 2, 18; Isaías 61, 10; Levítico 18, 3; Salmos 18, 3;; Isaías 40, 29; Salmos 113, 9; Isaías 54, 1; 2 Reyes 5, 7; Deuteronomio 32, 39; Sabiduría 16, 13; Tobías 131, 2; Job 9, 6; 38, 6; Salmos 98, 9.

Jesús perdido en el Templo

 

Lucas 2, 41, 52:

Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.
Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.
Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.
Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.
Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.»
Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»
Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.
Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Detalles ocultos y lógicos del hecho:


Existen en este relato muchos detalles realmente interesantes que valen la pena resaltar. No es necesario forzarlos. Simplemente se descubren si aplicamos la lógica.
Igualmente, encontramos muchos elementos que desdicen de María y de José, en este caso.
El primero, es que Jesús se les escapó a María y a José. Dice el texto:

Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.”

Nada fuera que les haya hecho una travesura, en caso de serlo, sino que sus padres dieron con el niño a los tres días.

Ante esa realidad expresa en el texto, surgen preguntas:

Descuido:


¿Dónde están los modelos de padre y madre, que se percataron de la desaparición de su hijo, pasados los días, al volverse, como dice el evangelista? ¿Dónde quedan la abnegación de la madre y el cuidado y todo lo demás que se puede desprender de ese descuido? Podría pensarse, inmediatamente, que eran demasiado confiados. Lo más lógico, según el relato, es que el niño estuviese con los familiares, porque María y José fueron a buscarlos entre sus familiares y conocidos, primero, y, sólo después, fue que regresaron a Jerusalén a buscarlo. ¿Es eso atención y cuidado? ¿Dónde queda la madre atenta? Admitamos que el niño tenía doce años, como lo resalta el texto, y que ya estaba grandecito y sabía bien lo que hacía. Pero, por lo menos, una madre normal, hubiese estado al tanto de lo mínimo y un niño en circunstancias naturales de familia le hubiese comunicado a su mamá sus intenciones. Pero, ¿tres días perdido? No suena muy halagador que digamos, ni para uno, ni para otros. Ni para el niño obediente y humilde, que no busca darle dolores de cabeza a la familia, ni para los padres que deberían estar al tanto del comportamiento y desenvoltura del muchacho.
Ciertamente, que estos elementos desdicen mucho de una familia modelo. ¡¿Entonces?! Queda mal María, y muy mal, José. ¿Dónde estaba su autoridad, su respeto, la sujeción y el control de la familia? Con toda seguridad, en la actualidad, les aplicarían mano dura, a nivel de organizaciones infantiles, a favor de los derechos del niño.

El colmo del descuido:


“El colmo de los colmos”, como se dice, es que cuando María y José, después de tres días de búsqueda, encuentran al niño, le reclaman su acción. Dice el texto:

Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. »

En este pedacito, también María tiene todas las de perder. Es decir, que todavía tiene la osadía, para no utilizar una palabra más fuerte, de reclamarle. El reclamo debería ser, más bien, para ella. El colmo de los colmos. ¡Es evidente!
Además, lo más lógico es que una madre normal, se le echa encima lo cubre de besos, de abrazos, lo carga en los brazos, lo revisa para comprobar su estado de salud. ¿No haría tal una madre normal en circunstancias parecidas? ¿Por qué lo regaña y le reclama? O, ¿es que toma la delantera para disimular su descuido y dejadez de madre? ¿No era su obligación? ¿Y, José?
Vuelve a quedar en tela de juicio el modelo de familia.
Por lo menos, María y José tendrían que estar agradecidos que por lo menos estaba en el Templo. Peor que hubiese estado en otro sitio o que no hubiese aparecido. O que lo hubieran raptado, o que estuviese perdido en las calles o en cualquier otro sitio distinto, o que estuviese llorando, sin rumbos, en las calles de la ciudad. En ese tiempo, ¿el niño había comido, dónde, qué, cómo? De nada de eso se preocupan María y José. Al contrario, lo regañan. O, ¿no es un regaño lo que le dicen, apenas lo encuentran: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.»?
Por lo visto, las cosas están peores, porque la respuesta del niño no fue muy bonita que digamos.



La respuesta grosera del niño:


Todos estaban a la defensiva. María y José. También el niño.
La respuesta de Jesús fue también una especie de reclamo a su madre, lo que deja entrever que aquella relación no era tan modelo, como se suele insistir. Dice:

“Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio”.

¡Ya iban a entender la respuesta que les dio!
¡Toma lo tuyo!, como quien dice.
La respuesta está en consonancia con los acontecimientos. ¿Van a venir a reclamar cuando no han cumplido su auténtica tarea de padres responsables? Podría pensarse de inmediato. Y parece lógico.
¡Ah, muchacho grosero!
¿Y, José, y su autoridad? Era mejor que se quedara callado. Quizás en ese su silencio José estaba aceptando su descuido.
O, ¿es que eran las salidas típicas del muchacho y José prefería callarse? O, ¿es que el muchacho tenía razón? Si, ¿pero, un padre normal no se hubiese impuesto, y, por lo menos, no le pega un grito o hace un detalle para hacer valer su respeto, su autoridad y demás elementos de jefe de familia? No cuadran las cosas. Es evidente.

Se repite y se mantiene la contradicción:


Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

El texto termina ese acontecimiento con una contradicción. Dice que “bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos”.
¡Vaya a verse qué quiere decir que vivía sujeto a ellos después de todo lo que había sucedido en Jerusalén! Un padre normal impone un castigo o algo parecido. Prohíbe las salidas sin la familia, busca enmendar los descuidos, busca una solución, en caso de que sea un verdadero problema. Lo manda a una casa de formación especializada o diseña un reglamento estricto de familia para poder tener el control absoluto de la familia.
¿O sea, que hasta ese momento no había vivido sujeto a ellos? ¿O, es que a partir de ese momento, fue que se logró su control y sometimiento?
¡Vaya problema! En caso de serlo. Y tenía que serlo.

Cuestionamientos al acontecimiento, como tal:


A claras se ve que este relato del evangelista deja mal parados a los tres personajes involucrados, a María, a José y a Jesús, adolescente. Porque en vez de resaltar la relación de familia perfecta la mal pone. Mucho menos que sea la familia modelo. ¿Cómo pretender que así sea, después de esta historia?
Desde esa perspectiva, ¿qué motiva al autor a colocar esa escena? Alguna intención ha de tener. Por supuesto. No fue colocada esa historia para desdecir, desde el punto de vista de la inspiración divina, y, por consiguiente, teológica en la vida de Jesús. Ha de tener una inspiración y un hilo conductor, si no, el autor omite ese detalle, por de más interesante, siendo así, que es el único que lo cuenta.
Visto así, el texto presentado comienza a iluminarse, y del que podemos entresacar algunos elementos útiles. Tengamos en alta consideración la frecuencia insistente en la Biblia de los números, tales como el doce, el tres y otros. Y en el relato que nos ocupa, aparecen.
Doce, los años de Jesús. Tres, los días de su desaparición.
Hagamos preguntas: ¿Dónde aparece en el Antiguo Testamento la referencia a doce años? Y demos las referencias.

