viernes, 30 de diciembre de 2016

La mujer adúltera:

 

Juan 8,3-11:

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?»
Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra.
Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.»
E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.
Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio.
Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?»
Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»

Detalles para indagar:


Existen pasajes de los evangelios que son muy tiernos y enternecedores. Éste es, justamente, uno de ellos. A su simple lectura, un no sé qué de sensaciones bonitas nos invaden. Por un lado, la sumisión de la mujer y la humildad. Por otra, la comprensión desconcertante de Jesús, además de la descortesía de Jesús hacia los acusadores, a quienes ignora con su silencio y con sus palabras retadoras. Sin dejar de lado, como es lógico, la actitud de los acusadores y el revertírseles los resultados, como diciendo “que fueron por lana y salieron trasquilados”.
Este pasaje de San Juan, se presta para muchas posiciones. La primera, podría ser, como casi siempre es, la actitud moralista. La segunda, la magnanimidad de Jesús al no condenar a la mujer. En nuestro caso, no nos vamos a detener en esas interpretaciones, sino en los hechos, tal como están en el texto. Y, como estamos preguntando a los hechos, pues, preguntemos, para descubrir las sorpresas que nos darán los resultados.

Invasión de la privacidad:


Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio”.
La encontraron en flagrante adulterio.
Muy bien.
Veamos.
¿No es eso invasión de la privacidad de la vida de una persona? ¿Dónde la encontraron, en la calle, en una casa, en las afueras de la ciudad, en casa de quién? ¿Con quién la encontraron? Si la hallaron con las manos en la masa, ¿dónde está el fulano con quien estaba? No estaba sola, si no, no es adulterio.
Si la encontraron en su propia casa, entonces, delátenla y desenmascárenla con su esposo. Si fue en su propia casa, ¿no estarían, acechándola para sorprenderla? ¿Dónde queda la privacidad y el derecho a ella? ¿Quién sería peor, en todos los casos, ella o ellos? ¿No hay allí morbosidad y mala fe? Eso es moralismo. Y no nos vamos a meter por ese camino.
Si estaba en adulterio, era, porque estaba casada. ¿Por qué el esposo no está entre los acusadores? Tal vez estaría. ¡Que bochorno y humillación para el pobre hombre!
La acusación es que fue encontrada in fraganti. Pero, ¿dónde? In fraganti, no es suficiente. La acusación tiene que ser completa. O, ¿era suficiente que los acusadores dijeran que la habían encontrado, y, santa palabra? ¿Y las pruebas? Había que mostrarlas.
Nadie pide las pruebas. No las pide Jesús. No le interesaba. No era un juez. Podría decirse que se trataba de vida privada, y esto era más que suficiente. Meterse más allá resultaría delicado. De hecho, una de las pruebas tendría que ser el fulano con quien ella estaba. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no lo llevaron? Según la ley del Levítico 20, 10, también le tocaba la misma suerte al hombre, pues dice el texto de la ley, que: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera”. ¿Entonces?
El libro de Deuteronomio era igual de preciso: (Dt. 22, 22:) “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal.” Se podría alegar que el fulano no estaba casado, y, por lo tanto, no había cometido adulterio. Podría ser, también, y es lógico, según la ley existente.
El adulterio se justifica y se condena sólo con una condición: que la persona esté casada. De lo contrario, no es adulterio. Por lo visto, la mujer de este texto estaba casada. Esta única condición nos obliga a mirar la realidad social y religiosa de los judíos de la época, para ver en qué sale favorecida la acusada, si es que sale con la frente en alto. Pero antes busquemos pasajes paralelos o parecidos en las mismas Sagradas Escrituras, para ilustrarnos desde ellos, y obtener mejor luces en nuestro recorrido y análisis.

El caso de la casta Susana:


Daniel 13:

Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín.
Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés.
Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos.
Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.»
Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos.
Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido.
Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla.
Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios.
Estaban, pues, los dos apasionados por ella, pero no se descubrían mutuamente su tormento, por vergüenza de confesarse el deseo que tenían de unirse a ella, y trataban afanosamente de verla todos los días.
Un día, después de decirse el uno al otro: «Vamos a casa, que es hora de comer», salieron y se fueron cada uno por su lado.
Pero ambos volvieron sobre sus pasos y se encontraron de nuevo en el mismo sitio. Preguntándose entonces mutuamente el motivo, se confesaron su pasión y acordaron buscar el momento en que pudieran sorprender a Susana a solas.
Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín.
No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho.
Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.»
Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardín y salieron por la puerta lateral para traer lo que Susana había pedido; no sabían que los ancianos estaban escondidos.
En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros.
Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.»
Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.
Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor.»
Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.
Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana.
A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir.
Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla, y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes.
Susana era muy delicada y de hermoso aspecto.
Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron que se le quitase el velo para saciarse de su belleza.
Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían.
Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza.
Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios.
Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas.
Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella.
Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos.
Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó.
Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.
No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte.
Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.»
El Señor escuchó su voz y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!»
Él, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!»
Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.»
Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.»
Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: “No matarás al inocente y al justo.”
Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.» Respondió él: «Bajo una acacia.»
«En verdad - dijo Daniel - contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio.»
Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón!
Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad.
Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» Él respondió: «Bajo una encina.»
En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros.»
Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él.
Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente.
Jilquías y su mujer dieron gracias a Dios por su hija Susana, así como Joaquín su marido y todos sus parientes, por el hecho de que nada indigno se había encontrado en ella.
Y desde aquel día en adelante Daniel fue grande a los ojos del pueblo.

Famoso es el caso de la casta Susana que hemos dado para ilustrar e ilustrarnos en el pasaje de la adúltera, y, que todavía no hemos llegado a saber en nuestro análisis, si en verdad lo era. Por lo menos en el caso presente del relato.
Faltaban las pruebas. Faltaba el proceso del enjuiciamiento. Y nadie daba los elementos. Tampoco los pedía Jesús. Realmente, no hubo testigos.
Sin embargo, existe un detalle que resaltar en el caso de la acusación, además la falta de toda prueba o evidencia, y a la que la acusada tenía derecho. Veamos, así, el libro de los Números, donde se especifica lo que tenía que hacerse en casos semejantes. Había que someterla a un rito frente al sacerdote. Y el caso tenía que presentarlo el propio esposo, sobre todo, si había “celos” o sospechas de engaño.

Procedimiento al que debía someterse la mujer en caso de “celos” del marido:


Números 5, 11-31:

Yahveh habló a Moisés y le dijo:
«Habla a los israelitas. Diles: Cualquier hombre cuya mujer se haya desviado y le haya engañado:
ha dormido un hombre con ella con relación carnal a ocultas del marido; ella se ha manchado en secreto, no hay ningún testigo, no ha sido sorprendida; si el marido es atacado de celos y recela de su mujer, que efectivamente se ha manchado; o bien le atacan los celos y se siente celoso de su mujer, aunque ella no se haya manchado; ese hombre llevará a su mujer ante el sacerdote y presentará por ella la ofrenda correspondiente: una décima de medida de harina de cebada. No derramará aceite sobre la ofrenda, ni la pondrá incienso, pues es «oblación de celos», oblación conmemorativa para recordar una falta.
El sacerdote presentará a la mujer y la pondrá delante de Yahveh.
Echará luego agua viva en un vaso de barro y, tomando polvo del pavimento de la Morada, lo esparcirá sobre el agua.
Pondrá el sacerdote a la mujer delante de Yahveh, le descubrirá la cabeza y pondrá en sus manos la oblación conmemorativa, o sea, la oblación de los celos. El sacerdote tendrá en sus manos las aguas de maldición y funestas.
Entonces, el sacerdote conjurará a la mujer y le dirá: “Si no ha dormido un hombre contigo, si no te has desviado ni manchado desde que estás bajo la potestad de tu marido, sé inmune a estas aguas amargas y funestas.
Pero si, estando bajo la potestad de tu marido, te has desviado y te has manchado, durmiendo con un hombre distinto de tu marido...”
El sacerdote entonces proferirá sobre la mujer este juramento, y dirá el sacerdote a la mujer: “... Que Yahveh te ponga como maldición y execración en medio de tu pueblo, que haga languidecer tus caderas e infle tu vientre.
Que entren estas aguas de maldición en tus entrañas, para que inflen tu vientre y hagan languidecer tus caderas.” Y la mujer responderá: “¡Amén, amén!”
Después el sacerdote escribirá en una hoja estas imprecaciones y las borrará con las aguas amargas.
Hará beber a la mujer las aguas de maldición y funestas, y las aguas funestas entrarán en ella para hacérsele amargas.
El sacerdote tomará entonces de la mano de la mujer la oblación de los celos, mecerá la oblación delante de Yahveh y la presentará en el altar.
El sacerdote tomará de la oblación un puñado, el memorial, y lo quemará sobre el altar, y le hará beber a la mujer las aguas.
Cuando le haga beber de las aguas, si la mujer está manchada y de hecho ha engañado a su marido, cuando entren en ella las aguas funestas le serán amargas: se inflará su vientre, languidecerán sus caderas y será mujer de maldición en medio de su pueblo.
Pero si la mujer no se ha manchado, sino que es pura, estará exenta de toda culpa y tendrá hijos.
Este es el rito de los celos, para cuando una mujer, después de estar bajo la potestad de su marido, se haya desviado y manchado; o para cuando un hombre, atacado de celos, recele de su mujer: entonces pondrá a su mujer en presencia de Yahveh y el sacerdote realizará con ella todo este rito.
El marido estará exento de culpa, y la mujer cargará con la suya.»

