Una nota
obligatoria
para justificar
nuestro intento y metodología
He
creído oportuno y necesario dejar esta nota para el final de nuestro libro.
Es
necesario que digamos algo que nos justifique, sobre todo, en nuestro estilo,
tal vez, peculiar de haber abordado algunos textos de los evangelios, como lo
hemos tratado. Para algunos, puede haber sido una sorpresa. Quizás, les haya
resultado escandaloso. Para otros, no haya sido ninguna novedad. Quiera Dios
que les haya ayudado.
Pero
mirando las cosas con cierta objetividad, no se trata de “una golondrina
queriendo hacer llover”, como se dice. Tampoco se trata de intentos aislados.
Todo lo contrario. Nos alienta el descubrir que hay muchos que abordan estos
temas de esta manera. Podríamos citar a Monseñor Martini entre ellos.
Se
podría alegar que al autor de estos escritos de este libro le falta fe. Ante
esa posible reacción se objetaría que sin fe no se puede hacer teología. Y que
la fe es el método necesario para poder hacer teología. El Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes, número
62, dice:
Los
más recientes estudios y los nuevos hallazgos de las ciencias, de la historia
y de la filosofía suscitan problemas nuevos, que traen consigo consecuencias
prácticas e incluso reclaman nuevas investigaciones teológicas. Por otra
parte, los teólogos, guardando los métodos y las exigencias de las ciencias
sagradas, están invitados a buscar siempre un modo más apropiado de comunicar
sus conocimientos a los hombres de su época; porque una cosa es el depósito mismo
de la fe, o sea, sus verdades, y otra cosa es modo de formularlas, conservando
el mismo sentido y el mismo significado.
La
investigación teológica siga profundizando en la verdad revelada sin perder
contacto con su tiempo, a fin de facilitar a los hombres cultos en los diversos
ramos del saber un más pleno conocimiento de la fe.
Y en cuanto a la fuente de la
teología en la Dei Verbum
N. 24 dice, que: La teología se apoya, como en cimiento perdurable, en la Sagrada Escritura
unida a la Tradición ;
así se mantiene firme y recobra su juventud, penetrando a la luz de la fe la
verdad escondida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la
palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por
consiguiente, el
estudio de la Sagra da
Escritura ha de ser como el alma de la sagrada teología.
En
la Optatam Totius
N. 16 dice que “las disciplinas
teológicas han de enseñarse, a la luz de la fe, bajo la dirección del
Magisterio de la Iglesia ”.
No se ha hecho
más que indagar.
Sin
ninguna oposición al Magisterio. Nos libre Dios de semejante atrevimiento.
TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD:
Este
apartado es necesario para la comprensión de lo que hemos hecho en este libro.
Ya
que el hecho de querer hacer teología no significa que se esté
desespiritualizando. A más teología, mayor será la espiritualidad, porque una
espiritualidad que tenga como sustento la teología, será la verdadera teología.
Porque la teología no es otra cosa que la auténtica espiritualidad. En cambio,
una espiritualidad sin una verdadera teología, corre el riesgo de convertirse
en una falsa espiritualidad.
Lamentablemente
por mucho tiempo se consideró que teología y espiritualidad eran opuestos[1].
Se llegaba a pensar que hacer teología era teorizar o intelectualizar la fe.
Mientras que espiritualidad era considerada la práctica concreta, a veces,
distante de la teología. Gracias al Concilio Vaticano II este distanciamiento
no deja de ser una parte de la historia. Precisamente porque no se puede hacer
una auténtica espiritualidad sin que con ello no se esté haciendo una teología.
Esto supone, ciertamente, una relación estrecha. Por lo menos, es la idea
central de la Optatam
totius, número 16. Veamos lo que dice:
Las disciplinas teológicas han de enseñarse a la luz
de la fe y bajo la guía del magisterio de la Iglesia , de modo que los alumnos deduzcan
cuidadosamente la doctrina católica de la Divina Revelación ;
penetren en ella profundamente, la conviertan en alimento de la propia vida
espiritual, y puedan en su ministerio sacerdotal anunciarla, exponerla y
defenderla.
Fórmense con diligencia especial los alumnos en el
estudio de la
Sagrada Escritura , que debe ser como el alma de toda la
teología; una vez antepuesta una introducción conveniente, iníciense con
cuidado en el método de la exégesis, estudien los temas más importantes de la Divina Revelación ,
y en la lectura diaria y en la meditación de las Sagradas Escrituras reciban su
estímulo y su alimento.
Ordénese la teología dogmática de forma que, ante
todo, se propongan los temas bíblicos; expóngase luego a los alumnos la
contribución que los Padres de la
Iglesia del Oriente y del Occidente han aportado en la fiel
transmisión y comprensión de cada una de las verdades de la Revelación , y la
historia posterior del dogma, considerada incluso en relación con la historia
general de la Iglesia ;
aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más
puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por
medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás; aprendan
también a reconocerlos presentes y operantes en las acciones litúrgicas y en
toda la vida de la Iglesia ;
a buscar la solución de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación ; a aplicar
las verdades eternas a la variable condición de las cosas humanas, y a
comunicarlas en modo apropiado a los hombres de su tiempo.
Quedan fuera, pues, como
dice un autor, la diferencia de teología y de espiritualidad. Una teología solo
cerebral o intelectualista sería una teología decadente. Y una espiritualidad
sin la relación vital con el dogma y con la teología sería una espiritualidad
sin fundamento. Es necesario ver la teología espiritual como una prolongación y
una especificación de toda la teología. El problema de una mayor inspiración
dogmática de la teología espiritual aparece en el fondo como el problema de la
unidad intrínseca y fundamental de toda la teología. Así se evitaría, a toda
costa, los peligros del subjetivismo, del sentimentalismo y del particularismo.
Peligros que no dejan de representar una verdadera tentación. Pues la verdadera
teología no es otra cosa que una auténtica oración. Y la oración, propiamente
dicha, una auténtica teología.
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