Vocación eclesial del teólogo [1]:
Búsqueda de la verdad:
En
la introducción del documento pontificio de la Congregación para la
doctrina de la fe, sobre la vocación eclesial del teólogo, dice que la búsqueda
de la verdad está inserta en la naturaleza del hombre, mientras la ignorancia
lo mantiene en una condición de esclavitud. El hombre de hecho no puede ser
verdaderamente libre si no recibe luces sobre las cuestiones centrales de su
existencia, y en particular sobre aquella de saber de donde viene y donde va.
Él es libre cuando Dios se dona a él como Amigo, según la palabra del Señor.
En
la fe cristiana, conocimiento y vida, verdad y existencia están
intrínsecamente unidas. La verdad donada en la revelación de Dios sobrepasa
evidentemente la capacidad de conocimiento del hombre, pero no se opone a la
razón humana. El servicio a la doctrina, que implica la investigación creyente
de la inteligencia de la fe, es decir la teología, es por tanto una exigencia
a la que la Iglesia
no puede renunciar.
En cada época la teología es importante
porque pueda responder al designio de Dios, el cual quiere “que todos los hombres
sean salvados y llegan al conocimiento de la verdad” (1 Tm, 2, 4) En nuestro
siglo, en particular durante la preparación y la realización del Concilio
Vaticano II, la teología ha contribuido mucho a una más profunda “compresión de
la realidad y de las palabras transmitidas, pero también ha conocido y conoce
todavía momentos de crisis y de tensiones”.
La verdad, don de Dios a
su pueblo:
Dios
ha querido hacerse cercano al hombre y le ha dado acceso a su intimidad para
que encuentre, en sobreabundancia, la verdad plena y la verdadera libertad.
Este diseño de amor concebido del Padre de las luces realizado del Hijo
vencedor de la muerte ha estado continuamente actual del Espíritu Santo que
guía “a la verdad toda entera”.
La
verdad tiene en sí una fuerza unificante: libera al hombre del aislamiento y de
las oposiciones en las que están limitados de la ignorancia de la verdad y,
abriendo sus vidas a Dios, los une a unos con otros. Cristo ha roto este muro
que nos separaba... La Iglesia ,
como “sal de la tierra” debe rendir testimonio a la verdad de Cristo que hace
libres.
A
esta llamada el pueblo de Dios responde “sobretodo por medio de una vida de fe
y de caridad, y ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza”.
Para ejercitar su función profética en el
mundo, el pueblo de Dios debe continuamente despertar o “avivar” la propia fe,
en particular por medio de una reflexión siempre más profunda, guiada del
Espíritu Santo, sobre el contenido de la fe misma y hacia el empeño de
demostrar las razones a quienes preguntan los motivos.
La vocación del teólogo:
Entre
las vocaciones suscitadas del Espíritu Santo en la Iglesia se distingue la
del teólogo, que en modo particular tiene la función de adquirir, en comunión
con el Magisterio, una inteligencia siempre más profunda de la palabra de Dios
contenida en las Escrituras inspirada y transmitida de la Tradición viva de la Iglesia. Por su
naturaleza la fe hace apelo a la inteligencia, para revelar al hombre la
verdad de su destino y el camino para alcanzarlo. La verdad revelada es
superior a todos nuestros decir y nuestros conceptos son imperfectos, ella
invita a entrar en su luz, llegando así capaces de comprender en una cierta
medida cuanto ha creído. La ciencia teológica, que, respondiendo a la
invitación de la voz de la verdad, busca la inteligencia de la fe, ayuda al
pueblo de Dios, según la recomendación del apóstol (cf. 1 Ped. 3, 15), a dar
cuenta de su esperanza a quienes lo requieran.
El
trabajo del teólogo responde así al dinamismo implícito en la fe misma: por
naturaleza la verdad quiere comunicarse, porque el hombre ha sido creado para
percibir la verdad, y puesta en lo más profundo de sí mismo conocerla para reencontrarse
en ella y poder encontrar su salvación.
La
teología ofrece pues su contribución para que la fe sea comunicable, y la
inteligencia de quienes no conocen todavía a Cristo pueda buscarla y encontrarla.
La teología nace también del amor y de su dinamismo: en el acto de fe, el
hombre conoce la bondad de Dios y empieza a amarlo, pero el amor decide conocer
siempre mejor lo que ama.
Ya
que el objeto de la teología es la Verdad , el Dios vivo y su designio
de salvación revelado en Jesucristo, el teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a unir siempre
investigación científica y oración. Estará así más abierto al “sentido
sobrenatural de la fe” de la cual depende y que mostrará como una segura regla
para guiar su reflexión y medir la corrección de sus reflexiones.