Semejanzas y diferencia en el caso de la adúltera del Evangelio de San Juan:


No pueden faltar las preguntas. ¿No es esa nuestra metodología? ¿Entonces?
¿Quién la vio? ¿Quién la encontró? ¿Dónde: en la sala, en la cocina, en el patio, en el jardín, en la casa del vecino? ¿Dónde?
¿Las pruebas? ¿Dónde está el compañero con quien ella estaba? ¿Era tan fuerte que se les escapó, como el caso de Susana?
¿Fue encontrada “in fraganti”, o es que no quiso prestarle sus favores, como en el caso de Susana? ¿A quién no les quiso ofrecer sus encantos, a uno, a dos, a muchos, a todos? ¿O el grupo fue manipulado por un interesado herido en sus caprichos no satisfechos?
¿Quién acusa? ¿Dónde está el esposo?
Muy inteligente, entonces, la actitud y silencio de Jesús. ¿No les parece?
Además, el sacerdote tenía que hacer todo un rito. Y, Jesús, no hace oficios de sacerdote. Tampoco de juez.
¿Por qué se fueron, entonces, uno a uno, comenzando por los más viejos? ¿O es que nadie quiere asumir las acusaciones?
Tenía que quedar sin acusadores, sin duda. Tampoco, sin causa o motivo. Faltaban muchos elementos que la comprometieran.

Un invento para poner una trampa:


El relato del evangelio de San Juan revela un detalle interesante. Presenta la posibilidad de ponerle una trampita a Jesús, para tener de qué acusarlo, dice el evangelista. Así, lo deja dicho, cuando le llevan la mujer a la presencia de Jesús.
Si es así, todo queda arreglado. Jesús les descubre la mentira, con su silencio.
Ahora, bien. ¿Por qué la mujer se presta para semejante injusticia? Cuando Jesús le dice, que “no peques más”, ¿le está diciendo que no cometa más adulterios, que se deje de esas andanzas porque está casada, o le está diciendo que se deje de ser falsa y mentirosa? ¿El pecado al que se refiere Jesús es al adulterio o a la falsedad, o a la falta de personalidad y dignidad como mujer y como persona? Buenas preguntas. Porque no queda claro, por fin, a qué se refiere. Y se pone más interesante el presente análisis. Porque esto nos obliga a buscar en el Antiguo Testamento para ver qué hay de iluminador y revelador. Y hay bastante.

Permanencia de la profecía de Ezequiel:


