viernes, 30 de diciembre de 2016

Vocación eclesial del teólogo [1]:

Búsqueda de la verdad:


En la introducción del documento pontificio de la Congregación para la doctrina de la fe, sobre la vocación eclesial del teólogo, dice que la búsqueda de la verdad está inserta en la naturaleza del hombre, mientras la ignorancia lo mantiene en una condición de esclavitud. El hombre de hecho no puede ser verdaderamente libre si no recibe luces sobre las cuestiones centrales de su existencia, y en particular sobre aquella de saber de donde viene y donde va. Él es libre cuando Dios se dona a él como Amigo, según la palabra del Señor.
En la fe cristiana, conocimiento y vida, verdad y existen­cia están intrínsecamente unidas. La verdad donada en la revela­ción de Dios sobrepasa evidentemente la capacidad de conocimien­to del hombre, pero no se opone a la razón humana. El servicio a la doctrina, que implica la investigación creyente de la inteli­gencia de la fe, es decir la teología, es por tanto una exigen­cia a la que la Iglesia no puede renunciar.
En cada época la teología es importante porque pueda res­ponder al designio de Dios, el cual quiere “que todos los hom­bres sean salvados y llegan al conocimiento de la verdad” (1 Tm, 2, 4) En nuestro siglo, en particular durante la prepara­ción y la realización del Concilio Vaticano II, la teología ha contribuido mucho a una más profunda “compresión de la realidad y de las palabras transmitidas, pero también ha conocido y conoce todavía momentos de crisis y de tensiones”. La verdad, don de Dios a su pueblo

La verdad, don de Dios a su pueblo:


Dios ha querido hacerse cercano al hombre y le ha dado acceso a su intimidad para que encuentre, en sobreabundancia, la verdad plena y la verdadera libertad. Este diseño de amor concebido del Padre de las luces realizado del Hijo vencedor de la muerte ha estado continuamente actual del Espíritu Santo que guía “a la verdad toda entera”.
La verdad tiene en sí una fuerza unificante: libera al hombre del aislamiento y de las oposiciones en las que están limitados de la ignorancia de la verdad y, abriendo sus vidas a Dios, los une a unos con otros. Cristo ha roto este muro que nos separaba... La Iglesia, como “sal de la tierra” debe rendir testimonio a la verdad de Cristo que hace libres.
A esta llamada el pueblo de Dios responde “sobretodo por medio de una vida de fe y de caridad, y ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza”.
Para ejercitar su función profética en el mundo, el pueblo de Dios debe continuamente despertar o “avivar” la propia fe, en particular por medio de una reflexión siempre más profunda, guiada del Espíritu Santo, sobre el contenido de la fe misma y hacia el empeño de demostrar las razones a quienes preguntan los motivos.

LA VOCACIÓN DEL TEÓLOGO

La vocación del teólogo:


Entre las vocaciones suscitadas del Espíritu Santo en la Iglesia se distingue la del teólogo, que en modo particular tiene la función de adquirir, en comunión con el Magisterio, una inte­ligencia siempre más profunda de la palabra de Dios conteni­da en las Escrituras inspirada y transmitida de la Tradición viva de la Iglesia. Por su naturaleza la fe hace apelo a la inteli­gen­cia, para revelar al hombre la verdad de su destino y el camino para alcanzarlo. La verdad revelada es superior a todos nuestros decir y nuestros conceptos son imperfectos, ella invita a entrar en su luz, llegando así capaces de compren­der en una cierta medida cuanto ha creído. La ciencia teológica, que, respondiendo a la invitación de la voz de la verdad, busca la inteligencia de la fe, ayuda al pueblo de Dios, según la reco­menda­ción del apóstol (cf. 1 Ped. 3, 15), a dar cuenta de su esperanza a quienes lo requieran.
El trabajo del teólogo responde así al dinamismo implícito en la fe misma: por naturaleza la verdad quiere comunicarse, porque el hombre ha sido creado para percibir la verdad, y puesta en lo más profundo de sí mismo conocerla para reen­contrarse en ella y poder encontrar su salvación.
La teología ofrece pues su contribución para que la fe sea comunicable, y la inteligencia de quienes no conocen todavía a Cristo pueda buscarla y encontrarla. La teología nace también del amor y de su dinamismo: en el acto de fe, el hombre conoce la bondad de Dios y empieza a amarlo, pero el amor decide conocer siempre mejor lo que ama.
Ya que el objeto de la teología es la Verdad, el Dios vivo y su designio de salvación revelado en Jesucristo, el teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a unir siempre investigación científica y oración. Estará así más abierto al “sentido sobrenatural de la fe” de la cual depende y que mostra­rá como una segura regla para guiar su reflexión y medir la corrección de sus reflexiones.
Es necesario que el teólogo esté atento a las exigencias epistemológicas de su disciplina, a las exigencias del rigor crítico, y también al control racional de cada etapa de su investigación. El teólogo debe discernir en sí mismo el origen y las motivaciones de su actitud crítica y dejar que su mirada sea purificada de la fe. El empeño teológico exige un esfuerzo espiritual de rectitud y de santificación.
La razón por su naturaleza está ordenada a la verdad en modo, que iluminada de la fe, ella pueda penetrar el significa­do de la revelación. Se debe reconocer la capacidad de la razón humana de alcanzar la verdad, así como la capacidad meta­física de conocer a Dios a partir de la criatura. El deber propio de la teología de comprender el sentido de la revelación exige por tanto la utilización de adquisiciones filosóficas que abastezcan “un sólido y armónico conocimiento del hombre, del mundo y de Dios”, y puedan estar asentados en la reflexión sobre la doctrina revelada. Las ciencias históricas son igual­mente necesarias a los estudios del teólogo, con motivo ante todo del carácter histórico de la Revelación misma, que nos ha sido comunicada en una “historia de salvación”. Se debe en fin recu­rrir a las “ciencias humanas”, para comprender mejor la verdad revelada sobre el hombre y sobre las normas morales de su buscar. En esta prospec­tiva es deber del teólogo asumir de la cultura de su ambiente elementos que le permitan meter mejor en luces uno u otro de los misterios de la fe. A este propó­sito es importante subrayar que la utilización de la teología de elementos e instrumentos conceptuales provenientes de la filoso­fía o de otras disciplinas exige un discernimiento que tenga el principio normativo último de la doctrina revelada. Es ella que debe proveer los criterios para el discernimiento de estos elementos e instrumen­tos conceptuales y no viceversa.
La libertad propia a la investigación teológica se ejercita al interno de la fe de la Iglesia. La audacia por tanto que se impone frondoso acompaña a la paciencia de la madurez. La teología, en cuanto servicio muy desinteresado a la comunidad de creyentes, comporta esencialmente un debate objetivo, un diálogo fraterno, una apertura y una disponibilidad en modifi­car las propias opiniones.
La libertad de investigación significa disponibi­lidad en acoger la verdad así como ella se presenta al final de una investigación, en la que no haya intervenido algún elemento extraño a las exigencias de un método que corresponda al objeto estudiado.
En teología esta libertad de investigación se inscribe al interno de un saber racional cuyo objeto es dato de Revelación, transmitida e interpretada en la Iglesia bajo la autoridad del Magisterio, y escucha de la fe.

D) MAGISTERIO Y TEOLOGÍA:

Magisterio y Teología:


El Magisterio vivo de la Iglesia y la teología, con diversos fines, tienen últimamente el mismo fin: conservar el pueblo de Dios en la verdad que libera y hace así las “luces de las naciones”. Lo que hace que estén en relación recíproca.
La teología en modo reflexivo tiene siempre una inteligen­cia más profunda de la palabra de Dios, contenida en las Escri­tu­ras y transmitida de la Tradición viva de la Iglesia bajo la guía del Magisterio, trata de aclarar las enseñanzas de la revelación de frente a las instancias de la razón y en fin le da una forma orgánica y sistemática. Así, el documento citado señala entre otras cosas que:
·        La colaboración entre el teólogo y el Magisterio se realiza en modo especial cuando el teólogo recibe la misión canónica o el mandato de enseñar. Adquiere un vínculo jurídi­co, debe emitir la Profesión de fe y el juramento de fidelidad.
·        Cuando el Magisterio se pronuncia infaliblemente el teólogo debe adherirse a la enseñanza.
·        Igualmente cuando el Magisterio se pronuncia sobre la fe y las costumbres debe ser firmemente aceptado y reteni­do.
·        Como cuando sin la intención de poner un acto “definiti­vo”, enseña una doctrina para ayudar a la inteligencia más profunda de la Revelación, para evitar confusiones en opinio­nes peligrosas que pueden llevar errores para distinguir lo que es necesario y lo que es contingente.
·        Entre el Magisterio y los teólogos debe haber un diálo­go y debe tener una doble regla: “unitatis verita­tis” y “unitatis caritatis”.
·        El teólogo no puede presentar sus conclusiones, si la doctrina de la fe no está en causa, como conclusiones indiscu­ti­bles. Y si en cualquier caso delante de una afirmación, a la cual no siente de poder dar su adhesión intelectual, su deber es de estar disponible para un examen más profundo de la cues­tión. Puede ser una invitación a sufrir en el silencio y en la oración, con la certeza que si la verdad está verdadera­mente en causa, ella terminará necesariamente por imponerse.




[1] Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción sobre la Vocación Eclesial del Teólogo, pp. 154-167.

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