Es necesario
que el teólogo esté atento a las exigencias epistemológicas de su disciplina, a
las exigencias del rigor crítico, y también al control racional de cada etapa
de su investigación. El teólogo debe discernir en sí mismo el origen y las
motivaciones de su actitud crítica y dejar que su mirada sea purificada de la
fe. El empeño teológico exige un
esfuerzo espiritual de rectitud y de santificación.
La
razón por su naturaleza está ordenada a la verdad en modo, que iluminada de la
fe, ella pueda penetrar el significado de la revelación. Se debe reconocer la
capacidad de la razón humana de alcanzar la verdad, así como la capacidad metafísica
de conocer a Dios a partir de la criatura. El deber propio de la teología de
comprender el sentido de la revelación exige por tanto la utilización de
adquisiciones filosóficas que abastezcan “un sólido y armónico conocimiento del
hombre, del mundo y de Dios”, y puedan estar asentados en la reflexión sobre la
doctrina revelada. Las ciencias
históricas son igualmente necesarias a los estudios del teólogo, con
motivo ante todo del carácter histórico de la Revelación misma, que
nos ha sido comunicada en una “historia de salvación”. Se debe en fin recurrir
a las “ciencias humanas”, para
comprender mejor la verdad revelada sobre el hombre y sobre las normas morales
de su buscar. En esta prospectiva es deber del teólogo asumir de la cultura de
su ambiente elementos que le permitan meter mejor en luces uno u otro de los
misterios de la fe. A este propósito es importante subrayar que la utilización
de la teología de elementos e instrumentos conceptuales provenientes de la filosofía o de otras disciplinas
exige un discernimiento que tenga el principio normativo último de la doctrina
revelada. Es ella que debe proveer los criterios para el discernimiento de
estos elementos e instrumentos conceptuales y no viceversa.
La
libertad propia a la investigación teológica se ejercita al interno de la fe de
la Iglesia. La
audacia por tanto que se impone frondoso acompaña a la paciencia de la madurez.
La teología, en cuanto servicio muy desinteresado a la comunidad de creyentes,
comporta esencialmente un debate objetivo, un diálogo fraterno, una apertura y
una disponibilidad en modificar las propias opiniones.
La
libertad de investigación significa disponibilidad en acoger la verdad así
como ella se presenta al final de una investigación, en la que no haya
intervenido algún elemento extraño a las exigencias de un método que
corresponda al objeto estudiado.
En teología esta libertad de investigación se
inscribe al interno de un saber racional cuyo objeto es dato de Revelación,
transmitida e interpretada en la
Iglesia bajo la autoridad del Magisterio, y escucha de la fe.
Magisterio y Teología:
El
Magisterio vivo de la Iglesia
y la teología, con diversos fines, tienen últimamente el mismo fin: conservar
el pueblo de Dios en la verdad que libera y hace así las “luces de las naciones”.
Lo que hace que estén en relación recíproca.
La
teología en modo reflexivo tiene siempre una inteligencia más profunda de la
palabra de Dios, contenida en las Escrituras y transmitida de la Tradición viva de la Iglesia bajo la guía del
Magisterio, trata de aclarar las enseñanzas de la revelación de frente a las
instancias de la razón y en fin le da una forma orgánica y sistemática. Así, el
documento citado señala entre otras cosas que:
·
La colaboración entre el
teólogo y el Magisterio se realiza en modo especial cuando el teólogo recibe la
misión canónica o el mandato de enseñar. Adquiere un vínculo jurídico, debe
emitir la Profesión
de fe y el juramento de fidelidad.
·
Cuando el Magisterio se
pronuncia infaliblemente el teólogo debe adherirse a la enseñanza.
·
Igualmente cuando el
Magisterio se pronuncia sobre la fe y las costumbres debe ser firmemente
aceptado y retenido.
·
Como cuando sin la
intención de poner un acto “definitivo”, enseña una doctrina para ayudar a la
inteligencia más profunda de la
Revelación , para evitar confusiones en opiniones peligrosas
que pueden llevar errores para distinguir lo que es necesario y lo que es
contingente.
·
Entre el Magisterio y los
teólogos debe haber un diálogo y debe tener una doble regla: “unitatis veritatis”
y “unitatis caritatis”.
·
El teólogo no puede
presentar sus conclusiones, si la doctrina de la fe no está en causa, como
conclusiones indiscutibles. Y si en cualquier caso delante de una afirmación,
a la cual no siente de poder dar su adhesión intelectual, su deber es de estar
disponible para un examen más profundo de la cuestión. Puede ser una
invitación a sufrir en el silencio y en la oración, con la certeza que si la
verdad está verdaderamente en causa, ella terminará necesariamente por
imponerse.
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