El descubrimiento que hemos hecho no es vano. Es fundamentado. Y en las propias Escrituras. Veamos lo que nos dice el profeta, en forma de reclamo:
Ezequiel 13:
La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos:
Hijo de hombre, profetiza contra los profetas de Israel; profetiza y di a los que profetizan por su propia cuenta: Escuchad la palabra de Yahveh.
Así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de los profetas insensatos que siguen su propia inspiración, sin haber visto nada!
Como chacales entre las ruinas, tales han sido tus profetas, Israel.
No habéis escalado a las brechas, no habéis construido una muralla en torno a la casa de Israel, para que pueda resistir en el combate, en el día de Yahveh.
Tienen visiones vanas, presagio mentiroso los que dicen: «Oráculo de Yahveh», sin que Yahveh les haya enviado; ¡y esperan que se confirme su palabra!
¿No es cierto que no tenéis más que visiones vanas, y no anunciáis más que presagios mentirosos, cuando decís: «Oráculo de Yahveh», siendo así que yo no he hablado?
Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Por causa de vuestras palabras vanas y vuestras visiones mentirosas, sí, aquí estoy contra vosotros, oráculo del Señor Yahveh.
Extenderé mi mano contra los profetas de visiones vanas y presagios mentirosos; no serán admitidos en la asamblea de mi pueblo, no serán inscritos en el libro de la casa de Israel, no entrarán en el suelo de Israel, y sabréis que yo soy el Señor Yahveh.
Porque, en efecto, extravían a mi pueblo diciendo: «¡Paz!», cuando no hay paz. Y mientras él construye un muro, ellos le recubren de argamasa.
Di a los que lo recubren de argamasa: ¡Que haya una lluvia torrencial, que caiga granizo y un viento de tormenta se desencadene, y ved ahí el muro derrumbado! ¿No se os dirá entonces: «¿Dónde está la argamasa con que lo recubristeis?»
Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Voy a desencadenar en mi furor un viento de tormenta, una lluvia torrencial habrá en mi cólera, granizos caerán en mi furia destructora.
Derribaré el muro que habéis recubierto de argamasa, lo echaré por tierra, y sus cimientos quedarán al desnudo. Caerá y vosotros pereceréis debajo de él, y sabréis que yo soy Yahveh.
Cuando haya desahogado mi furor contra el muro y contra los que lo recubren de argamasa, os diré: Ya no existe el muro ni los que lo revocaban,
los profetas de Israel que profetizaban sobre Jerusalén y veían para ella visiones de paz, cuando no había paz, oráculo del Señor Yahveh.
Y tú, hijo de hombre, vuélvete hacia las hijas de tu pueblo que profetizan pro su propia cuenta, y profetiza contra ellas.
Dirás: Así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de aquellas que cosen bandas para todos los puños, que hacen velos para cabezas de todas las tallas, con ánimo de atrapar a las almas! Vosotras atrapáis a las almas de mi pueblo, ¿y vais a asegurar la vida de vuestras propias almas?
Me deshonráis delante de mi pueblo por unos puñados de cebada y unos pedazos de pan, haciendo morir a las almas que no deben morir y dejando vivir a las almas que no deben vivir, diciendo mentiras al pueblo que escucha la mentira.
Pues bien, así dice el Señor Yahveh: Heme aquí contra vuestras bandas con las cuales atrapáis a las almas como pájaros. Yo las desgarraré en vuestros brazos, y soltaré libres las almas que atrapáis como pájaros.
Rasgaré vuestros velos y libraré a mi pueblo de vuestras manos; ya no serán más presa en vuestras manos, y sabréis que yo soy Yahveh.
Porque afligís el corazón del justo con mentiras, cuando yo no lo aflijo, y aseguráis las manos del malvado para que no se convierta de su mala conducta a fin de salvar su vida, por eso, no veréis más visiones vanas ni pronunciaréis más presagios. Yo libraré a mi pueblo de vuestras manos, y sabréis que yo soy Yahveh.

         También le tocaba su buena parte a la que decían que habían encontrado en adulterio. Como diciendo “toma tu ta’te quieto”, también, al prestarse.

Objetivo teológico del evangelista:


