El problema del
disentimiento[1]:
El
fenómeno del disentimiento puede tener diversas formas, y sus causas remotas o
próximas son múltiples. El “disenso” es la actitud pública de oposición al
magisterio de la Iglesia ,
y se distingue de las situaciones de dificultad personales.
Entre
los factores que puede ejercitar su influencia en manera remota o indirecta, es
necesario recordar la ideología del liberalismo filosófico que impregna también
la mentalidad de nuestra época. Por ejemplo, se insiste en la libertad personal
y en que “ninguno puede ser obligado a abrazar la fe contra su voluntad”.
En
este contexto un discernimiento crítico bien ponderado y una verdadera
padronanza de los problemas son requeridos del teólogo, que quiere asumir su
misión eclesial y no perder, conformándose al mundo presente, la independencia
del juicio que debe ser la del discípulo de Cristo.
El
disenso puede revestir diversos aspectos. En su forma más radical mira el
cambio de la Iglesia ,
según un modelo de contestación inspirado de lo que se hace en la sociedad
política.
La
justificación del disenso se apoya en general sobre diversos argumentos, dos de
los cuales tienen un carácter más fundamental. El primer es de orden
hermenéutico: los documentos del Magisterio no sería nada más que el reflejo de
una teología opinable. El segundo invoca el pluralismo teológico, pleno en fin
de un relativismo que mete en causa la integridad de la fe: las intervenciones
magisteriales tendrían su origen en una teología entre otras, mientras ninguna
teología particular puede pretender de imponerse universalmente. En oposición y
en concordancia con el magisterio auténtico surge así una especie de
“magisterio paralelo” de los teólogos.
Uno de los deberes del teólogo es ciertamente
el de interpretar correctamente los textos del Magisterio, y al descubrir él
dispone de reglas hermenéuticas, entre las cuales figura el principio según la
enseñanza del Magisterio va más allá de los argumentos, tal vez desunida de una
teología particular, del que ella se sirve. Sobre el pluralismo teológico, ello
no es legítimo si no en la medida en que se salvaguarda la unidad de la fe en
su significado objetivo. En cuanto al “magisterio paralelo” puede causar
grandes males espirituales oponiéndose al de los pastores.
El sentido de la fe
(“sensus fidei”):
El
sensus fidei implica, por
naturaleza, el acuerdo profundo del espíritu y del corazón con la Iglesia , el sentir cum Ecclesia.
La
libertad del acto de fe no puede justificar el derecho al disenso. El acto de
fe es un acto voluntario. El respeto del derecho a la libertad religiosa es el
fundamento del respeto juntos a los derechos del hombre.
No
se puede por tanto hacer apelo a estos derechos del hombre para oponerse a las
intervenciones del Magisterio.
El
Magisterio tiene por misión proponer la enseñanza del Evangelio, de velar sobre
su integridad y de proteger así la fe del pueblo de Dios. El teólogo que no
está en sintonía con el sentire cum
Ecclesia, se mete en contradicción con su empeño libre y conscientemente
de enseñar en nombre de la
Iglesia.
Siendo la teología y el Magisterio de
naturaleza diversa y teniendo misiones diversas que no pueden ser confundidas,
se trata todavía de dos funciones vitales en la Iglesia , que deben compenetrarse
y enriquecerse recíprocamente para el servicio del pueblo de Dios.
La guía del Magisterio:
Corresponde
a los pastores, debido a la autoridad que deriva de Cristo mismo, vigilar sobre
esta unidad e impedir que las tensiones de la vida degeneren en divisiones. Su
unidad, más allá de posiciones particulares y de oposiciones, debe unificarla
en la integridad del Evangelio, que es “la palabra de la reconciliación” (cf.
2 Cor. 5, 18-20).
En
cuanto a los teólogos, debido a su propio carisma, corresponde también
participar a la edificación del Cuerpo de Cristo en la unidad y en la verdad, y
su contribución es más que nunca arriesgar la evangelización y exige un diálogo
confiado con los pastores, en el espíritu de verdad y caridad que está en la
comunión de la Iglesia.
