viernes, 30 de diciembre de 2016

“Proclama mi alma la grandeza del Señor...”


Lucas 1, 39-58:

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”
Y dijo María: “Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.  Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.”
María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.
Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo.
Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella.

Análisis y comparación del texto:


Por muchas razones el texto del Magnificat puesto en la boca de María es continuación de la mentalidad de todo el Antiguo Testamento. El autor lucano toma su contenido, y sobre todo, su concepto de intervención de Dios en la historia del pueblo de Israel y lo coloca en los labios de María.
Surge de inmediato un centenar de preguntas:
¿María pronunció verdaderamente ese texto? ¿De dónde toma el autor lucano esa versión y ese detalle? ¿Esa inserción del cántico del Antiguo Testamento es más una comprensión global de las Escrituras o, realmente, sucedió así? ¿María conocía el cántico citado? ¿Lo citó? ¿Lo cantó, igualmente? O, ¿es recurso del autor y de la comunidad lucana para engrandecer la figura de María?
Tradicionalmente la Iglesia ha mantenido que estas palabras fueron dichas textualmente por María. ¿Será, fue y es así?
Recordemos que los Evangelios fueron escritos mucho tiempo después de los acontecimientos y no en la inmediatez de lo sucedido. Es decir, que no se trataba de una crónica. Porque de considerar que es una crónica, entonces, no se puede dudar que las cosas sucedieron tal como aparecen en el texto bíblico. Además, no podemos negar el propósito del autor, como tampoco la continuidad de la inspiración divina en el plan de Salvación, que es, al fin y al cabo, todo el contenido de las Sagradas Escrituras. Lo segundo es lo más importante y la clave de todo. En otras palabras, de la teología hecha desde los acontecimientos históricos concretos, como lo hacía el autor del Evangelio de San Lucas.

Elementos aparentemente contradictorios del hecho:


Si nos detenemos en el cántico citado vamos a encontrar muchos elementos que contradicen y que desdicen de la figura de María, en caso de que ella lo haya cantado en la visita a su prima Isabel.
La primera contradicción es que María, en vez, de ser la humilde que se pretende enseñar y mostrar, tras la cita y acontecimiento, es todo lo contrario. No tiene nada de humildad. Porque, ¿cómo va a decirse ella misma que Dios es grande porque puso los ojos en ella? Como queriendo decir que Dios es grande porque ha mirado, precisamente, su humildad. Como queriendo decir, también, que Dios hizo justicia, justamente, porque se fijó en ella. ¿No es eso jactancia, soberbia y fanfarronería?
El segundo elemento es que desde ese momento la van a llamar bienaventurada. Como felicitándose ella misma. ¿Eso no desdice de una verdadera humildad? ¿Qué podría estar creyéndose esa muchacha de Israel?

Las citas del Antiguo Testamento donde aparece el cántico del Magnificat:


Ciertamente el cántico de María del Evangelio de San Lucas se inspira en el cántico de Ana que aparece en el primer libro de Samuel (1 Sam. 2, 1-10).
Veamos el contexto del hecho, en el caso de Ana (1 Sam. 1; 2,1-11):

Hubo un hombre de Ramatáyim, sufita de la montaña de Efraím, que se llamaba Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita.
Tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Peninná; Peninná tenía hijos, pero Ana no los tenía.
Este hombre subía de año en año desde su ciudad para adorar y ofrecer sacrificios a Yahveh Sebaot en Silo, donde estaban Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí, sacerdotes de Yahveh.
El día en que Elcaná sacrificaba, daba sendas porciones a su mujer Peninná y a cada uno de sus hijos e hijas, pero a Ana le daba solamente una porción, pues aunque era su preferida, Yahveh había cerrado su seno.
Su rival la zahería y vejaba de continuo, porque Yahveh la había hecho estéril.
Así sucedía año tras año; cuando subían al templo de Yahveh la mortificaba. Ana lloraba de continuo y no quería comer.
Elcaná su marido le decía: «Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?»
Pero después que hubieron comido en la habitación, se levantó Ana y se puso ante Yahveh. - El sacerdote Elí estaba sentado en su silla, contra la jamba de la puerta del santuario de Yahveh.
Estaba ella llena de amargura y oró a Yahveh llorando sin consuelo, e hizo este voto: «¡Oh Yahveh Sebaot! Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y acordarte de mí, no olvidarte de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré a Yahveh por todos los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza. »
Como ella prolongase su oración ante Yahveh, Elí observaba sus labios.
Ana oraba para sí; se movían sus labios, pero no se oía su voz, y Elí creyó que estaba ebria, y le dijo: «¿Hasta cuándo va a durar tu embriaguez? ¡Echa el vino que llevas!»
Pero Ana le respondió: «No, señor; soy una mujer acongojada; no he bebido vino ni cosa embriagante, sino que desahogo mi alma ante Yahveh.
No juzgues a tu sierva como una mala mujer; hasta ahora sólo por pena y pesadumbre he hablado. »
Elí le respondió: «Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido. »
Ella dijo: «Que tu sierva halle gracia a tus ojos.» Se fue la mujer por su camino, comió y no pareció ya la misma.
Se levantaron de mañana y, después de haberse postrado ante Yahveh, regresaron, volviendo a su casa, en Ramá. Elcaná se unió a su mujer Ana y Yahveh se acordó de ella.
Concibió Ana y llegado el tiempo dio a luz un niño a quien llamó Samuel, «porque, dijo, se lo he pedido a Yahveh».
Subió el marido Elcaná con toda su familia, para ofrecer a Yahveh el sacrificio anual y cumplir su voto, pero Ana no subió, porque dijo a su marido: «Cuando el niño haya sido destetado, entonces le llevaré, será presentado a Yahveh y se quedará allí para siempre.»
Elcaná, su marido, le respondió: «Haz lo que mejor te parezca, y quédate hasta que lo destetes; así Yahveh cumpla su palabra.» Se quedó, pues, la mujer y amamantó a su hijo hasta su destete.
Cuando lo hubo destetado, lo subió consigo, llevando además un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino, e hizo entrar en la casa de Yahveh, en Silo, al niño todavía muy pequeño.
Inmolaron el novillo y llevaron el niño a Elí y ella dijo: «Óyeme, señor. Por tu vida, señor, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, orando a Yahveh.
Este niño pedía yo y Yahveh me ha concedido la petición que le hice.
Ahora yo se lo cedo a Yahveh por todos los días de su vida; está cedido a Yahveh.» Y le dejó allí, a Yahveh. Entonces Ana dijo esta oración: «Mi corazón exulta en Yahveh, mi cuerno se levanta en Dios, mi boca se dilata contra mis enemigos, porque me he gozado en tu socorro[1].
No hay Santo como Yahveh, (porque nadie fuera de ti), ni roca como nuestro Dios.
No multipliquéis palabras altaneras. No salga de vuestra boca la arrogancia. Dios de sabiduría es Yahveh, suyo es juzgar las acciones.
El arco de los fuertes se ha quebrado, los que tambalean se ciñen de fuerza.
Los hartos se contratan por pan, los hambrientos dejan su trabajo. La estéril da a luz siete veces, la de muchos hijos se marchita.
Yahveh da muerte y vida, hace bajar al Seol y retornar.
Yahveh enriquece y despoja, abate y ensalza.
Levanta del polvo al humilde, alza del muladar al indigente para hacerle sentar junto a los nobles, y darle en heredad trono de gloria, pues de Yahveh los pilares de la tierra y sobre ellos ha sentado el universo.
Guarda los pasos de sus fieles, y los malos perecen en tinieblas, (pues que no por la fuerza triunfa el hombre).
Yahveh, ¡quebrantados sus rivales! el Altísimo truena desde el cielo. Yahveh juzga los confines de la tierra, da pujanza a su Rey, exalta el cuerno de su Ungido.»
Partió Elcaná para Ramá, y el niño se quedó para servir a Yahveh a las órdenes del sacerdote Elí.

¿En el caso de María, ella se estaba igualando a Ana?
NO. María no estaba pidiendo un hijo. Tampoco era estéril. Son dos casos distintos y opuestos. Sin duda. En el caso de Ana se trataba de una especie de promesa y de su cumplimiento. María no estaba pidiendo nada y por consiguiente no tenía ningún ofrecimiento que hacer, mucho menos nada qué cumplir a cambio de un favor recibido.

