viernes, 30 de diciembre de 2016

Orad así: “Padre nuestro que estás en los cielos...”


Mateo 6, 7-15:

Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.
No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.
«Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
“Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”.

De hecho, en el Evangelio de San Lucas, el siguiente pasaje es el del Padre nuestro.
Y esa continuidad nos lleva a preguntarnos qué relación tendrá esa oración con la intranquilidad de Marta y la aparente pasividad de María, que inmediatamente, anterior hemos intentado analizar. Pareciera que tiene mucha relación. Pareciera que allí está la respuesta.
Esto nos obliga, como es natural, a dedicarnos a la rica oración del Padre nuestro.

Padre nuestro:


La oración que Jesús enseña comienza con una precisión inmediata de a quien va dirigida la petición y oración. Va dirigida al “Padre nuestro”. Esto es bastante indicativo.
¿Qué querrá decir “Padre nuestro”? Pareciera que hiciera una distinción y una diferencia, porque si dice “Padre nuestro”, se podría interpretar que hay un “Padre de otros”, si no, entonces, ¿por qué esa diferenciación? Suena lógico, ¿verdad? Ya en la misma introducción al Padre nuestro, hay una clara distinción, cuando dice el evangelista que el mismo Jesús dice que: “Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.” ¿Vuestro Padre? ¿Qué querrá decir?
Y, es lógico, cuando en otras partes de los mismos Evangelios se nos cuenta que Jesús al orar, solía decir, Padre, e, incluso, Padrecito (cuando lo llama “Abbá”). ¿Por qué esas maneras distintas de referirse al Padre?
O, ¿será que hay tantos padres y tipo de ellos como cuantos grupos de quienes hagan oración? ¿No será esa manera de dirigirse a Dios, como Padre, una discriminación, aún en la misma oración? ¿Significa, entonces, que hasta la oración tiene que ser discriminatoria? Esta posibilidad ya es un escándalo. Pero, el evangelista está pautándolo así, al decir, “Padre nuestro”? ¿Qué habrá de fondo, qué nos estará insinuando, sugiriendo y enseñando?
¿Por qué el evangelista no dice, más bien, “Padre de todos”? ¿No es Dios, pues, Padre de la humanidad? ¿O, es que esta oración sólo la podrán decir los seguidores de Jesús? Si es así, ¿dónde está la universalidad de la salvación y la integración del género humano como sujeto y objeto de la única salvación? Hay, ya, en la misma oración del Padre nuestro tres maneras de llamar a Dios:
1)      Vuestro Padre;
2)      Padre nuestro, y,
3)      ellos creen que van a ser escuchados.

 ¿Quiénes ellos? Los que usan mucha palabrería, los gentiles. Pero,¿por qué esa distinción? ¿Será tres padres distintos?
Nos encontramos en un verdadero problema.
Esto sí que es un verdadero problema. Más aún, cuando después de buscar en todo el Antiguo Testamento y de descubrir,  que no hay alguna referencia a un “Padre nuestro” en todas las Escrituras. Por lo menos, referido de esa manera. De hecho, no aparece ninguna referencia en todo el Antiguo Testamento a esa manera. Si aparece nuestro padre. Pero esta manera es un uso coloquial referida a la consanguinidad y filiación, de padre e hijo en relación familiar. No en el sentido de oración.

Un verdadero problema: no aparece “Padre nuestro” en el Antiguo Testamento:


No aparece “Padre nuestro” en el Antiguo Testamento.
El problema se agranda cuando en esa búsqueda sí aparece Padre nuestro en el Nuevo Testamento. No solamente eso, si no con una nueva connotación, más separatista todavía, al decir, “Padre nuestro, y del Señor Jesucristo”. Miremos, por ejemplo, 1 Corintios 1, 1-6:

Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Sóstenes, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.
Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo.

Esto nos lleva a preguntarnos si esa distinción, ¿no será un sectarismo y una división, más bien, de la comunidad de creyentes, en vez de un uso de Jesús? Pareciera. De hecho, dos veces aparece esa diferencia en el Nuevo Testamento y están utilizadas en la primera y segunda cartas a los Corintios[1].
¿Por qué las diferencias en la referencia del evangelista?
Y, volvemos al problema: ¿Vuestro, nuestro, el de ellos? ¿Entonces?

