viernes, 30 de diciembre de 2016

Una nota obligatoria

para justificar nuestro intento y metodología

 

He creído oportuno y necesario dejar esta nota para el final de nuestro libro.
Es necesario que digamos algo que nos justifique, sobre todo, en nuestro estilo, tal vez, peculiar de haber abordado algunos textos de los evangelios, como lo hemos tratado. Para algunos, puede haber sido una sorpresa. Quizás, les haya resultado escandaloso. Para otros, no haya sido ninguna novedad. Quiera Dios que les haya ayudado.
Pero mirando las cosas con cierta objetividad, no se trata de “una golondrina queriendo hacer llover”, como se dice. Tampoco se trata de intentos aislados. Todo lo contrario. Nos alienta el descubrir que hay muchos que abordan estos temas de esta manera. Podríamos citar a Monseñor Martini entre ellos.
Se podría alegar que al autor de estos escritos de este libro le falta fe. Ante esa posible reacción se objetaría que sin fe no se puede hacer teología. Y que la fe es el método necesario para poder hacer teología. El Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes, número 62, dice:

Los más recientes estudios y los nuevos hallaz­gos de las ciencias, de la historia y de la filosofía susci­tan problemas nuevos, que traen consigo conse­cuen­cias prácticas e incluso reclaman nuevas investi­gacio­nes teológicas. Por otra parte, los teólogos, guardando los métodos y las exigencias de las ciencias sagradas, e­stán invitados a buscar siempre un modo más apropiado de comunicar sus conocimientos a los hombres de su época; porque una cosa es el depósito mismo de la fe, o sea, sus verdades, y otra cosa es modo de formu­lar­las, conser­vando el mismo sentido y el mismo signifi­ca­do.
La investigación teológica siga profundizando en la verdad revelada sin perder contacto con su tiempo, a fin de facilitar a los hombres cultos en los diversos ramos del saber un más pleno conocimiento de la fe.

Y en cuanto a la fuente de la teología en la Dei Verbum N. 24 dice, que: La teología se apoya, como en cimiento perdurable, en la Sagrada Escritura unida a la Tradición; así se mantiene firme y recobra su juventud, penetrando a la luz de la fe la verdad escondida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la pala­bra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagra­da Escritura ha de ser como el alma de la sagrada teología.
En la Optatam Totius N. 16 dice que “las disciplinas teológicas han de enseñarse, a la luz de la fe, bajo la direc­ción del Magisterio de la Iglesia”.
No se ha hecho más que indagar.
Sin ninguna oposición al Magisterio. Nos libre Dios de semejante atrevimiento.

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD:


Este apartado es necesario para la comprensión de lo que hemos hecho en este libro.
Ya que el hecho de querer hacer teología no significa que se esté desespiritualizando. A más teología, mayor será la espiritualidad, porque una espiritualidad que tenga como sustento la teología, será la verdadera teología. Porque la teología no es otra cosa que la auténtica espiritualidad. En cambio, una espiritualidad sin una verdadera teología, corre el riesgo de convertirse en una falsa espiritualidad.
Lamentablemente por mucho tiempo se consideró que teología y espiritualidad eran opuestos[1]. Se llegaba a pensar que hacer teología era teorizar o intelectualizar la fe. Mientras que espiritualidad era considerada la práctica concreta, a veces, distante de la teología. Gracias al Concilio Vaticano II este distanciamiento no deja de ser una parte de la historia. Precisamente porque no se puede hacer una auténtica espiritualidad sin que con ello no se esté haciendo una teología. Esto supone, ciertamente, una relación estrecha. Por lo menos, es la idea central de la Optatam totius, número 16. Veamos lo que dice:

Las disciplinas teológicas han de enseñarse a la luz de la fe y bajo la guía del magisterio de la Iglesia, de modo que los alumnos deduzcan cuidadosamente la doctrina católica de la Divina Revelación; penetren en ella profundamente, la conviertan en alimento de la propia vida espiritual, y puedan en su ministerio sacerdotal anunciarla, exponerla y defenderla.
Fórmense con diligencia especial los alumnos en el estudio de la Sagrada Escritura, que debe ser como el alma de toda la teología; una vez antepuesta una introducción conveniente, iníciense con cuidado en el método de la exégesis, estudien los temas más importantes de la Divina Revelación, y en la lectura diaria y en la meditación de las Sagradas Escrituras reciban su estímulo y su alimento.
Ordénese la teología dogmática de forma que, ante todo, se propongan los temas bíblicos; expóngase luego a los alumnos la contribución que los Padres de la Iglesia del Oriente y del Occidente han aportado en la fiel transmisión y comprensión de cada una de las verdades de la Revelación, y la historia posterior del dogma, considerada incluso en relación con la historia general de la Iglesia; aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás; aprendan también a reconocerlos presentes y operantes en las acciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia; a buscar la solución de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación; a aplicar las verdades eternas a la variable condición de las cosas humanas, y a comunicarlas en modo apropiado a los hombres de su tiempo.

Quedan fuera, pues, como dice un autor, la diferencia de teología y de espiritualidad. Una teología solo cerebral o intelectualista sería una teología decadente. Y una espiritualidad sin la relación vital con el dogma y con la teología sería una espiritualidad sin fundamento. Es necesario ver la teología espiritual como una prolongación y una especificación de toda la teología. El problema de una mayor inspiración dogmática de la teología espiritual aparece en el fondo como el problema de la unidad intrínseca y fundamental de toda la teología. Así se evitaría, a toda costa, los peligros del subjetivismo, del sentimentalismo y del particularismo. Peligros que no dejan de representar una verdadera tentación. Pues la verdadera teología no es otra cosa que una auténtica oración. Y la oración, propiamente dicha, una auténtica teología.VOCACIÓN ECLESIAL DEL TEÓLOGO1


[1] Cf. Frosini, Giordano, Spiritualitá e teologia, Edizione Dehoniame, Bologna, 2.000. Schamus, Michael, Teología Dogmática, I. La Trinidad de Dios, Ediciones Rialp, S.A., Madrid, 1960.


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