La presencia de Dios en la historia de Israel, herencia lucana:

Es evidente, según los textos comparados, las diferencias de circunstancias. María se hallaba en un momento histórico distinto.
Pero, la pregunta se mantiene: ¿María pronunció el cántico citado en el Evangelio de San Lucas? ¿Por lo menos, en la visita a la prima Isabel? Que María haya conocido la historia de Ana y el fervor de su ruego y cántico, no cabe la menor duda, al ser una judía conocedora de la historia de su propio pueblo, y ser continuadora de las tradiciones de sus mayores.
La pregunta concreta es, en este caso: ¿en el hecho de la visita a Isabel, lo pronunció? ¿Es fiel el espíritu lucano, veterotestamentario, por supuesto, y más aún convertido al mensaje cristiano y de los doce a los acontecimientos históricos? Pregunta y cuestionamiento interesantes.
No podemos olvidar que cuando alguien escribe tiene una herencia, una tradición y un entorno histórico y social que lo marcan. En el Evangelio de San Lucas no se puede negar esa influencia. La herencia, toda la historia del pueblo de Israel. La tradición, la fidelidad a esa historia. El entorno social e histórico, la continuidad permanente del plan de salvación. Pero con una novedad: la real y evidente continuidad en los nuevos tiempos, que empezaban con María, sin perder su relación al pasado histórico. Esa es la nota característica de los evangelios, en donde Lucas no es la excepción, sino su confirmación.
Es, entonces, cuando el autor lucano se mantiene en la fidelidad, con la novedad que le caracteriza y coloca en los labios de María, toda la tradición de la esperanza del proyecto de salvación, trazado en todas las Escrituras. E, inspirándose en esa tradición coloca en sus labios toda la fidelidad de la historia del pueblo de Israel, en la que los pobres están encarnados, plasmados y realizados en la Hija de Sión, según se desprende del libro de Deuteronomio, del Génesis, de Sofonías y de muchos otros textos, por de más conocidos por la comunidad lucana, veterotestamentaria y convertida al cristianismo.
Así, María, es la encarnación de la continuidad de la historia del pueblo de Israel, conocedor de la constante intervención de Dios.
Lucas, o su autor, (por eso se dice el autor lucano, para insistir en que es la comunidad de creyentes, judíos fieles al plan de Dios, convertidos) exulta de gozo, en las palabras de la historia, en el hecho de la visita de María a su prima Isabel. Que María haya dicho y pronunciado el cántico del Magnificat, en ese preciso momento, es lo menos importante. Más bien, se trata de plasmar en ella la continuidad de la historia y de la fidelidad de Dios en su plan.
El momento de la visita a Isabel era la gran oportunidad para resaltar la historia. Y la historia, es la del proyecto de Dios encarnado en ella. Aquí está la grandeza del Magnificat, que no es otra cosa que el cántico de la fidelidad de la historia del plan de Dios. Es, entonces, cuando es admirable el hilo conductor de la inspiración de las Escrituras, en el que el autor lucano, se convierte en el paradigma y sujeto resaltador de los acontecimientos, continuados y sin separación o rompimiento. Todo lo contrario. El autor lucano resalta la historia en el hecho de la visita de María a Isabel. Menos mal, porque, de lo contrario, María saldría mal parada si ese cántico fuese su exclusividad y autoría.
La originalidad del Magnificat está, sin duda, en la fidelidad de la historia del pueblo de Israel, y sobre todo, del nuevo pueblo de Israel, es decir, del cristianismo, que ha sabido ser intérprete, precisamente, de la historia. Pero, de la historia en continuidad, y no de historia en el sentido de tradicionalismo, por lo general, hermético y cerrado. Ahí está, justamente, la división y la diferencia del antiguo del nuevo pueblo de Israel. Y del que Lucas o su autor es el reflejo y su testimonio.
El autor lucano se convierte, entonces, en la gloria a la fidelidad, en boca y labios de María. Y en donde los textos que permanecen, en su fidelidad, no son otros que los que a continuación se dan.

Textos en su sentido de fidelidad en la mentalidad lucana:


Deuteronomio: 7, 6-ss:

“Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra.
No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado Yahveh con mano fuerte y os ha librado de la casa de servidumbre, del poder de Faraón, rey de Egipto.
Has de saber, pues, que Yahveh tu Dios es el Dios verdadero, el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos, pero que da su merecido en su propia persona a quien le odia, destruyéndole. No es remiso con quien le odia: en su propia persona le da su merecido.
Guarda, pues, los mandamientos, preceptos y normas que yo te mando hoy poner en práctica.
Y por haber escuchado estas normas, por haberlas guardado y practicado, Yahveh tu Dios te mantendrá la alianza y el amor que bajo juramento prometió a tus padres.
Te amará, te bendecirá, te multiplicará, bendecirá el fruto de tu seno y el fruto de tu suelo, tu trigo, tu mosto, tu aceite, las crías de tus vacas y las camadas de tus rebaños, en el suelo que a tus padres juró que te daría.
Serás bendito más que todos los pueblos. No habrá macho ni hembra estéril en ti ni en tus rebaños.
Yahveh apartará de ti toda enfermedad; no dejará caer sobre ti ninguna de esas malignas epidemias de Egipto que tú conoces, sino que se las enviará a todos los que te odian.

Génesis 15, 1-ss:

Después de estos sucesos fue dirigida la palabra de Yahveh a Abram en visión, en estos términos: «No temas, Abram. Yo soy para ti un escudo. Tu premio será muy grande.»
Dijo Abram: «Mi Señor, Yahveh, ¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?.»
Dijo Abram: «He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de mi casa me va a heredar. »
Mas he aquí que la palabra de Yahveh le dijo: «No te heredará ése, sino que te heredará uno que saldrá de tus entrañas. »
Y sacándole afuera, le dijo: «Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.» Y le dijo: «Así será tu descendencia. »
Y creyó él en Yahveh, el cual se lo reputó por justicia.
Y le dijo: «Yo soy Yahveh que te saqué de Ur de los caldeos, para darte esta tierra en propiedad. »
Él dijo: «Mi Señor, Yahveh, ¿en qué conoceré que ha de ser mía?»
Díjole: «Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón. »
Tomó él todas estas cosas, y partiéndolas por medio, puso cada mitad enfrente de la otra. Los pájaros no los partió.
Las aves rapaces bajaron sobre los cadáveres, pero Abram las espantó.
Y sucedió que estando ya el sol para ponerse, cayó sobre Abram un sopor, y de pronto le invadió un gran sobresalto.
Yahveh dijo a Abram: «Has de saber que tus descendientes serán forasteros en tierra extraña. Los esclavizarán y oprimirán durante cuatrocientos años.
Pero yo a mi vez juzgaré a la nación a quien sirvan; y luego saldrán con gran hacienda.
Tú en tanto vendrás en paz con tus padres, serás sepultado en buena ancianidad.
Y a la cuarta generación volverán ellos acá; porque hasta entonces no se habrá colmado la maldad de los amorreos. »
Y, puesto ya el sol, surgió en medio de densas tinieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos.
Aquel día firmó Yahveh una alianza con Abram, diciendo: «A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el Río Grande, el río Eufrates:
los quenitas, quenizitas, cadmonitas,
hititas, perizitas, refaítas,
amorreos, cananeos, guirgasitas y jebuseos. »

Génesis 17, 1-9:

Cuando Abram tenía 99 años, se le apareció Yahveh y le dijo: «Yo soy El Sadday, anda en mi presencia y sé perfecto.
Yo establezco mi alianza entre nosotros dos, y te multiplicaré sobremanera. »
Cayó Abram rostro en tierra, y Dios le habló así:
«Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos.
No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido.
Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti.
Y estableceré mi alianza entre nosotros dos, y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: una alianza eterna, de ser yo el Dios tuyo y el de tu posteridad.
Yo te daré a ti y a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos. »
Dijo Dios a Abraham: «Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación.
Sofonías 2, 3:

Buscad a Yahveh, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el Día de la cólera de Yahveh.

Ahí estaba la fidelidad.
Lucas es fiel. Lucas es el nuevo intérprete de esa fidelidad en la historia.
Y, María, es la encarnación de esa fidelidad en la mentalidad del autor lucano, por eso ella tenía que entonar el cántico de esa fidelidad, nueva y reinterpretada en la historia de los nuevos acontecimientos del nuevo pueblo de Israel.



[1] Véase Salmos 2, 18; Isaías 61, 10; Levítico 18, 3; Salmos 18, 3;; Isaías 40, 29; Salmos 113, 9; Isaías 54, 1; 2 Reyes 5, 7; Deuteronomio 32, 39; Sabiduría 16, 13; Tobías 131, 2; Job 9, 6; 38, 6; Salmos 98, 9.

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