Referencias bíblicas a “doce años”:


En Génesis 14, 1-6:

Aconteció en los días de Amrafel, rey de Senaar, de Aryok, rey de Ellasar, de Kedorlaomer, rey de Elam, y de Tidal, rey de Goyim, que éstos hicieron guerra a Berá, rey de Sodoma, a Birsá, rey de Gomorra, a Sinab, rey de Admá, a Semeber, rey de Seboyim, al rey de Belá (o sea, Soar).
Estos últimos se coligaron en el valle de Siddim (esto es, el mar de la Sal). Doce años habían servido a Kedorlaomer, pero el año trece se rebelaron.
Vinieron, pues, en el año catorce Kedorlaomer y los reyes que estaban por él, y derrotaron a los refaítas en Asterot Carnáyim, a los zuzíes en Ham, a los emíes en la llanura de Quiryatáyim, y a los joritas en las montañas de Seír hasta El Parán, que está frente al desierto.


En 1 Reyes 16, 23:
El año 31 de Asá, rey de Judá, comenzó a reinar Omrí sobre Israel y reinó doce años. Reinó seis años en Tirsá.

En 2 Reyes 3, 1:

Joram, hijo de Ajab, comenzó a reinar sobre Israel en Samaría el año dieciocho de Josafat, rey de Judá, y reinó doce años[1].

En 2 Reyes 21, 1:
Manasés tenía doce años cuando comenzó a reinar, y reinó 55 años[2] en Jerusalén; el nombre de su madre era Jefsí Baj.

En Nehemías 5, 14:

Además, desde el día en que el rey me mandó ser gobernador del país de Judá, desde el año veinte hasta el 32 del rey Artajerjes, durante doce años, ni yo ni mis hermanos comimos jamás del pan del gobernador.

En Primer libro de los Macabeos 1, 7:

Reinó Alejandro doce años y murió.

Pregunta: ¿habrá alguna relación implícita entre esas referencias a doce años, con los doce años de Jesús adolescente?
Pareciera que el autor está relacionando los doce años con gobiernos, y mandatos, y poderío. Reino de maldades. ¿Habrá relación? Pareciera.
¿Qué idea podría estar de fondo teológico, histórico y salvífico en ese detalle de la edad de Jesús, precisamente a los doce años de su edad? ¿Serán los doce años de su edad, o será los doce nuevos años del nuevo reinado, precisamente, desde Jesús de Nazareth?
Se torna interesante ese detalle y con ello cobra nuevas luces ese acontecimiento del niño perdido en el Templo.

La referencia a los tres días de su hallazgo en el Templo:


Ahora veamos lo de los tres días.

En Génesis 40, 1-13:

Después de estas cosas sucedió que el escanciador y el panadero del rey de Egipto ofendieron a su señor, el rey de Egipto.
Faraón se enojó contra sus dos eunucos, contra el jefe de los escanciadores y el jefe de los panaderos, y les puso bajo la custodia en casa del jefe de los guardias, en prisión, en el lugar donde estaba detenido José.
El jefe de los guardias encargó de ellos a José, para que les sirviese. Así pasaban los días en presidio.
Aconteció que ambos soñaron sendos sueños en una misma noche, cada cual con su sentido propio: el escanciador y el panadero del rey de Egipto que estaban detenidos en la prisión.
José vino a ellos por la mañana, y los encontró preocupados.
Preguntó, pues, a los eunucos de Faraón, que estaban con él en presidio en casa de su señor: «¿Por qué tenéis hoy mala cara?»
«Hemos soñado un sueño - le dijeron - y no hay quien lo interprete.» José les dijo: «¿No son de Dios los sentidos ocultos? Vamos, contádmelo a mí.»
El jefe de los escanciadores contó su sueño a José y le dijo: «Voy con mi sueño. Resulta que yo tenía delante una cepa, y en la cepa tres sarmientos, que nada más echar yemas, florecían enseguida y maduraban las uvas en sus racimos.
Yo tenía en la mano la copa de Faraón, y tomando aquellas uvas, las exprimía en la copa de Faraón, y ponía la copa en la mano de Faraón.»
José dijo: «Esta es la interpretación: los tres sarmientos, son tres días.
Dentro de tres días levantará Faraón tu cabeza: te devolverá a tu cargo, y pondrás la copa de Faraón en su mano, lo mismo que antes, cuando eras su escanciador.

En Génesis 42, 1-17:

Vio Jacob que se repartía grano en Egipto, y dijo Jacob a sus hijos: «¿Por qué os estáis ahí mirando?
Yo tengo oído que hay reparto de grano en Egipto. Bajad a comprarnos grano allí, para que vivamos y no muramos.»
Bajaron, pues, los diez hermanos de José a proveerse de grano en Egipto; pero a Benjamín, hermano de José, no le envió Jacob con sus hermanos, pues se decía: «No vaya a sucederle alguna desgracia.»
Fueron, pues, los hijos de Israel a comprar con otros que iban, pues había hambre en el país cananeo.
José era el que regía en todo el país, y él mismo en persona era el que distribuía grano a todo el mundo. Llegaron los hermanos de José y se inclinaron rostro en tierra.
Vio José a sus hermanos y los reconoció, pero él no se dio a conocer, y hablándoles con dureza les dijo: «¿De dónde venís?» Dijeron: «De Canaán, para comprar víveres.»
O sea, que José reconoció a sus hermanos, pero ellos no le reconocieron.
José entonces se acordó de aquellos sueños que había soñado respecto a ellos, y les dijo: «Vosotros sois espías, que venís a ver los puntos desguarnecidos del país.»
Dijéronle: «No, señor, sino que tus siervos han venido a proveerse de víveres.
Todos nosotros somos hijos de un mismo padre, y somos gente de bien: tus siervos no son espías.»
Díjoles: «Nada de eso: a lo que venís es a ver los puntos desguarnecidos del país.»
Dijéronle: «Tus siervos somos doce hermanos, hijos de un mismo padre, en el país cananeo; sólo que el menor está actualmente con nuestro padre, y el otro no existe.»
José replicó: «Lo que yo os dije: sois espías.
Con esto seréis probados, ¡por vida de Faraón!, no saldréis de aquí mientras no venga vuestro hermano pequeño acá.
Enviad a cualquiera de vosotros y que traiga a vuestro hermano, mientras los demás quedáis presos. Así serán comprobadas vuestras afirmaciones, a ver si la verdad está con vosotros. Que si no, ¡por vida de Faraón!, espías sois.»
Y los puso bajo custodia durante tres días.
Al tercer día les dijo José: «Haced esto - pues yo también temo a Dios - y viviréis.