Padre nuestro que estás en los cielos:


Se ha tomado la versión de Mateo por tener una palabra que parece útil resaltar. Esta palabra es “cielos”. Y está utilizada dos veces, una en plural, y, otra en singular (“cielos”, “cielo”). Ya sobre este tema se ha escrito un libro titulado “Así en la tierra como en el cielo” (reflexiones de poeta sobre el Padre nuestro), en donde se trata de resaltar, con sorpresa de poeta, la diferencia de los dos usos en la Biblia, y de su estrecha relación, del cielo con el corazón, y de la tierra con la cabeza. En este libro se parte de la sugestión de poeta y desde esa impresión subjetiva se descubre la maravillosa relación que hay con corazón y cabeza, parafraseando cielo y tierra, en la oración, también subjetiva y sugestiva del Padre nuestro. Se trata de una visión de poeta, desde una interpretación de poeta, con la nota sutil de una insinuación, tal vez, mística y personal. No significa que sea, objetivamente hablando, una experiencia universal, sino una experiencia de poeta. Lo que obliga que este libro tiene que ser leído bajo esa tónica y perspectiva.
Como ya este tema ha sido tratado en el libro que tenemos citado, tomemos de él lo esencial para detallarlo en este otro libro, dejando la interpretación poética para el primero, y lo notoriamente diferente para este nuevo.

Algunas observaciones:


En la oración del Padre nuestro aparece dos veces la palabra “cielo”. Dice, la primera vez que aparece:  “Padre nuestro que estás en los cielos”. La segunda vez, dice: “hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”.
¿Habrá alguna diferencia?
Por supuesto, que sí, ya que una está en plural, y, la otra, en singular. Es evidente. No es necesario ser demasiado listo para percatarse de ese detalle. Pero, lo importante es que, ¿habrá alguna diferencia real y objetivamente hablando? ¿O, será algún error de trascripción? No se crea, muchos no nos hemos dado cuenta de ese detalle. Puede ser trivial. Tal vez.
Pero, alguna diferencia tiene que haber.
Miremos.

Inquietudes y preguntas:


La primera vez que aparece “cielo” es refiriéndose al Padre, es decir, a Dios, como su lugar o trono: “Padrenuestro, que estás en los cielos”. Y la segunda es para pedir que “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Aquí hay una radical diferencia.
Ya en el libro que tengo citado, se ven las diferencias. Cuando aparece en plural cielos y tierra, en plural, es para hacer referencia al reconocimiento de la obra de Dios, por parte del hombre. Y, cuando aparece cielo y tierra, en singular, es para marcar el distanciamiento por parte del hombre hacia Dios. Estas diferencias se notan comparando los dos usos. Porque son marcadamente diferentes los dos sentidos.
Es necesario, sin embargo, notar y anotar que hay, realmente, mucha diferencia en los dos usos. Por algo, Jesús de Nazaret, lo resalta en la oración que Él mismo nos enseña. Por algo será. Es notorio.
Ahora bien. ¿Adónde nos conduce la oración del Padre nuestro? Ese es otro tema, aunque, todo converge en “venga a nosotros tu Reino”, de la misma petición del Padre nuestro, y que no es otra cosa que en las Bienaventuranzas que el mismo Jesús promulga. De hecho, la oración del Padre nuestro, va hacia las Bienaventuranzas, si nos detenemos con mucha atención en la oración que Jesús propone que hagamos. “El venga a nosotros tu Reino”, tiene su culmen y meta precisamente en ellas.
Muy bien. ¿Y que tiene que ver lo del Padre nuestro con la visita de Jesús a Marta y María, tema que habíamos dejado como inconcluso en el capítulo anterior, más aún, con las Bienaventuranzas?
Tiene que ver mucho y están en estrecha relación. ¿Recuerda lo de la inquietud de Marta y su desasosiego? Pues, allí está la clave. Marta estaba afanada y muy intranquila. María estaba muy despreocupada. Ahí está la diferencia.

El problema continúa:


Estamos en un problema no resuelto.
Se han abonado más elementos para que el problema se complique más. Por un lado, nos hemos percatado de las diferencias entre” nuestro, vuestro y de ellos”. No se ha resuelto. Sólo se contribuía a que nos percatáramos de ello. Por otra parte, se han dado las herramientas para descubrir que es distinto el sentido de “cielos” y de “cielo” que aparece en el Padre nuestro. Pero, no se ha resuelto nada.
Quedan temas por abordar del Padre nuestro, como lo es el de las deudas, el de no nos dejes caer en tentación. Pero, seamos honestos: si con estos dos temas ya estamos como estamos, ¿qué irá a suceder si nos seguimos metiendo? No me quiero hacer responsable de males mayores.
Por ahora, es suficiente. Aunque, no lo es.



[1] 2 Corintios 1, 1-4:
      Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya; a vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.
     ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!

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