Mirando con sentido comparativo los textos y tratando de relacionarlos encontramos, ciertamente, muchos detalles reveladores, que a simple lectura no descubrimos. Hasta cierto punto se podría decir que hay que mirarlos con lupa, porque hay cosas entredichas que nos están manifestando todo su sentido teológico y de inspiración teológica maravillosa. Como, de hecho, estamos constatando.
Así, resulta que del texto de la adúltera, hay muchos elementos ocultos, pero manifiestos. Por un lado, se trata de la falsedad y de la manipulación de las leyes existentes. Por otra, la permanencia de la palabra de Dios, en toda su integridad y resonancia existencial, con todo lo que ello implica, como lo es el hecho de la verdad, a la que el evangelista hace alusión directa, en la persona de Jesús.
De hecho, leer el trozo del evangelio del caso de la mujer adúltera sin todo el contorno bíblico subyacente, es perdernos llegar a las fuentes del manantial y saborear de su frescura.
De manera, pues, que para ser fieles a los textos y al sentido de ellos, leídos en sentido global, tenemos que volver al relato que nos ocupa.
Y el sentido ya lo expresa el mismo evangelista (más bien, “la escuela joanea”, como suelen decir los entendidos) en la parte conclusiva del mismo relato de la adúltera. Dice: “Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.” (Jn 8, 12).
Ahí está toda la justificación y propósito.
Sobre la luz del mundo, la luz, la vida, la hora, gira todo el contexto del evangelio de San Juan. Y desde esa óptica hay que leer este evangelio, sobre todo, el texto del caso de la mujer adultera.
Tenemos que reconocer, muy a pesar nuestro, sin embargo, que, lamentablemente muchas veces los textos no los leemos en esa visión general de cada libro y autor. Y nos quedamos con el poquito de agua que nos dan, sin atrevernos ir a la fuente. Espero que hayamos hecho, por lo menos, el intento.
Tiene sentido y lógica que, entonces, el relato de la adúltera se lea en esa visión. En donde, la clave es la luz que nos manifiesta nuestra oscuridad; en la que la falsedad sale al descubierto. ¿No lo es en el caso del relato que estamos releyendo? ¿Y en donde Jesús es la luz, con su silencio y actitud? Pues parece.
Pero, es suficiente. Dejémoslo de este tamaño, como se dice. Y es mejor que nos quedemos con todo lo que hemos descubierto. Y es una lástima, porque en el caso de que fuese cierto lo de la infidelidad de la mujer, nos tendríamos que meter por la realidad del matrimonio en la mentalidad judía de la época. Y tendríamos que hacer, más o menos, las siguientes preguntas:
En el comportamiento familiar de un judío, ¿quién elegía el novio?
¿La novia se casaba enamorada? ¿Cómo era el contrato matrimonial entre los judíos? ¿Había amor entre los que se casaban? ¿Había verdadera elección entre los jóvenes a la hora de escoger pareja? Y nos llevaría a justificar, hasta cierto punto, la infidelidad. Ya que el matrimonio sería más contrato de familia, y negocio, que amor. En donde el estar con un hombre por amor, sería distinto, a estar por contrato y negocio de la familia. Y, entonces, ella habría sido infiel al contrato de sus padres, más fiel a su corazón, que se entregaba al hombre que ella misma habría elegido. Nos llevaría a hacer filosofía de la infidelidad. Hubiese sido realmente muy emocionante.
Pero, como los resultados de nuestra inquietud, nos han llevado a descubrir la posibilidad de una trampa, y parece serlo, entonces, no tenemos más que detenernos. No tenemos alternativa. Una trampa para tener de qué acusarlo, nos dice el evangelista.



Visita en casa de Marta y María:

«Marta, Marta,

te preocupas y te agitas por muchas cosas...”

 

Lucas 10, 38-42:

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.
Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.»
Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»

Este relato del evangelio de San Lucas siempre es utilizado para resaltar la importancia de la contemplación y de la escucha de la palabra de Dios. Pero, mirando con detalle este pedacito de evangelio vamos a encontrar muchos elementos muy interesantes que nos revelan cosas y elementos lógicos. Y, por supuesto, que nos van a llevar a poner en tela de juicio, como se dice, la tradicional manera de espiritualizar los acontecimientos.
El primer cuestionamiento que tenemos que hacernos y que es, prácticamente, nuestro patrón en este libro, es que ¿por qué tenemos siempre la manía de espiritualizar cada texto leído de los evangelios? ¿Por qué?
Considero que al espiritualizar muchos textos les estamos quitando su rica carga teológica. Invito, a que en este caso, como en todos los que hemos estado releyendo, no caigamos en la tentación inmediatista de espiritualizar, sino de hacer el intento de hacer teología. Porque, no necesariamente, por el hecho de hacer teología estamos desespiritualizando los textos. Al contrario. Al hacer teología estamos extrayendo de ellos toda la riqueza espiritual que los mismos contienen. No nos asustemos por eso. En ese sentido, se ha considerado oportuno colocar una nota aclaratoria y un apartado completo al final de este libro, para justificar toda nuestra metodología en este libro. Teología no es distinto de espiritualidad. Y espiritualidad sin teología puede ser realmente muy peligroso. No se oponen. Se necesitan y fundamentan. Véase el último capítulo.
Dediquémonos, pues, al relato de la visita de Jesús a Marta y María.
Y dejémonos sorprender de los hallazgos.

Detalles de una visita en un caso cotidiano de la vida:


Sometamos a preguntas el texto citado del Evangelio de San Lucas.
Cuando tenemos una visita, ¿qué hacemos?
¿No hacemos todo lo posible para que la visita se sienta a gusto? ¿No nos esmeramos en atenderla lo mejor posible? Lo más natural es que hagamos la mejor comida que podamos y sepamos hacer. Si tenemos una gallina gordita, que estábamos engordando para una buena ocasión, disponemos de ella. La visita se lo merece. ¿No hacemos un tanto en circunstancias parecidas?
¿Los dueños de casa no se desviven porque la visita se sienta cómoda? ¿Y, no es nuestra mejor atención en la comida y en todos los detalles que esta supone?
En el caso presente del relato de San Lucas, ¿Marta no estaba haciendo lo correcto?

Contradicciones en la escena de la visita, según Lucas:


Si lo que venimos preguntando es lógico, y lo es, ¿entonces, por qué Jesús, se muestra contradictorio en la respuesta que le da a Marta, que se estaba esmerando en atenderlo?
Por lo visto Marta estaba atareada en la cocina.
Ahora bien. ¿Quién estaba atendiendo bien a la visita, Marta o María? Aquí, se presta para una doble respuesta. Se podría decir, que Marta al querer quedar bien y por eso estaba atareada en los quehaceres. Pero, también, se podría decir, que María porque estaba conversando con la visita. Y esta doble respuesta nos lleva a una pregunta obligada: ¿Y quién va a preparar la comida, la mesa, quién va a barrer, limpiar? ¿Quién va a disponer todo para que todo esté a punto y en su punto? ¿Quién? ¿No estaba haciendo, entonces, Marta lo correcto? Si no, pues, sentemos todos a conversar y no hagamos nada, y que no haya comida. ¡A ver si con pura conversación se van a llenar!
¿O estaba Marta haciendo lo menos indicado al querer atenderlos con los detalles propios de una visita? ¿Entonces, por qué Jesús se muestra tan desconsiderado en la respuesta que le da a Marta cuando ella quiere reclamarle a su hermana María su comodidad y despreocupación? Pues, sentemos a conversar y que no coman nada. Y se acabó.

Falta de coordinación por parte de las anfitrionas:


Es evidente, en este relato, la falta de coordinación de las anfitrionas. Lo más lógico hubiese sido que ambas hermanas se turnaran, ya en la cocina y en los quehaceres, ya en la conversación de los que estaban en la sala, o en el patio, o en el corredor, o donde estuviesen sentados los de la visita. Una y una, y así, las dos, simultáneamente. ¿O, no?
Por lo visto, una hermana era muy hacendosa, y la otra, muy cómoda.
De hecho, quien tenía todas las de ganar era quien estaba conversando. ¿No sucede que nadie repara, a la hora de la chiquita, de quién prepara la comida?
Cuando invitan a la mesa, porque ya todo está listo y preparado, todos se van a la mesa, comen y siguen la tertulia o el tema que los entretiene en la conversación, y por lo general, casi nadie se percata de quien preparó la comida. Al contrario, más bien, todo el mundo sigue conversando y riendo porque la cosa está interesante. Casi nadie se da cuenta de los detalles porque el tema está muy bueno y la persona con quien mantenemos la conversación nos resulta fascinante, entretenida, inteligente, divertida; además, se genera un feeling natural con las personas que conversamos... ¿Y Marta no querría no pasar desapercibida? ¿No la estarían olvidando? ¿No tenía ella derecho a hacerse partícipe de esa afinidad bonita que se genera en una conversación? ¿O era, simplemente, la cachifa?
¿Era injusto el reclamo de Marta? ¿O es que, en cierta manera, ella también quería llamar la atención? Como diciendo: miren que yo también estoy aquí.
Lo más lógico, para pensar, es que quien se iba a llevar todos los puntos era, sin duda, María, la conversadora, la anfitriona, la que se había instalado a conversar. ¡Muy bonito, no! Sí. Pero, se iban a ir bien llenitos y la otra se iba a llevar todas las buenas impresiones. ¡Muy bonito! ¡No es justo!
Entonces, resulta lógico el reclamo de Marta.

Demasiada comodidad de la visita:


Otro detalle importante de resaltar es que no había allí nadie que le diera la mano a Marta. O sea, que por lo que se desprende del texto, todos se instalaron a conversar.
¿Y las mujeres que estarían en el grupo, además de Marta y María, las anfitrionas, no eran consideradas, ni en lo más mínimo? ¿Por qué no ayudaban? Mejor dicho, ¿ayudaban? Por el reclamo de Marta, pareciera que no.
Porque, si nos detenemos con atención, Jesús no andaba sólo. Siempre iba con él un buen grupo. Mínimo, doce. Es decir, que aquella visita era, por lo menos de trece personas, contando a Jesús, por supuesto.
Tenía razón Marta de quejarse. ¡Atender a trece personas! Todo un equipo completo de fútbol. ¡Y con dos en la banca! Perdón, tres, porque había que añadir también a María. ¡No se iba a quejar la pobre Marta!
Además, María, la madre de Jesús, quien, según cuentan los mismos Evangelios siempre andaba con ellos, ¿dónde estaba? ¿Por qué no daba una ayudadita? ¿No era su fama de ser muy buena y santa? ¿No constituye en el ser de mujer que ellas cuando llegan a una casa, van a la cocina y se hacen solidarias y siempre ayudan? ¿Dónde estaban las otras mujeres que andaban en el grupo? Y, de seguro, que iría un grupito de ellas. El evangelista lo dice en alguna otra parte.
¿Entonces? ¿Entonces?
Otro detalle sería la edad de María: ¿Y, si, era mayor? ¿Y, si, estaba vieja y tanto quehacer le fatigaba? ¿Estaría enferma?

La visita era numerosa, por lo menos unos veinte:


Los Evangelios insisten en que Jesús siempre andaba acompañado. Por lo menos, doce siempre estaban con él. También la madre de Jesús. Luego, con Jesús, debería ser catorce la comitiva. Doce, los apóstoles; María y el propio Jesús: catorce. Crecidito el número. ¡Vaya visita!
Tal vez, una gallina no sería suficiente para el almuerzo. Con toda seguridad aquella sopa habría que disimularla con muchas verduras, para que por lo menos pudiesen comer todos. ¡Vaya problema! Y, además, de eso, ¿No ayudan? Tampoco.
El mismo Lucas nos cuenta que a Jesús lo acompañaban algunas mujeres. Lucas 8, 1-3: “Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.”
De manera, que si sumamos, el número crece. No dejaría de haber algún que otro coleado, como siempre sucede.
Entonces, ¿tenía o no tenía razón Marta de quejarse?
Por lo que se desprende de lo que venimos anotando, sin ninguna duda, tenía toda la razón.

Tentaciones inmediatistas en la lectura de este texto:


¿Significa, entonces, que tomar la posición de mal poner a Marta y engrandecer a María, apoyándose en la respuesta de Jesús, es espiritualizar el contenido del relato evangélico? “Para que digo que no, si sí”.
 O sea, que, ¿tiene otro trasfondo la escena de la visita a Marta y María del Evangelio de San Lucas? Buena pregunta.
Para responder a esta otra nueva inquietud, tenemos que volver al texto, y tratar de averiguar de qué podrían estar hablando en aquella visita. Tendría que ser muy bueno el tema que los entretenía, porque, de hecho, María estaba oyendo la palabra de Jesús, como nos lo dice el mismo texto lucano, y Marta, quería hacerse partícipe también. Por algo, se estaría quejando Marta, no tanto, por sus quehaceres, sino porque la conversación tendría que ser muy interesante. ¿La iban a dejar afuera?
¿Cuál sería el tema de la conversación?
La respuesta que todo el mundo daría, de manera inmediata (por eso digo “inmediatista”) es que estaba hablando palabra de Dios. Y resulta, que no era palabra de Dios, de manera directa. Era la palabra de Jesús, que es muy distinto. Es decir, que, ¿no era palabra de Dios por la que estaba tan ensimismada María? Aunque por se palabras de Jesús, nos lleva a decir, de manera relacional que era palabra de Dios, porque, qué otras podrían ser las palabras de Jesús.

El tema de conversación era de política:


¿Cuál sería el posible tema del que estaría conversando Jesús en el caso de la visita a estas dos hermanas?
Muy sencillo: el mismo tema del que hablaría Jesús. No otro.
O sea, ¿la palabra de Dios?
Porque, de hecho, ese es el resultado de una interpretación inmediatista, en contra de un activismo plasmado en la actividad de Marta. El problema de una interpretación tal es la tendencia a espiritualizar los textos y acontecimientos evangélicos. Porque se diría, y se dice con tanta frescura y facilidad, que es más importante que estemos atentos a la escucha de la palabra de Dios, como lo estaba haciendo María.
Pero no.
La cosa va más allá. Jesús estaba hablando de política. Y su tema era netamente político.
Sí. Ese era el tema. No podía ser otro.
Si miramos todo el contenido ideológico, y, más aún, teológico de las Sagradas Escrituras, el tema de Jesús no era otro que el de la política. Jesús estaba hablando de que era el Mesías que estaba esperando el pueblo de Israel. Pero el Mesías que se estaba esperando según el proyecto de Dios. Y con toda seguridad, el tema tenía que ser por de más interesante y emocionante.
Por consiguiente, María tenía que estar escuchando fascinada las observaciones y novedades de lo que estaría conversando Jesús, en aquella visita. Los doce que lo acompañaban, algo entenderían, en la inmediatez de los acontecimientos. Por eso mismo lo seguían.
Porque el tema de la salvación no es otro que política. Era la política del plan de salvación, proyectado desde la creación del mundo, como señalan insistentemente los autores bíblicos. El problema estaba en que los judíos estaban esperando un segundo David para instaurar el nuevo reino de Israel, al estilo histórico y práctico, del que ellos tenían experiencia y conocimiento. Pero Jesús les estaba hablando del verdadero Mesías, el liberador y libertador, según el proyecto de Dios. Y con toda seguridad la conversación tenía que ser por de más interesante.
Había que escuchar su planteamiento. Nuevo, pero continuado en todas las Escrituras, porque no hay discontinuidad en la teología de las Escrituras. Y, ciertamente, esto es palabra de Dios. Es decir, toda la teología intrínseca de la tradición del pueblo de Israel.
Por ahí podría ir la cosa.
Y ese era el tema de conversación.
Ese hallazgo nos lleva inmediatamente a preguntarnos, entonces, ¿no sería María mas activa, en su aparente pasivismo, en la conversación de Jesús en aquella visita? Porque si resulta lógico, y, lo es, María, estaba muy interesada en la política del pueblo de Israel. Tal vez, María, como muchas otras mujeres de la historia de su pueblo, estaba tomando parte activa en la liberación que se estaba necesitando. Y, esto, nos lleva a mirar a tantas otras mujeres de Israel que habían tomado posición militante y activa, como Rut, Débora, Esther, y, muchas otras. ¿No se hallaría, María, en situación semejante, luego, no sería su aparente pasivismo un activismo de ideas y de ideología liberadora? Y al escuchar a Jesús, en aquella visita, ¿no estaría tomando ideas y alimentado sus esperanzas liberadoras? Parece lógico.
         Este detalle hace que veamos a María con cierto interés. Tal vez, nuevo y novedoso. Detalle que torna fascinante la pasividad de María. Quizás, no era tan pasiva, como parece a primera vista.

¿Cuál es la mejor parte?


Una cosa, sin embargo, queda para la libre interpretación. Y es que Jesús no especifica cuál es la mejor parte.

Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»

Se sobre entiende, que la parte de escucharlo. Pero no lo dice claramente. ¿A cuál mejor parte se refiere, a la de escucharlo, o a la de quejarse e inquietarse como lo estaba haciendo Marta? Porque, de hecho, Jesús no le está diciendo, que deje de ser activa y deje los quehaceres en los que Marta se haya ocupada, sino que le dice que no se preocupe y no se agite por muchas cosas. Podría ser como posibilidad.
¿Será la mejor parte no inquietarse por tantas cosas o tomarse las cosas con calma?
Más aún, ¿Marta se hallaba afanada y no hallaba paz en su preocupación, o, María, se tomaba las cosas con más tranquilidad? ¿Cuál es la parte buena, que no se le quitará a María? No queda claro. Tampoco lo dice. Aunque, la primera reacción y respuesta pareciera que es la quietud de María. Tal vez.
Todo es posible.
Jesús dice que sólo una cosa es necesaria, pero no dice cuál es. ¿O, sí lo dice?

Para quedar en paz con todos, pero en deuda:


Por fin, ¿en qué quedamos?
Entonces, ¿activismo en contra de contemplación? ¿Más María, menos Marta; o, más Marta, y, menos María? No se ve que tenga que ser así. No se trata de antagonismos ni de opuestos. ¿Por qué tendría que ser así? No creo que por allí vaya la verdadera interpretación.
Lo que sí queda claro es que el haber abordado el tema, como lo hemos hecho, es enriquecedor. Saque cada cual sus conclusiones. “Ni lo uno, ni lo otro, sino los dos juntos”, o como dijera alguien que no quiera comprometerse: “ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario”.
De todas maneras, lo tratado aquí, por ahora, no es suficiente. La solución la vamos a encontrar en el capítulo siguiente de este libro, siguiendo la línea de los evangelios donde se trata y se nos da el texto del padrenuestro. O sea, ¿qué todavía falta?

Pues, sí.

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