En Éxodo 5, 1-5:

Después se presentaron Moisés y Aarón a Faraón y le dijeron: «Así dice Yahveh, el Dios de Israel: Deja salir a mi pueblo para que me celebre una fiesta en el desierto.»
Respondió Faraón: «¿Quién es Yahveh para que yo escuche su voz y deje salir a Israel? No conozco a Yahveh y no dejaré salir a Israel.»
Ellos dijeron: «El Dios de los hebreos se nos ha aparecido; permite, pues, que vayamos camino de tres días al desierto para ofrecer sacrificios a Yahveh, nuestro Dios, no sea que nos castigue con peste o espada.»
El rey de Egipto les replicó: «¿Por qué vosotros, Moisés y Aarón, apartáis al pueblo de sus trabajos? Idos a vuestra tarea.»
Y añadió Faraón: «Ahora que el pueblo de esa región es numeroso ¿queréis interrumpir sus trabajos?»
En Éxodo 10, 20-24:

Pero Yahveh endureció el corazón de Faraón, que no dejó salir a los israelitas.
Yahveh dijo a Moisés: «Extiende tu mano hacia el cielo, y haya sobre la tierra de Egipto tinieblas que puedan palparse.»
Extendió, pues, Moisés su mano hacia el cielo, y hubo por tres días densas tinieblas en todo el país de Egipto.
No se veían unos a otros, y nadie se levantó de su sitio por espacio de tres días, mientras que todos los israelitas tenían luz en sus moradas.
Llamó Faraón a Moisés y dijo: «Id y dad culto a Yahveh; que se queden solamente vuestras ovejas y vuestras vacadas. También vuestros pequeños podrán ir con vosotros.»

En 1 Samuel 30, 7-12:

Dijo David al sacerdote Abiatar, hijo de Ajimélek: «Acércame el efod.» Abiatar acercó el efod a David.
Consultó David a Yahveh diciendo: «¿Debo perseguir a esta banda? ¿Le daré alcance?» Le contestó: «Persíguela, porque de cierto la alcanzarás y librarás a los cautivos.»
Partió David con los seiscientos hombres que tenía y llegaron al torrente Besor.
Continuó David la persecución con cuatrocientos hombres, quedándose doscientos que estaban demasiado fatigados para atravesar el torrente Besor.
Encontraron en el campo a un egipcio y lo llevaron a David. Le dieron pan, que él comió, y agua para beber.
Diéronle también un trozo de pan de higos secos y dos racimos de pasas. Cuando hubo comido, recobró su espíritu, pues había estado tres días y tres noches sin comer pan ni beber agua.

En 1 Crónicas 12, 39-41:
Todos estos hombres de guerra, formados en orden de batalla, vinieron a Hebrón con corazón entero para proclamar a David rey sobre todo Israel; y los demás israelitas estaban unánimes en hacer rey a David.
Permanecieron allí con David tres días comiendo y bebiendo, porque sus hermanos les proveían.
Además, los que estaban cerca y hasta de Isacar, Zabulón y Neftalí traían víveres en asnos, camellos, mulos y bueyes; provisiones de harina, tortas de higos y pasas, vino, aceite, ganado mayor y menor en abundancia; pues reinaba la alegría en Israel.

En Esdras 8, 31-32:

El día doce del primer mes partimos del río Ahavá para ir a Jerusalén: la mano de nuestro Dios estaba con nosotros y nos salvó en el camino de la mano de enemigos y salteadores.
Llegamos a Jerusalén y descansamos allí tres días.

Es muy extensa la lista de las citas del Antiguo Testamento donde aparece la referencia a los tres días[3]. No las podemos dar todas por razones obvias. Sin embargo, es importante señalar que alguna referencia tienen con el detalle del evangelista. Sobre todo, con la referencia a la Pascua judía del libro del Éxodo 12.

La fidelidad a la inspiración en la revelación:


Sin duda que el evangelista tiene una unidad en su idea: la continuación y el cumplimiento de las Escrituras en la persona de Jesús. Esa es su teología, por supuesto desde su Cristología. Menos mal, porque no es tanto, el hecho de la pérdida del Jesús adolescente, sino el pretexto como escritor para insistir en la idea que le motiva. Así, igualmente, María y José, vuelven a quedar ilesos y en nada se maltrata sus figuras. Al contrario.
De hecho, en el relato de Jesús niño en el Templo, tiene una connotación histórica y teológica de fondo, en donde los doce años tienen una referencia a la historia, y los tres días vuelve a la reinterpretación de los acontecimientos divinos en la persona de Jesús.
Se trata de la nueva pascua, preanunciada en los datos numéricos del niño de doce años, en Jerusalén, en el Templo, con los doctores, como de a tú a tú. Y en donde, ciertamente, no entendían lo que estaba sucediendo. He aquí el recurso del autor para dejar dicho, sin decirlo, abiertamente, que se trataba del nuevo reino.
Lamentablemente, estos detalles los ignoramos, y nos detenemos en la superficialidad del relato. De aquí, lo fascinante que resulta analizar todo el fondo de los textos, sin temor a escandalizar o producir asombro. El asombro estaría en que inmediatizamos los análisis y nos perdemos las riquezas de su contenido.
         La lectura subyacente y el texto oculto son los doce años de Jesús y los tres días. Doce años que hace referencia a reinados. ¿Será el nuevo reinado del Hijo de Dios? Pareciera.



[1] La Biblia de Jerusalén, hace la siguiente nota: “Esta cifra pertenece a un sistema cronológico secundario. Según los datos más seguros, Joram de Israel no reinó más de ocho años”
[2] Cifra aumentada en cinco años, según la nota a pie de página de la Biblia de Jerusalén.
[3] Véase Éxodo 15, 22; Números 10, 33; 33, 8; Josué 1,11; 2, 16; 2,22; 3,2; 9,15; Jueces 14, 14; 19,4; Samuel 9, 20.

La mujer adúltera:

 

Juan 8,3-11:

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?»
Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra.
Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.»
E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.
Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio.
Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?»
Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»

Detalles para indagar:


Existen pasajes de los evangelios que son muy tiernos y enternecedores. Éste es, justamente, uno de ellos. A su simple lectura, un no sé qué de sensaciones bonitas nos invaden. Por un lado, la sumisión de la mujer y la humildad. Por otra, la comprensión desconcertante de Jesús, además de la descortesía de Jesús hacia los acusadores, a quienes ignora con su silencio y con sus palabras retadoras. Sin dejar de lado, como es lógico, la actitud de los acusadores y el revertírseles los resultados, como diciendo “que fueron por lana y salieron trasquilados”.
Este pasaje de San Juan, se presta para muchas posiciones. La primera, podría ser, como casi siempre es, la actitud moralista. La segunda, la magnanimidad de Jesús al no condenar a la mujer. En nuestro caso, no nos vamos a detener en esas interpretaciones, sino en los hechos, tal como están en el texto. Y, como estamos preguntando a los hechos, pues, preguntemos, para descubrir las sorpresas que nos darán los resultados.

Invasión de la privacidad:


Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio”.
La encontraron en flagrante adulterio.
Muy bien.
Veamos.
¿No es eso invasión de la privacidad de la vida de una persona? ¿Dónde la encontraron, en la calle, en una casa, en las afueras de la ciudad, en casa de quién? ¿Con quién la encontraron? Si la hallaron con las manos en la masa, ¿dónde está el fulano con quien estaba? No estaba sola, si no, no es adulterio.
Si la encontraron en su propia casa, entonces, delátenla y desenmascárenla con su esposo. Si fue en su propia casa, ¿no estarían, acechándola para sorprenderla? ¿Dónde queda la privacidad y el derecho a ella? ¿Quién sería peor, en todos los casos, ella o ellos? ¿No hay allí morbosidad y mala fe? Eso es moralismo. Y no nos vamos a meter por ese camino.
Si estaba en adulterio, era, porque estaba casada. ¿Por qué el esposo no está entre los acusadores? Tal vez estaría. ¡Que bochorno y humillación para el pobre hombre!
La acusación es que fue encontrada in fraganti. Pero, ¿dónde? In fraganti, no es suficiente. La acusación tiene que ser completa. O, ¿era suficiente que los acusadores dijeran que la habían encontrado, y, santa palabra? ¿Y las pruebas? Había que mostrarlas.
Nadie pide las pruebas. No las pide Jesús. No le interesaba. No era un juez. Podría decirse que se trataba de vida privada, y esto era más que suficiente. Meterse más allá resultaría delicado. De hecho, una de las pruebas tendría que ser el fulano con quien ella estaba. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no lo llevaron? Según la ley del Levítico 20, 10, también le tocaba la misma suerte al hombre, pues dice el texto de la ley, que: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera”. ¿Entonces?
El libro de Deuteronomio era igual de preciso: (Dt. 22, 22:) “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal.” Se podría alegar que el fulano no estaba casado, y, por lo tanto, no había cometido adulterio. Podría ser, también, y es lógico, según la ley existente.
El adulterio se justifica y se condena sólo con una condición: que la persona esté casada. De lo contrario, no es adulterio. Por lo visto, la mujer de este texto estaba casada. Esta única condición nos obliga a mirar la realidad social y religiosa de los judíos de la época, para ver en qué sale favorecida la acusada, si es que sale con la frente en alto. Pero antes busquemos pasajes paralelos o parecidos en las mismas Sagradas Escrituras, para ilustrarnos desde ellos, y obtener mejor luces en nuestro recorrido y análisis.

El caso de la casta Susana:


Daniel 13:

Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín.
Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés.
Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos.
Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.»
Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos.
Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido.
Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla.
Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios.
Estaban, pues, los dos apasionados por ella, pero no se descubrían mutuamente su tormento, por vergüenza de confesarse el deseo que tenían de unirse a ella, y trataban afanosamente de verla todos los días.
Un día, después de decirse el uno al otro: «Vamos a casa, que es hora de comer», salieron y se fueron cada uno por su lado.
Pero ambos volvieron sobre sus pasos y se encontraron de nuevo en el mismo sitio. Preguntándose entonces mutuamente el motivo, se confesaron su pasión y acordaron buscar el momento en que pudieran sorprender a Susana a solas.
Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín.
No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho.
Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.»
Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardín y salieron por la puerta lateral para traer lo que Susana había pedido; no sabían que los ancianos estaban escondidos.
En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros.
Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.»
Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.
Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor.»
Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.
Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana.
A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir.
Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla, y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes.
Susana era muy delicada y de hermoso aspecto.
Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron que se le quitase el velo para saciarse de su belleza.
Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían.
Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza.
Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios.
Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas.
Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella.
Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos.
Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó.
Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.
No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte.
Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.»
El Señor escuchó su voz y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!»
Él, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!»
Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.»
Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.»
Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: “No matarás al inocente y al justo.”
Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.» Respondió él: «Bajo una acacia.»
«En verdad - dijo Daniel - contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio.»
Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón!
Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad.
Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» Él respondió: «Bajo una encina.»
En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros.»
Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él.
Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente.
Jilquías y su mujer dieron gracias a Dios por su hija Susana, así como Joaquín su marido y todos sus parientes, por el hecho de que nada indigno se había encontrado en ella.
Y desde aquel día en adelante Daniel fue grande a los ojos del pueblo.

Famoso es el caso de la casta Susana que hemos dado para ilustrar e ilustrarnos en el pasaje de la adúltera, y, que todavía no hemos llegado a saber en nuestro análisis, si en verdad lo era. Por lo menos en el caso presente del relato.
Faltaban las pruebas. Faltaba el proceso del enjuiciamiento. Y nadie daba los elementos. Tampoco los pedía Jesús. Realmente, no hubo testigos.
Sin embargo, existe un detalle que resaltar en el caso de la acusación, además la falta de toda prueba o evidencia, y a la que la acusada tenía derecho. Veamos, así, el libro de los Números, donde se especifica lo que tenía que hacerse en casos semejantes. Había que someterla a un rito frente al sacerdote. Y el caso tenía que presentarlo el propio esposo, sobre todo, si había “celos” o sospechas de engaño.

Procedimiento al que debía someterse la mujer en caso de “celos” del marido:


Números 5, 11-31:

Yahveh habló a Moisés y le dijo:
«Habla a los israelitas. Diles: Cualquier hombre cuya mujer se haya desviado y le haya engañado:
ha dormido un hombre con ella con relación carnal a ocultas del marido; ella se ha manchado en secreto, no hay ningún testigo, no ha sido sorprendida; si el marido es atacado de celos y recela de su mujer, que efectivamente se ha manchado; o bien le atacan los celos y se siente celoso de su mujer, aunque ella no se haya manchado; ese hombre llevará a su mujer ante el sacerdote y presentará por ella la ofrenda correspondiente: una décima de medida de harina de cebada. No derramará aceite sobre la ofrenda, ni la pondrá incienso, pues es «oblación de celos», oblación conmemorativa para recordar una falta.
El sacerdote presentará a la mujer y la pondrá delante de Yahveh.
Echará luego agua viva en un vaso de barro y, tomando polvo del pavimento de la Morada, lo esparcirá sobre el agua.
Pondrá el sacerdote a la mujer delante de Yahveh, le descubrirá la cabeza y pondrá en sus manos la oblación conmemorativa, o sea, la oblación de los celos. El sacerdote tendrá en sus manos las aguas de maldición y funestas.
Entonces, el sacerdote conjurará a la mujer y le dirá: “Si no ha dormido un hombre contigo, si no te has desviado ni manchado desde que estás bajo la potestad de tu marido, sé inmune a estas aguas amargas y funestas.
Pero si, estando bajo la potestad de tu marido, te has desviado y te has manchado, durmiendo con un hombre distinto de tu marido...”
El sacerdote entonces proferirá sobre la mujer este juramento, y dirá el sacerdote a la mujer: “... Que Yahveh te ponga como maldición y execración en medio de tu pueblo, que haga languidecer tus caderas e infle tu vientre.
Que entren estas aguas de maldición en tus entrañas, para que inflen tu vientre y hagan languidecer tus caderas.” Y la mujer responderá: “¡Amén, amén!”
Después el sacerdote escribirá en una hoja estas imprecaciones y las borrará con las aguas amargas.
Hará beber a la mujer las aguas de maldición y funestas, y las aguas funestas entrarán en ella para hacérsele amargas.
El sacerdote tomará entonces de la mano de la mujer la oblación de los celos, mecerá la oblación delante de Yahveh y la presentará en el altar.
El sacerdote tomará de la oblación un puñado, el memorial, y lo quemará sobre el altar, y le hará beber a la mujer las aguas.
Cuando le haga beber de las aguas, si la mujer está manchada y de hecho ha engañado a su marido, cuando entren en ella las aguas funestas le serán amargas: se inflará su vientre, languidecerán sus caderas y será mujer de maldición en medio de su pueblo.
Pero si la mujer no se ha manchado, sino que es pura, estará exenta de toda culpa y tendrá hijos.
Este es el rito de los celos, para cuando una mujer, después de estar bajo la potestad de su marido, se haya desviado y manchado; o para cuando un hombre, atacado de celos, recele de su mujer: entonces pondrá a su mujer en presencia de Yahveh y el sacerdote realizará con ella todo este rito.
El marido estará exento de culpa, y la mujer cargará con la suya.»

Semejanzas y diferencia en el caso de la adúltera del Evangelio de San Juan:


No pueden faltar las preguntas. ¿No es esa nuestra metodología? ¿Entonces?
¿Quién la vio? ¿Quién la encontró? ¿Dónde: en la sala, en la cocina, en el patio, en el jardín, en la casa del vecino? ¿Dónde?
¿Las pruebas? ¿Dónde está el compañero con quien ella estaba? ¿Era tan fuerte que se les escapó, como el caso de Susana?
¿Fue encontrada “in fraganti”, o es que no quiso prestarle sus favores, como en el caso de Susana? ¿A quién no les quiso ofrecer sus encantos, a uno, a dos, a muchos, a todos? ¿O el grupo fue manipulado por un interesado herido en sus caprichos no satisfechos?
¿Quién acusa? ¿Dónde está el esposo?
Muy inteligente, entonces, la actitud y silencio de Jesús. ¿No les parece?
Además, el sacerdote tenía que hacer todo un rito. Y, Jesús, no hace oficios de sacerdote. Tampoco de juez.
¿Por qué se fueron, entonces, uno a uno, comenzando por los más viejos? ¿O es que nadie quiere asumir las acusaciones?
Tenía que quedar sin acusadores, sin duda. Tampoco, sin causa o motivo. Faltaban muchos elementos que la comprometieran.

Un invento para poner una trampa:


El relato del evangelio de San Juan revela un detalle interesante. Presenta la posibilidad de ponerle una trampita a Jesús, para tener de qué acusarlo, dice el evangelista. Así, lo deja dicho, cuando le llevan la mujer a la presencia de Jesús.
Si es así, todo queda arreglado. Jesús les descubre la mentira, con su silencio.
Ahora, bien. ¿Por qué la mujer se presta para semejante injusticia? Cuando Jesús le dice, que “no peques más”, ¿le está diciendo que no cometa más adulterios, que se deje de esas andanzas porque está casada, o le está diciendo que se deje de ser falsa y mentirosa? ¿El pecado al que se refiere Jesús es al adulterio o a la falsedad, o a la falta de personalidad y dignidad como mujer y como persona? Buenas preguntas. Porque no queda claro, por fin, a qué se refiere. Y se pone más interesante el presente análisis. Porque esto nos obliga a buscar en el Antiguo Testamento para ver qué hay de iluminador y revelador. Y hay bastante.

Permanencia de la profecía de Ezequiel:


El descubrimiento que hemos hecho no es vano. Es fundamentado. Y en las propias Escrituras. Veamos lo que nos dice el profeta, en forma de reclamo:
Ezequiel 13:
La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos:
Hijo de hombre, profetiza contra los profetas de Israel; profetiza y di a los que profetizan por su propia cuenta: Escuchad la palabra de Yahveh.
Así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de los profetas insensatos que siguen su propia inspiración, sin haber visto nada!
Como chacales entre las ruinas, tales han sido tus profetas, Israel.
No habéis escalado a las brechas, no habéis construido una muralla en torno a la casa de Israel, para que pueda resistir en el combate, en el día de Yahveh.
Tienen visiones vanas, presagio mentiroso los que dicen: «Oráculo de Yahveh», sin que Yahveh les haya enviado; ¡y esperan que se confirme su palabra!
¿No es cierto que no tenéis más que visiones vanas, y no anunciáis más que presagios mentirosos, cuando decís: «Oráculo de Yahveh», siendo así que yo no he hablado?
Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Por causa de vuestras palabras vanas y vuestras visiones mentirosas, sí, aquí estoy contra vosotros, oráculo del Señor Yahveh.
Extenderé mi mano contra los profetas de visiones vanas y presagios mentirosos; no serán admitidos en la asamblea de mi pueblo, no serán inscritos en el libro de la casa de Israel, no entrarán en el suelo de Israel, y sabréis que yo soy el Señor Yahveh.
Porque, en efecto, extravían a mi pueblo diciendo: «¡Paz!», cuando no hay paz. Y mientras él construye un muro, ellos le recubren de argamasa.
Di a los que lo recubren de argamasa: ¡Que haya una lluvia torrencial, que caiga granizo y un viento de tormenta se desencadene, y ved ahí el muro derrumbado! ¿No se os dirá entonces: «¿Dónde está la argamasa con que lo recubristeis?»
Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Voy a desencadenar en mi furor un viento de tormenta, una lluvia torrencial habrá en mi cólera, granizos caerán en mi furia destructora.
Derribaré el muro que habéis recubierto de argamasa, lo echaré por tierra, y sus cimientos quedarán al desnudo. Caerá y vosotros pereceréis debajo de él, y sabréis que yo soy Yahveh.
Cuando haya desahogado mi furor contra el muro y contra los que lo recubren de argamasa, os diré: Ya no existe el muro ni los que lo revocaban,
los profetas de Israel que profetizaban sobre Jerusalén y veían para ella visiones de paz, cuando no había paz, oráculo del Señor Yahveh.
Y tú, hijo de hombre, vuélvete hacia las hijas de tu pueblo que profetizan pro su propia cuenta, y profetiza contra ellas.
Dirás: Así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de aquellas que cosen bandas para todos los puños, que hacen velos para cabezas de todas las tallas, con ánimo de atrapar a las almas! Vosotras atrapáis a las almas de mi pueblo, ¿y vais a asegurar la vida de vuestras propias almas?
Me deshonráis delante de mi pueblo por unos puñados de cebada y unos pedazos de pan, haciendo morir a las almas que no deben morir y dejando vivir a las almas que no deben vivir, diciendo mentiras al pueblo que escucha la mentira.
Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Heme aquí contra vuestras bandas con las cuales atrapáis a las almas como pájaros. Yo las desgarraré en vuestros brazos, y soltaré libres las almas que atrapáis como pájaros.
Rasgaré vuestros velos y libraré a mi pueblo de vuestras manos; ya no serán más presa en vuestras manos, y sabréis que yo soy Yahveh.
Porque afligís el corazón del justo con mentiras, cuando yo no lo aflijo, y aseguráis las manos del malvado para que no se convierta de su mala conducta a fin de salvar su vida, por eso, no veréis más visiones vanas ni pronunciaréis más presagios. Yo libraré a mi pueblo de vuestras manos, y sabréis que yo soy Yahveh.

         También le tocaba su buena parte a la que decían que habían encontrado en adulterio. Como diciendo “toma tu ta’te quieto”, también, al prestarse.

Objetivo teológico del evangelista:


Mirando con sentido comparativo los textos y tratando de relacionarlos encontramos, ciertamente, muchos detalles reveladores, que a simple lectura no descubrimos. Hasta cierto punto se podría decir que hay que mirarlos con lupa, porque hay cosas entredichas que nos están manifestando todo su sentido teológico y de inspiración teológica maravillosa. Como, de hecho, estamos constatando.
Así, resulta que del texto de la adúltera, hay muchos elementos ocultos, pero manifiestos. Por un lado, se trata de la falsedad y de la manipulación de las leyes existentes. Por otra, la permanencia de la palabra de Dios, en toda su integridad y resonancia existencial, con todo lo que ello implica, como lo es el hecho de la verdad, a la que el evangelista hace alusión directa, en la persona de Jesús.
De hecho, leer el trozo del evangelio del caso de la mujer adúltera sin todo el contorno bíblico subyacente, es perdernos llegar a las fuentes del manantial y saborear de su frescura.
De manera, pues, que para ser fieles a los textos y al sentido de ellos, leídos en sentido global, tenemos que volver al relato que nos ocupa.
Y el sentido ya lo expresa el mismo evangelista (más bien, “la escuela joanea”, como suelen decir los entendidos) en la parte conclusiva del mismo relato de la adúltera. Dice: “Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.” (Jn 8, 12).
Ahí está toda la justificación y propósito.
Sobre la luz del mundo, la luz, la vida, la hora, gira todo el contexto del evangelio de San Juan. Y desde esa óptica hay que leer este evangelio, sobre todo, el texto del caso de la mujer adultera.
Tenemos que reconocer, muy a pesar nuestro, sin embargo, que, lamentablemente muchas veces los textos no los leemos en esa visión general de cada libro y autor. Y nos quedamos con el poquito de agua que nos dan, sin atrevernos ir a la fuente. Espero que hayamos hecho, por lo menos, el intento.
Tiene sentido y lógica que, entonces, el relato de la adúltera se lea en esa visión. En donde, la clave es la luz que nos manifiesta nuestra oscuridad; en la que la falsedad sale al descubierto. ¿No lo es en el caso del relato que estamos releyendo? ¿Y en donde Jesús es la luz, con su silencio y actitud? Pues parece.
Pero, es suficiente. Dejémoslo de este tamaño, como se dice. Y es mejor que nos quedemos con todo lo que hemos descubierto. Y es una lástima, porque en el caso de que fuese cierto lo de la infidelidad de la mujer, nos tendríamos que meter por la realidad del matrimonio en la mentalidad judía de la época. Y tendríamos que hacer, más o menos, las siguientes preguntas:
En el comportamiento familiar de un judío, ¿quién elegía el novio?
¿La novia se casaba enamorada? ¿Cómo era el contrato matrimonial entre los judíos? ¿Había amor entre los que se casaban? ¿Había verdadera elección entre los jóvenes a la hora de escoger pareja? Y nos llevaría a justificar, hasta cierto punto, la infidelidad. Ya que el matrimonio sería más contrato de familia, y negocio, que amor. En donde el estar con un hombre por amor, sería distinto, a estar por contrato y negocio de la familia. Y, entonces, ella habría sido infiel al contrato de sus padres, más fiel a su corazón, que se entregaba al hombre que ella misma habría elegido. Nos llevaría a hacer filosofía de la infidelidad. Hubiese sido realmente muy emocionante.
Pero, como los resultados de nuestra inquietud, nos han llevado a descubrir la posibilidad de una trampa, y parece serlo, entonces, no tenemos más que detenernos. No tenemos alternativa. Una trampa para tener de qué acusarlo, nos dice el evangelista.



Visita en casa de Marta y María:

«Marta, Marta,

te preocupas y te agitas por muchas cosas...”

 

Lucas 10, 38-42:

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.
Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.»
Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»

Este relato del evangelio de San Lucas siempre es utilizado para resaltar la importancia de la contemplación y de la escucha de la palabra de Dios. Pero, mirando con detalle este pedacito de evangelio vamos a encontrar muchos elementos muy interesantes que nos revelan cosas y elementos lógicos. Y, por supuesto, que nos van a llevar a poner en tela de juicio, como se dice, la tradicional manera de espiritualizar los acontecimientos.
El primer cuestionamiento que tenemos que hacernos y que es, prácticamente, nuestro patrón en este libro, es que ¿por qué tenemos siempre la manía de espiritualizar cada texto leído de los evangelios? ¿Por qué?
Considero que al espiritualizar muchos textos les estamos quitando su rica carga teológica. Invito, a que en este caso, como en todos los que hemos estado releyendo, no caigamos en la tentación inmediatista de espiritualizar, sino de hacer el intento de hacer teología. Porque, no necesariamente, por el hecho de hacer teología estamos desespiritualizando los textos. Al contrario. Al hacer teología estamos extrayendo de ellos toda la riqueza espiritual que los mismos contienen. No nos asustemos por eso. En ese sentido, se ha considerado oportuno colocar una nota aclaratoria y un apartado completo al final de este libro, para justificar toda nuestra metodología en este libro. Teología no es distinto de espiritualidad. Y espiritualidad sin teología puede ser realmente muy peligroso. No se oponen. Se necesitan y fundamentan. Véase el último capítulo.
Dediquémonos, pues, al relato de la visita de Jesús a Marta y María.
Y dejémonos sorprender de los hallazgos.