Los
actos de adhesión y de obsequio a la palabra de Dios confiada a la Iglesia bajo la guía del
Magisterio se refieren en definitiva a ÉL e introducen en el espacio de la
verdadera libertad.
A modo de conclusión:
De todo lo que
tenemos dicho podemos concluir, que:
a) Magisterio está referido a la autoridad
que tiene el que enseña. En los escolásticos medievales el magisterio se
representaba en la “cátedra”. Y se tenía dos tipos de “cátedras”: la del
Obispo en su catedral y la del profesor en la Universidad. Así
Santo Tomás concebía dos tipos de cátedras: “magisterium cathedrae pastoralis”,
propio del obispo, y, el “magisterium cathedrae magistralis” específicamente
del teólogo.
b) Hoy está utilizada casi exclusivamente
al oficio de enseñar de los obispos, aunque no se niega que también los
teólogos desempeñan el papel de enseñar, pero el término se ha ido aplicando
con más propiedad al rol de los obispos.
c) En el número 22 de la Lumen Gentium habla
del Colegio o cuerpo episcopal en unión con el Romano Pontífice quien es quien
da autoridad a la unión de los obispos. También el número 25 habla del
magisterio pero del magisterio “auténtico” y “supremo”. Pero no en el sentido
jurídico, sino como autoridad en el ministerio del servicio, como se señala en la Dei Verbum N. 10: Este Magisterio, evidentemente, no está sobre
la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido
confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo.
d) La Sagrada Tradición , la Sagrada
Escritura y el Sagrado Magisterio de la Iglesia son tres elementos esenciales para
comprender la palabra de Dios, ya que la palabra depósito sugiere el hecho que
la autorevelación de Dios a la humanidad es definitiva en el evento Cristo y
que esta palabra de Dios definitiva es un tesoro confiado a la Iglesia , el cual no estará
posteriormente aumentado. Ya que es un rol
esencialmente conservativo el del Magisterio. La misión del
magisterio emerge directamente de la economía de la fe misma, en cuanto el
Magisterio es, en su servicio a la palabra de Dios, una institución querida
positivamente de Cristo como elemento constitutivo de la Iglesia.
e) El deber de custodiar santamente y de
exponer fielmente el depósito de la divina Revelación implica, por su
naturaleza, que el Magisterio pueda proponer “en modo definitivo” enunciados
que, también si no están contenidos en las verdades de fe, están a ellas
todavía íntimamente unidos, así que el carácter definitivo de tales
afirmaciones deriva, en última instancia, de la Revelación misma.
f) Es sujeto del Magisterio: El Pontífice
romano cumple su misión universal con la ayuda de los organismos de la Curia Romana y en
particular de la
Congregación para la Doctrina de la Fe en lo que respecta la doctrina sobre fe y
sobre moral. Y los obispos unidos al Romano Pontífice, como igualmente las
Conferencias Episcopales.
g) El servicio a la doctrina, que implica
la investigación creyente de la inteligencia de la fe, es decir la teología,
es por tanto una exigencia a la que la Iglesia no puede renunciar.
h) Entre las vocaciones suscitadas del
Espíritu Santo en la Iglesia
se distingue la del teólogo, que en modo particular tiene la función de
adquirir, en comunión con el Magisterio, una inteligencia siempre más profunda
de la palabra de Dios contenida en las Escrituras inspirada y transmitida de la Tradición viva de la Iglesia. La ciencia
teológica, que, respondiendo a la invitación de la voz de la verdad, busca la
inteligencia de la fe, ayuda al pueblo de Dios, según la recomendación del
apóstol (cf. 1 Ped. 3, 15), a dar cuenta de su esperanza a quienes lo
requieran.
i) El Magisterio vivo de la Iglesia y la teología, con
diversos fines, tienen últimamente el mismo fin: conservar el pueblo de Dios en
la verdad que libera y hace así las “luces de las naciones”. Lo que hace que
estén en relación recíproca.
j) Entre el Magisterio y los teólogos debe
haber un diálogo y debe tener una doble regla: “unitatis veritatis” y
“unitatis caritatis”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario