Las
Bienaventuranzas
Mateo 5, 1-17:
Viendo la muchedumbre, subió
al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron.
Y tomando la palabra, les
enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres
de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que
lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios
de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos
por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis
cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra
vosotros por mi causa.
Alegráos y regocijaos,
porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
«Vosotros sois la sal de la
tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para
nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
«Vosotros sois la luz del
mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.
Ni tampoco se enciende una
lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que
alumbre a todos los que están en la casa.
Brille así vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos.
«No penséis que he venido a
abolir la Ley y
los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Las Bienaventuranzas:
Veníamos diciendo que en las bienaventuranzas
converge todo el Padre nuestro. Sobre todo, con aquello “venga a nosotros tu Reino”. Por
consiguiente, tenemos que continuar, de manera indirecta con el Padre nuestro,
en cierta manera. Estamos obligados a hacerlo ya que estamos interesados en
saber en qué va a parar lo de Marta y María, pues hasta estos momentos todavía
no hemos resuelto nuestras inquietudes generadas entonces.
Pues, no se resuelve en esa lectura inmediatamente.
Recordemos, lo que habíamos preguntado cuestionando
el sentido del evangelista cuando preguntábamos si la respuesta de Jesús a
Marta, respecto a María y su aparente pasividad estaba referida a la
intranquilidad de Marta, como persona, o si era activismo versus pasivismo. O
lo que comúnmente se suele tipificar como activismo y contemplación, como
opuestos. Dejábamos nuestras preguntas, y, aún siguen vigentes.
Las cosas, aparentemente, cobraban nuevas luces con
lo del Padre nuestro. Pero, nos habíamos dedicado a esta oración, y las cosas se
complicaban más. ¿No habíamos quedado inconclusos con lo de “nuestro”, “vuestro” y “de ellos”,
y no descubríamos las diferencias entre “cielos” y “cielo”? No resolvíamos
nada. En absoluto.
Veamos si con las bienaventuranzas algo resolvemos.
En las Bienaventuranzas se resuelve el “venga a nosotros tu Reino”, del
Padre nuestro:
Rica es la oración del Padre nuestro. Y complicada,
también, si la vemos como la estamos viendo.
Muchas cosas quedan pendientes. Veamos.
Por lo que veíamos hay una palabra, tal vez,
caprichosa, pero que tiene dos sentidos. Es la palabra “cielo”. Resulta que
esta palabra tiene dos usos. Ya los hemos referido anteriormente. No cabe ni la
menor duda que tiene, por consiguiente, dos connotaciones y aplicaciones. Lo
interesante es que el evangelista lo detalla en palabras del propio Jesús.
Lo más interesante es que Jesús en esa oración une
los dos sentidos, en el “venga a
nosotros tu Reino”, como parte de las peticiones del Padre nuestro. Y
resulta lógico que Jesús las una en esa nueva manera de orar. Porque es
evidente que no es lo mismo “los cielos” del Padre, “al cielo” del que está
pidiendo que se haga la voluntad del Padre. Se trata de dos realidades. Aquí
está lo más interesante de lo interesante, como diciendo, la esencia de la esencia
misma. El centro de todo.
Resulta fascinante porque está enseñando que los dos
cielos se junten en una sola realidad. La realidad de tu Reino.
Esto nos lleva a realizar nuevas preguntas: O sea,
que, ¿hay dos cielos, el del Padre y el del hombre? Es evidente que sí. Está
expreso en el Padre nuestro.
¿Dónde está el problema? ¿No será que, precisamente,
existe esa división y por eso Jesús nos da el prototipo de oración en donde se
pide que se junten las dos realidades en la realidad de un Reino, de un “tu Reino”,
más expresamente? No cabe duda.
Ahora bien. ¿Dónde, cuándo y cómo se hace y se da
esa unidad de los dos reinos? En el Padre nuestro, en el “venga a nosotros”,
como petición. ¿Y en la práctica? “Ahí es donde tuerce el rabo la puerca”.
A estas alturas si no se ha escandalizado por lo que
se está diciendo, sí se va a escandalizar, por los refranes que se están
utilizando. Pero, que de la puerca está torciendo el rabo, lo está torciendo.
No vengamos con finuras.
Y, miren cómo lo tuerce. Porque no es lo mismo una
petición en una oración, y, una aplicación en la vida real y concreta. Son dos
cosas muy distintas. Rezarlo puede ser muy bonito. Pero, vivirlo... Ahí está la
diferencia.
Lo que nos tranquiliza en esa torcida de rabo es que
Jesús nos está enseñando que oremos de esa manera, pidiendo que “venga a
nosotros tu Reino”. Reino que no se da, pero que queremos que se dé. Por eso lo
pedimos. Por eso nos sugiere que lo pidamos.
Es, entonces, cuando Jesús nos da todo el proyecto
que Él propone para que sea posible ese Reino. Proyecto que no es otra cosa que
las Bienaventuranzas. Y, en donde, la principal condición es la pobreza de
espíritu. Es decir, que la única condición es que nos dejemos de nuestro propio
cielo, que nos vaciemos de él, para que se haga el reino de los “cielos”, como
un único reino. Que en el nuestro se dé el del Padre. Porque el del Padre ya se
da en la creación, en todo y en todas partes, menos en el hombre, como ya lo
habíamos señalado al hacer las diferencias de los dos usos, cuando referíamos y
veíamos este apartado anteriormente. Luego, las diferencias que se hacen en el
libro que tengo citado, no son caprichosas sino sorprendentemente reveladoras[1].
Las Bienaventuranzas, en relación al Padre nuestro y a la visita a
Marta y María:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de
los Cielos:
Ahora bien. ¿A qué pobres se refiere? ¿A los
desposeídos, a los que no tienen nada, a los pobres socialmente, hablando? No.
A los pobres de espíritu. ¿Tal vez, a los que como María, se saben tomar las
cosas con calma y en pasividad como en el caso de la visita que Jesús le
hiciera a Marta? ¿Será que por ahí puede ir la interpretación de las palabras
de Jesús a Marta cuando le dice que estaba muy preocupada por tantas cosas y sólo
María había escogido la mejor parte?
Entonces, ¿la mejor parte, y que posiblemente María
había escogido, y que Jesús no especifica, era la de la pobreza de espíritu?
Esa pobreza, en caso de que sea así, ¿es la que tenía María y no Marta que se
hallaba afanada por tantas cosas? ¿Será que la mejor parte es la de no
perturbarse y tomársela tranquilamente, sin tantos afanes personales, como, tal
vez, estaba personificado en Marta? ¿En Marta había la división clara y
manifiesta de los dos cielos de los que habla el Padre nuestro, oración que nos
enseña a orar el propio Jesús? ¿En María se estaba personificando la unidad de
los dos cielos? ¿La inquietud y la intranquilidad de Marta era existencial, y,
por consiguiente, psicológica, personal? ¿En qué consistían sus afanes, eran
existenciales? ¿María, por el contrario, ya estaba en reposo, como el que ya ha
encontrado la paz interior? ¿Ya en María se estaba dando el “venga a nosotros tu Reino” del Padre
nuestro, por consiguiente, se hallaba en la vivencia de las Bienaventuranzas?
Buenas preguntas, y, mejor, todavía, esa relación.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la
tierra:
Todas las preguntas anteriores apliquémoslas con
nuestra otra bienaventuranza, y, así con todas las demás bienaventuranzas.
¿Tendrá aplicación?
¿Será manso el que ya es pobre de espíritu porque ya
ha encontrado la unión de los cielos? ¿Será manso o mansito? ¿La mansedumbre
será consecuencia del abandono en el Reino de los cielos? ¿Era mansa María, y,
todo lo contrario, Marta? ¿Qué es mansedumbre? ¿Mansedumbre será lo mismo que
pasividad? ¿Será manso el que está en contemplación, en el caso de que la
actitud y posición de María, sea la de la contemplación? Tampoco significa que
la actitud de María haya sido la de la contemplación. ¿O es a la contemplación
a lo que se refiere Jesús en la respuesta a Marta? ¿Manso significa haber
claudicado en todas las intranquilidades e inquietudes existenciales, y,
entonces, ya lo era María, y, no, Marta, en contraposición?
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados:
Las mismas preguntas, ahora sumadas, tenemos que
hacerlas con esta otra Bienaventuranza. ¿El ser pobre de espíritu y manso nos
llevará a llorar? ¿A llorar de qué, de sufrimiento, de abandono espiritual? Si
es de abandono espiritual, entonces, será de felicidad y de dulzura espiritual
como lo han experimentado los grandes místicos de la historia. ¿Era, ya María,
entonces, una abandonada en el espíritu al no agitarse por tantas cosas en las
que se hallaba inmersa Marta? ¿O, Marta estaba tan afanada que no tenía tiempo
para el abandono, de allí la siempre comparación de activismo en oposición a
pasivismo, o de activismo a contemplación? ¿O, será que para que se haga en
verdad en nuestras vidas lo del “venga tu Reino”, hay que llorar profundamente,
para lograr la unión de los dos cielos, como reinos, en uno sólo, y eso produce
un desgarrar de nuestras impulsiones, emociones, arrebatos impulsivos, en donde
tiene que haber un morir de nuestras experiencias personales, para que seamos
uno en la única experiencia válida, de un solo Reino? ¿Ese llorar será
“arrebatos” místicos o será experiencia existencial del absurdo de los sin
sentidos de la vida? ¿Será una experiencia existencial, trágica, desde las
entrañas del ser, en donde todo, aparentemente, nada tiene sentido?
Ese llorar será, ¿qué será?
¿Una persona mansa, llora? Si es mansa no se ve por
qué tiene que llorar. ¿Llorar, por qué, de qué? Si seguimos la lógica de lo que
venimos detallando, pues, no es por otra cosa que por el Reino de los cielos.
¿Y eso es bienaventuranzas?
Las otras Bienaventuranzas:
Apliquemos
todas las preguntas que llevamos a las restantes Bienaventuranzas:
·
Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
·
Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
·
Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
·
Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
·
Bienaventurados los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos.
Parte conclusiva de las mismas Bienaventuranzas:
«No penséis
que he venido a abolir la Ley
y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”, dice en
la parte conclusiva de las Bienaventuranzas.
¿A qué cumplimiento? ¿Será a la de la unión de los
dos cielos del Padre nuestro y que se hace realidad en el “venga a nosotros tu Reino”?
Entonces, ¿María es una aventajada en relación a
Marta?
De todas maneras, es necesario que volvamos a la
oración del Padre nuestro, y esta vez, para rezarlo, teniendo presente todo lo
que hemos descubierto, relacionándolo con Marta, María y las Bienaventuranzas.
Porque es maravillosa la relación que hay entre estos tres temas.
Y con ello damos por terminado los tres capítulos
que hemos encontrado relacionados. Pidiendo que Dios Padre, “el nuestro”, “el
vuestro”, “el de ellos”, a quien dirigiremos la oración, “venga” y haga con
nosotros un solo Reino, el Reino de los cielos, en donde estén los dos cielos,
el suyo y el de todos. Y nos dé como consecuencia práctica la pobreza de
espíritu, la mansedumbre, el llorar, la justicia, y todas las demás
bienaventuranzas. Junto con Marta y María.
Y, así, queda, de una vez por todas, bien estirado
el rabo de la puerca.
Mateo 6, 7-15:
Y al orar, no charléis mucho, como los
gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.
No seáis como ellos, porque vuestro Padre
sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.
«Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro
que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu
Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y
perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
“Que si vosotros perdonáis a los hombres
sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si
no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”.
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