Detalles de una visita en un caso cotidiano de la vida:


Sometamos a preguntas el texto citado del Evangelio de San Lucas.
Cuando tenemos una visita, ¿qué hacemos?
¿No hacemos todo lo posible para que la visita se sienta a gusto? ¿No nos esmeramos en atenderla lo mejor posible? Lo más natural es que hagamos la mejor comida que podamos y sepamos hacer. Si tenemos una gallina gordita, que estábamos engordando para una buena ocasión, disponemos de ella. La visita se lo merece. ¿No hacemos un tanto en circunstancias parecidas?
¿Los dueños de casa no se desviven porque la visita se sienta cómoda? ¿Y, no es nuestra mejor atención en la comida y en todos los detalles que esta supone?
En el caso presente del relato de San Lucas, ¿Marta no estaba haciendo lo correcto?

Contradicciones en la escena de la visita, según Lucas:


Si lo que venimos preguntando es lógico, y lo es, ¿entonces, por qué Jesús, se muestra contradictorio en la respuesta que le da a Marta, que se estaba esmerando en atenderlo?
Por lo visto Marta estaba atareada en la cocina.
Ahora bien. ¿Quién estaba atendiendo bien a la visita, Marta o María? Aquí, se presta para una doble respuesta. Se podría decir, que Marta al querer quedar bien y por eso estaba atareada en los quehaceres. Pero, también, se podría decir, que María porque estaba conversando con la visita. Y esta doble respuesta nos lleva a una pregunta obligada: ¿Y quién va a preparar la comida, la mesa, quién va a barrer, limpiar? ¿Quién va a disponer todo para que todo esté a punto y en su punto? ¿Quién? ¿No estaba haciendo, entonces, Marta lo correcto? Si no, pues, sentemos todos a conversar y no hagamos nada, y que no haya comida. ¡A ver si con pura conversación se van a llenar!
¿O estaba Marta haciendo lo menos indicado al querer atenderlos con los detalles propios de una visita? ¿Entonces, por qué Jesús se muestra tan desconsiderado en la respuesta que le da a Marta cuando ella quiere reclamarle a su hermana María su comodidad y despreocupación? Pues, sentemos a conversar y que no coman nada. Y se acabó.

Falta de coordinación por parte de las anfitrionas:


Es evidente, en este relato, la falta de coordinación de las anfitrionas. Lo más lógico hubiese sido que ambas hermanas se turnaran, ya en la cocina y en los quehaceres, ya en la conversación de los que estaban en la sala, o en el patio, o en el corredor, o donde estuviesen sentados los de la visita. Una y una, y así, las dos, simultáneamente. ¿O, no?
Por lo visto, una hermana era muy hacendosa, y la otra, muy cómoda.
De hecho, quien tenía todas las de ganar era quien estaba conversando. ¿No sucede que nadie repara, a la hora de la chiquita, de quién prepara la comida?
Cuando invitan a la mesa, porque ya todo está listo y preparado, todos se van a la mesa, comen y siguen la tertulia o el tema que los entretiene en la conversación, y por lo general, casi nadie se percata de quien preparó la comida. Al contrario, más bien, todo el mundo sigue conversando y riendo porque la cosa está interesante. Casi nadie se da cuenta de los detalles porque el tema está muy bueno y la persona con quien mantenemos la conversación nos resulta fascinante, entretenida, inteligente, divertida; además, se genera un feeling natural con las personas que conversamos... ¿Y Marta no querría no pasar desapercibida? ¿No la estarían olvidando? ¿No tenía ella derecho a hacerse partícipe de esa afinidad bonita que se genera en una conversación? ¿O era, simplemente, la cachifa?
¿Era injusto el reclamo de Marta? ¿O es que, en cierta manera, ella también quería llamar la atención? Como diciendo: miren que yo también estoy aquí.
Lo más lógico, para pensar, es que quien se iba a llevar todos los puntos era, sin duda, María, la conversadora, la anfitriona, la que se había instalado a conversar. ¡Muy bonito, no! Sí. Pero, se iban a ir bien llenitos y la otra se iba a llevar todas las buenas impresiones. ¡Muy bonito! ¡No es justo!
Entonces, resulta lógico el reclamo de Marta.

Demasiada comodidad de la visita:


Otro detalle importante de resaltar es que no había allí nadie que le diera la mano a Marta. O sea, que por lo que se desprende del texto, todos se instalaron a conversar.
¿Y las mujeres que estarían en el grupo, además de Marta y María, las anfitrionas, no eran consideradas, ni en lo más mínimo? ¿Por qué no ayudaban? Mejor dicho, ¿ayudaban? Por el reclamo de Marta, pareciera que no.
Porque, si nos detenemos con atención, Jesús no andaba sólo. Siempre iba con él un buen grupo. Mínimo, doce. Es decir, que aquella visita era, por lo menos de trece personas, contando a Jesús, por supuesto.
Tenía razón Marta de quejarse. ¡Atender a trece personas! Todo un equipo completo de fútbol. ¡Y con dos en la banca! Perdón, tres, porque había que añadir también a María. ¡No se iba a quejar la pobre Marta!
Además, María, la madre de Jesús, quien, según cuentan los mismos Evangelios siempre andaba con ellos, ¿dónde estaba? ¿Por qué no daba una ayudadita? ¿No era su fama de ser muy buena y santa? ¿No constituye en el ser de mujer que ellas cuando llegan a una casa, van a la cocina y se hacen solidarias y siempre ayudan? ¿Dónde estaban las otras mujeres que andaban en el grupo? Y, de seguro, que iría un grupito de ellas. El evangelista lo dice en alguna otra parte.
¿Entonces? ¿Entonces?
Otro detalle sería la edad de María: ¿Y, si, era mayor? ¿Y, si, estaba vieja y tanto quehacer le fatigaba? ¿Estaría enferma?

La visita era numerosa, por lo menos unos veinte:


Los Evangelios insisten en que Jesús siempre andaba acompañado. Por lo menos, doce siempre estaban con él. También la madre de Jesús. Luego, con Jesús, debería ser catorce la comitiva. Doce, los apóstoles; María y el propio Jesús: catorce. Crecidito el número. ¡Vaya visita!
Tal vez, una gallina no sería suficiente para el almuerzo. Con toda seguridad aquella sopa habría que disimularla con muchas verduras, para que por lo menos pudiesen comer todos. ¡Vaya problema! Y, además, de eso, ¿No ayudan? Tampoco.
El mismo Lucas nos cuenta que a Jesús lo acompañaban algunas mujeres. Lucas 8, 1-3: “Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.”
De manera, que si sumamos, el número crece. No dejaría de haber algún que otro coleado, como siempre sucede.
Entonces, ¿tenía o no tenía razón Marta de quejarse?
Por lo que se desprende de lo que venimos anotando, sin ninguna duda, tenía toda la razón.

Tentaciones inmediatistas en la lectura de este texto:


¿Significa, entonces, que tomar la posición de mal poner a Marta y engrandecer a María, apoyándose en la respuesta de Jesús, es espiritualizar el contenido del relato evangélico? “Para que digo que no, si sí”.
 O sea, que, ¿tiene otro trasfondo la escena de la visita a Marta y María del Evangelio de San Lucas? Buena pregunta.
Para responder a esta otra nueva inquietud, tenemos que volver al texto, y tratar de averiguar de qué podrían estar hablando en aquella visita. Tendría que ser muy bueno el tema que los entretenía, porque, de hecho, María estaba oyendo la palabra de Jesús, como nos lo dice el mismo texto lucano, y Marta, quería hacerse partícipe también. Por algo, se estaría quejando Marta, no tanto, por sus quehaceres, sino porque la conversación tendría que ser muy interesante. ¿La iban a dejar afuera?
¿Cuál sería el tema de la conversación?
La respuesta que todo el mundo daría, de manera inmediata (por eso digo “inmediatista”) es que estaba hablando palabra de Dios. Y resulta, que no era palabra de Dios, de manera directa. Era la palabra de Jesús, que es muy distinto. Es decir, que, ¿no era palabra de Dios por la que estaba tan ensimismada María? Aunque por se palabras de Jesús, nos lleva a decir, de manera relacional que era palabra de Dios, porque, qué otras podrían ser las palabras de Jesús.

El tema de conversación era de política:


¿Cuál sería el posible tema del que estaría conversando Jesús en el caso de la visita a estas dos hermanas?
Muy sencillo: el mismo tema del que hablaría Jesús. No otro.
O sea, ¿la palabra de Dios?
Porque, de hecho, ese es el resultado de una interpretación inmediatista, en contra de un activismo plasmado en la actividad de Marta. El problema de una interpretación tal es la tendencia a espiritualizar los textos y acontecimientos evangélicos. Porque se diría, y se dice con tanta frescura y facilidad, que es más importante que estemos atentos a la escucha de la palabra de Dios, como lo estaba haciendo María.
Pero no.
La cosa va más allá. Jesús estaba hablando de política. Y su tema era netamente político.
Sí. Ese era el tema. No podía ser otro.
Si miramos todo el contenido ideológico, y, más aún, teológico de las Sagradas Escrituras, el tema de Jesús no era otro que el de la política. Jesús estaba hablando de que era el Mesías que estaba esperando el pueblo de Israel. Pero el Mesías que se estaba esperando según el proyecto de Dios. Y con toda seguridad, el tema tenía que ser por de más interesante y emocionante.
Por consiguiente, María tenía que estar escuchando fascinada las observaciones y novedades de lo que estaría conversando Jesús, en aquella visita. Los doce que lo acompañaban, algo entenderían, en la inmediatez de los acontecimientos. Por eso mismo lo seguían.
Porque el tema de la salvación no es otro que política. Era la política del plan de salvación, proyectado desde la creación del mundo, como señalan insistentemente los autores bíblicos. El problema estaba en que los judíos estaban esperando un segundo David para instaurar el nuevo reino de Israel, al estilo histórico y práctico, del que ellos tenían experiencia y conocimiento. Pero Jesús les estaba hablando del verdadero Mesías, el liberador y libertador, según el proyecto de Dios. Y con toda seguridad la conversación tenía que ser por de más interesante.
Había que escuchar su planteamiento. Nuevo, pero continuado en todas las Escrituras, porque no hay discontinuidad en la teología de las Escrituras. Y, ciertamente, esto es palabra de Dios. Es decir, toda la teología intrínseca de la tradición del pueblo de Israel.
Por ahí podría ir la cosa.
Y ese era el tema de conversación.
Ese hallazgo nos lleva inmediatamente a preguntarnos, entonces, ¿no sería María mas activa, en su aparente pasivismo, en la conversación de Jesús en aquella visita? Porque si resulta lógico, y, lo es, María, estaba muy interesada en la política del pueblo de Israel. Tal vez, María, como muchas otras mujeres de la historia de su pueblo, estaba tomando parte activa en la liberación que se estaba necesitando. Y, esto, nos lleva a mirar a tantas otras mujeres de Israel que habían tomado posición militante y activa, como Rut, Débora, Esther, y, muchas otras. ¿No se hallaría, María, en situación semejante, luego, no sería su aparente pasivismo un activismo de ideas y de ideología liberadora? Y al escuchar a Jesús, en aquella visita, ¿no estaría tomando ideas y alimentado sus esperanzas liberadoras? Parece lógico.
         Este detalle hace que veamos a María con cierto interés. Tal vez, nuevo y novedoso. Detalle que torna fascinante la pasividad de María. Quizás, no era tan pasiva, como parece a primera vista.

¿Cuál es la mejor parte?


Una cosa, sin embargo, queda para la libre interpretación. Y es que Jesús no especifica cuál es la mejor parte.

Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»

Se sobre entiende, que la parte de escucharlo. Pero no lo dice claramente. ¿A cuál mejor parte se refiere, a la de escucharlo, o a la de quejarse e inquietarse como lo estaba haciendo Marta? Porque, de hecho, Jesús no le está diciendo, que deje de ser activa y deje los quehaceres en los que Marta se haya ocupada, sino que le dice que no se preocupe y no se agite por muchas cosas. Podría ser como posibilidad.
¿Será la mejor parte no inquietarse por tantas cosas o tomarse las cosas con calma?
Más aún, ¿Marta se hallaba afanada y no hallaba paz en su preocupación, o, María, se tomaba las cosas con más tranquilidad? ¿Cuál es la parte buena, que no se le quitará a María? No queda claro. Tampoco lo dice. Aunque, la primera reacción y respuesta pareciera que es la quietud de María. Tal vez.
Todo es posible.
Jesús dice que sólo una cosa es necesaria, pero no dice cuál es. ¿O, sí lo dice?

Para quedar en paz con todos, pero en deuda:


Por fin, ¿en qué quedamos?
Entonces, ¿activismo en contra de contemplación? ¿Más María, menos Marta; o, más Marta, y, menos María? No se ve que tenga que ser así. No se trata de antagonismos ni de opuestos. ¿Por qué tendría que ser así? No creo que por allí vaya la verdadera interpretación.
Lo que sí queda claro es que el haber abordado el tema, como lo hemos hecho, es enriquecedor. Saque cada cual sus conclusiones. “Ni lo uno, ni lo otro, sino los dos juntos”, o como dijera alguien que no quiera comprometerse: “ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario”.
De todas maneras, lo tratado aquí, por ahora, no es suficiente. La solución la vamos a encontrar en el capítulo siguiente de este libro, siguiendo la línea de los evangelios donde se trata y se nos da el texto del padrenuestro. O sea, ¿qué todavía falta?

Pues, sí.